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Esa maldita pared

Un motivo para NO ver la televisión

Esa maldita pared.

Autor: Flako.

Editorial: Libros del K.O.

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“Atracar bancos es un oficio honrado”, asegura el autor de este libro. Y lo argumenta de manera especialmente creíble en estos tiempos de desahucios, fondos buitre y rodrigosrato: “Nunca me he llevado dinero que fuera de otra persona. Y tengo más de diez años cotizados a la Seguridad Social. Bueno, y por si fuera poco, tengo que pagar cada mes veintiséis euros al Banco Santander como parte de la multa que me impusieron”.

Flako, que así se hace llamar el ladrón/escritor, es un artista. O al menos un super especialista. Utiliza las cloacas de Madrid para alcanzar las tripas de los bancos. Una vez allí realiza un butrón. Finalmente entra en las oficinas, retiene a los empleados, abre las cajas fuertes y se larga con la pasta por el mismo sucio camino por el que entró. Todo esto siempre que no se tuerzan las cosas: le trincaron el día en que nació su hijo, y le condenaron a dos años de cárcel tras acusarle de siete atracos. El Robin Hood de Vallecas colgó el pico, la pala y la automática y se puso a escribir este libro y a rodar un documental (Apuntes para una película de atracos). El resultado es irregular a nivel literario, puesto que se alternan los momentos emocionantes y hasta emotivos con otros demasiado obvios. Pero la intensidad es innegable: “Esa maldita pared” tiene hueco en las mejores bibliotecas negras (criminales, si usted prefiere). Y lo tiene tanto junto a la dura realidad de Edward Bunker como al lado de la desbordante imaginación de Rhodenbarr, el príncipe de los ladrones de guante blanco creado por Lawrence Block.

“No hay mejor compañero dentro de una cárcel que un etarra. Sé que esto es muy difícil de entender y explicar fuera de la cárcel, pero ahí dentro es todo distinto. Los que yo conocí eran cultos, educados y muy cariñosos conmigo.

A Txeroki lo conocí en el patio del módulo de aislamiento. “Hola, soy Garikoitz, Gari para los amigos”. Fue él quien me dejó una tarjeta de teléfono para poder llamar… Él me prestó el primer libro que leí en la cárcel: Al pie de la escalera, de Lorrie Moore, una historia sobre racismo”.

“Esa maldita pared” se lee en menos tiempo que se hace un butrón. Engancha como el dinero fácil, se saborea como la adrenalina que se genera durante el atraco, golpea el pecho como lo hace el miedo durante la huida… e invita a la sonrisa como cualquier desgracia que le suceda a un banco. Un libro que habla del lumpen macarrónico de una España marginal, pero también del poder de la familia, del milagro de las segundas oportunidades y, sobre todo, de la delgada fila de ladrillos que nos separa del corazón de esas entidades financieras que nos han robado tanto, que nos deben tanto, que deberían temblar ante la perspectiva del nacimiento de decenas de RobinHoods en cada barrio.

“Mi abuela cuenta que un día mi padre no hacía nada más que mirar por la ventana de la terraza del salón, y mi abuela le preguntaba: “Pero chico, ¿a quién esperas?”. Y mi padre le decía: Madre, métase para dentro, ahora lo sabrá; ponga el cocido a calentar que vienen unos amigos míos de Cádiz”. Y al rato apareció un amigo de mi padre que se llamaba Pepe, acompañado de Camarón. Mi padre los metió en casa y le dijo a mi abuela: “Mire, madre, este es Camarón de la Isla, el mejor cantaor de flamenco”.