El Papa Francisco se descolgó ayer domingo, en la entrevista exclusiva que publicó El País, con una reflexión de esas que confirman su condición de individuo humano elegido para la gloria por un ser superior. Un ser al que llamaremos Dios, hombre del espacio, o como usted prefiera. La frase, que demuestra no solo el gran intelecto de Francisco sino su enorme compromiso social, su desgarradora empatía con los que sufren, dise así: “Que el Mediterráneo sea un cementerio nos tiene que hacer pensar”.
Pensar. Esa es la clave. El amigo Francisco, que ventila con una reflexión de simpleza estremecedora, impropia de alguien con preparación que está supuestamente del lado de los que sufren, una de las grandes vergüenzas europeas, ofrece de manera inconsciente la solución a otro gran problema de la humanidad. La religión. Y es que Francisco habla de pensar. Si pensásemos un poco, que no digo ya mucho, deberíamos acabar con este bochorno de iglesia católica. Acabar, me refiero, a su relación con el Estado, a su influencia en las autoridades, a su excesivo poder, casi siempre en las sombras.
Pensemos. En un mundo sin religión. Sin falsos profetas, sin morales estrafalarias, sin bloqueos al progreso, sin infierno y castigos eternos. Es decir, sin miedo. El miedo, fundamento principal de la religión, nos impide ser felices. Pensemos.
I Master de Rock and Roll Matutino sobre Ruedas.
Lunes 23 de enero
Metal Firecracker
Lucinda Williams
Mi cantante viva favorita. La reina de un género eterno: puedes llamado Americana, pero es solo una etiqueta. Es ese rock norteamericano que no olvida sus raices, heredero de las grandes cantantes country y blues. En Lucinda están Patsy Cline y Bessie Smith, con toda su desgarradora energía. Además, escribe magníficas canciones, como esta “Metal Firecracker” incluida en su mejor disco, un clásico absoluto publicado en 1998 llamado “Car Wheel son a Gravel Road”. Si Springsteen fuese mujer, seguro que no le importaba sonar así…
Un motivo para NO ver la televisión
Patti Smith
M Train.
Editorial: Lumen.
Esta es mi vida, parece decir la poeta y cantante Patti Smith en cada página de esta biografía llena de tazas de café, mesas de cafeterías y pequeñas minucias cotidianas. Recuerdos de personas y de momentos, de actos rutinarios, de viajes a Valencia o a México, de paseos en busca de tumbas de escritores, de instantes que pasan con la ligereza con que corre la brisa o rompe una ola.
“Creo en el movimiento. Creo en ese alegre globo que es el mundo. Creo en la medianoche y en la hora del mediodía. Pero, ¿en qué más creo? A veces en todo. A veces en nada. Varía como la luz que aletea sobre un estanque. Creo en la vida, que algún día todos perderemos”.
Quienes busquen al mito que compren otro libro. En “M Train” Patti Smith apenas habla de música comercial, de grandes escenarios o de artistas consagrados. Recuerda en muchas ocasiones a su amigo Mapplethorpe. Y por supuesto a Fred “Sonic” Smith, guitarrista de los grandiosos MC5 y su marido durante años. Habla de su muerte, de sus planes truncados y de lo mucho que le añora. Y regresa a sus mesas de cafeterías habituales, a sus rutinas cotidianas, a una apabullante sencillez, alejada absolutamente de lo que se supone es la vida de una rock star.
“Cuando Fred murió, celebramos su funeral en la iglesia de los Marineros de Detroit donde nos casamos. Todos los meses de noviembre el padre Ingalls, que fue quien nos casó, oficiaba una ceremonia en memoria de los veintinueve miembros de la tripulación que se ahogaron al hundirse el Edmund Fitzgerald en el lago Superior, que acababa tocando la campana de la hermandad veintinueve veces. A Fred le emocionaba profundamente ese ritual, y como su funeral coincidió con el de los marineros, el padre permitió que dejaran las flores y la maqueta del barco en el altar; él mismo celebró el oficio religioso con un ancla colgada del cuello en lugar de una cruz”.
¿Aburrido? En absoluto. Diferente, eso sin duda, a lo que se espera de una gran cantante de rock and roll. Smith ignora el show business, y se adentra en el día a día de su vida, una vida sencilla y tranquila que invita a pensar, a observar, a escribir y a recordar. La vida simple de una mujer compleja. Unas memorias absolutamente deliciosas.
“Cuando leo un libro o veo una película, puedo llegar a alterarme muchísmo, yendo hacia delante y hacia atrás en busca de pistas, deseando tener un número al que llamar o alguien a quien escribir una carta… Hay dos clases de obras maestras. Están las obras clásicas, colosales y maravillosas como Mody Dick, Cumbres borrascosas o Frankenstein o el moderno prometeo. Y luego está la clase de obras en las que el escritor parece infundir energía viva a las palabras mientras que el lector es centrifugado, escurrido y tendido a secar. Libros devastadores como 2666 o El maestro y Margarita”.