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TVE salve a la reina

Comienza el informativo estrella de la televisión española, domingo a las tres de la tarde, televisión pública, y lo hace con imágenes en las que todos los ciudadanos podemos ver la felicidad que vive la familia real, unida como una piña en el hospital para visitar al abuelo operado de rodilla. El día anterior, sábado, ese mismo informativo había arrancado con el niño Gabriel, asesinado hace semanas. Un tema macabro el día 7 para camuflar la noticia del día: la presencia de Cifuentes en un congreso del PP que cada día parece más una reunión de la Camorra. Un tema absurdo el día 8 para maquillar a una familia en descomposición, la real, que se consume en su propia hipocresía, entre Corinas, elefantes, Urdangarines y malos modos.

TVE, la televisión de todos los españoles, al servicio del PP… y de la familia real. Lo primero no es ninguna novedad. Lo segundo es un asco. Para el telespectador y para los profesionales de la información que tienen que soportar imágenes como las que se vieron ayer: la niña que hace unas horas arrancaba de su hombro la mano de su abuela ahora la acaricia con cariño. La madre que le limpiaba a la niña el beso de la abuela en la frente ahora sonríe feliz con la presencia de su suegra. Ya no impiden que se hagan fotografías, ya no se lanzan miradas asesinas, ya no se desprecian. TVE ha conseguido que posen juntos con alegría, que parezcan una familia no ya normal, sino hasta feliz. Y lo ha conseguido con el dinero de todos los españoles.

Nos toman por idiotas, y eso sí que no. Si mantenemos a la familia real, al menos que de espectáculo. Más Corinas, más Urdangarines y Marichalares, más froilanes en el bingo, más cacerías vergonzosas y más negocios con dictaduras, más mierda de la que poder burlarnos los plebeyos. Y menos maquillaje a costa de nuestros bolsillos, que esa partida no está incluida en los presupuestos de la Casa Real.

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Un motivo para NO ver la televisión

Nos vemos en el baño.

Autor: Lizzy Goodman.

Editorial: Neo-Sounds.

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¿Recuerda los tiempos del CBGB, el templo del rock undergroung durante 30 años en la Gran Manzana? Coincidían en su escenario en la misma noche Patti Smith, los Ramones, Blondie, Richard Hell, Warhol, David Byrne… Eran buenos tiempos, los setenta y parte de los ochenta, vividos en esa ciudad sin remilgos que derrochaba talento, que se movía a ritmo de punk y de new wave. Mucho se ha escrito de aquellos días, de aquellas bandas, de aquellos conciertos, de aquella mítica movida neoyorkina. “Por entonces Nueva York daba miedo. Era como en Taxi Driver, esas escenas, esas luces, y las putas; las putas tenían aspecto de estrellas de rock” (Jesse Malin). Era, es, nuestra cultura. Pues bien, hoy hablaremos de otro movimiento musical, más reciente pero no menos brillante, que sucedió en el mismo lugar a comienzos del siglo XXI.

Esta es la historia del último tsunami sonoro que ha sufrido la ciudad de Nueva York, la penúltima oleada de bandas de rock and roll unidas por unas calles, por unos garitos, por las mismas ganas de divertirse, de hacer buena música, de tocar en directo y, en ocasiones, de derribar lo viejo y aburrido para dar paso a los sonidos del futuro. “Nos vemos en el baño” es la crónica de un instante, entre 2001 y 2011, y de las bandas de rock and roll que nacieron entonces para devolver a Nueva York su viejo esplendor musical. Con el final del siglo XX la ciudad de las ciudades había perdido buena parte de su lustre cultural: ya no era el Nueva York de los setenta. Era la meca de lo moderno, de lo punto com. Era el culo del rock and roll.

Pero entonces, como surgidos de las cenizas de las Torres Gemelas, comienzan a aparecer grupos que se habían formado en las catacumbas, en la clandestinidad. The Strokes, The Killers, Kings of Leons, The White Stripes… Y por supuesto tipos que rezuman creatividad y clase, que saben cuáles son sus raíces pero miran al futuro: Jack White, Jesse Malin, Ryan Adams, Conor Oberst“¿Quieres venir? Por supuesto… Y de repente habíamos formado un grupo. La idea de la sincronización, de ser libres por las calles, de disponer de tiempo y espacio para aburrirte, eso existía en Brooklyn en aquella época” (Ryan Adams). La última gran hornada de genios del rock and roll que nos regala Nueva York, digna heredera del punk y el Nuevo Rock Americano. “Todos –público y artistas- perseguíamos lo mismo: una sensación de rebelión, de posibilidad, de promesa, de caos. Teníamos que encontrarla para descubrir quiénes éramos en realidad y no podíamos hacerlo sin los demás”, sentencia la autora de un libro repleto de anécdotas musicales.

De eso habla “Nos vemos en el baño”, la crónica apasionada y apasionante de una ciudad y una música escrita por Lizzy Goodman, periodista musical que para trazar el perfil sonoro de la primera década del siglo XXI ha realizado más de 200 entrevistas, ha escuchado miles de canciones y de discos, ha recorrido cientos de tugurios y ha descubierto a decenas de buenas bandas. Su trabajo ocupa casi 700 páginas, pero se lee en un suspiro: es historia viva a ritmo de rock, contada en persona por los protagonistas de la misma. Una gozada.