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Alégrame el día

La noticia me llena de orgullo y satisfacción: Tertulianos de derechas pierden su trabajo tras los cambios en Telemadrid, Castilla-La Mancha TV y Canal Extremadura”. Pero no estoy tan contento como debiera… Doctor, me siento incompleto, ¿Qué me sucede? Pues que los tertulianos de izquierdas aún no han perdido su trabajo, y en estas condiciones la felicidad no puede ser total.

Veo diez minutos de debate en “La Sexta noche” (La Sexta) y deseo el paro de larga duración para todos los tertulianos. De derechas y de izquierdas. Sólo había presenciado un espectáculo tan sórdido, griterío e interrupciones, faltas de respeto y malos modos, en los programas del corazón de Telecinco. Es imposible entender nada, sacar una conclusión, disfrutar de una opinión, adivinar un proyecto. El presentador parece enfadado por trabajar en un manicomio, exige silencio y respeto por el orden de intervención, pero también parece que solo se trata de una pose: el caos, como sucede en “Sálvame”, despierta la atención del telespectador y sube la audiencia. Donde no hay ideas, que haya griterío.

La noticia, sin duda estremecedora, asegura que algunos tertulianos están pasando serios problemas económicos tras la cancelación de las colaboraciones. Pobres. En cualquier caso, insisto, no puedo estar satisfecho, algo impide que pueda esbozar una gran sonrisa: solo está hecho la mitad del trabajo. Quedan los tertulianos de izquierdas, los Carmona y compañía. ¡Alegradme el día, cadenas de televisión con tertulias! ¡Limpiad definitivamente vuestros platós de escoria! ¡Aligerad vuestras nóminas de parásitos y manipuladores! ¡Renovad vuestras cuadras de mamporreros y cantamañanas!

Televisiones sin tertulianos ultras. Es decir, televisiones plurales, moderadas, independientes, libres… Imposible. Seamos realistas: se gana más dinero con un gallinero a todo volumen que con un espacio para la reflexión y el pensamiento crítico.

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Un motivo para NO ver la televisión

Montecristo

Autor: Martin Suter.

Editorial: Libros del Asteroide.

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Montecristo es el nombre de un proyecto. Una película de intriga que está en la cabeza del protagonista del libro, Jonás, un video-reportero suizo free-lance que sueña con ser director de cine. Un día Jonás vive la muerte del pasajero de un tren, y graba lo que rodea al supuesto suicidio. Poco después conoce a la que parece la chica de su vida, al tiempo que caen en sus manos dos billetes de cien francos con la misma numeración. Solo es el principio de un giro radical en la monótona vida de nuestro hombre, acostumbrado a trabajar para la televisión sensacionalista mientras se recupera de una separación.

Antes de darse cuenta, Jonas está en el centro del huracán, en el punto de mira de diferentes y muy poderosas organizaciones que tratan que silenciar su investigación. Porque Jonás es un tipo inquieto que no se conforma con grabar saraos para cadenas de televisión comerciales. Periodismo de investigación, en paralelo a los preparativos para su película.

Pero no todo es lo que parece en “Montecristo”, una novela de intriga de tremenda actualidad, puesto que habla de la insaciable voracidad, el carácter depredador y la absoluta falta de escrúpulos del sistema financiero. Y de las peligrosas y siempre turbias relaciones entre el poder, el dinero y los medios de comunicación. La crisis financiera: “La quiebra de Lehman Brothers, en efecto. Pues eso es una fruslería comparada con lo que nos espera a nosotros. Aquí no hablamos de la quiebra de un gran banco. Nos enfrentamos al desplome de uno de los centros financieros más importantes del mundo. Quizá al fin de nuestro sistema financiero. A la implosión del sistema económico”. Hasta aquí puedo leer…

Martin Suter ha escrito una historia que, en muchos aspectos, resulta real y miserable como la vida misma. Y que se lee en dos suspiros: negra, original, bien construida y francamente inquietante.  

 

 

 

Lección de periodismo

No es fácil hacer periodismo en televisión. Hablo de periodismo serio, prudente y discreto. Periodismo moderado y juicioso, equilibrado y reflexivo. Y menos en estos tiempos convulsos y acalambrados, de podredumbre política y mediocridad informativa, en los que necesitas gritar para ser escuchado. La televisión exige audiencia, es decir, fuegos artificiales: un informador sensato no tiene nada que hacer, a nivel de share, frente al periodismo de burdel portuario propuesto por Eduardo Inda, Alfonso Rojo y compañía. “Lo de Zapata es fascismo de la peor calaña… El PSOE ha traído el neofascismo al ayuntamiento de Madrid”, gruñe el primero en el debate de una cadena que presume de progresista. La televisión quiere protagonistas, necesita rostros, reclama estrellas, exige voces, crea gallineros. Y los periodistas, uno de los gremios más vanidosos y ególatras del planeta, no siempre saben decir no a estos cantos de sirena.

En la televisión actual, los grandes periodistas tienen que ser showmans. Siempre desafiando a la cámara, rezumando seguridad, presumiendo de independencia, blandiendo cada dos por tres la sagrada libertad de expresión, vanagloriándose de su temple y su agresividad, de su acidez y neutralidad. En televisión, los grandes periodistas no suelen tener las manos libres, puesto que trabajan para grandes empresas con innumerables intereses paralelos. Circunstancia menor que no les impide presumir de incómodos, de valientes y hasta de rebeldes. “El periodismo es nuestra religión”, dice uno de los más beligerantes, con Marhuenda y Pérez Henares sentados a su vera.

Ana Pastor entrevistó a Manuela Carmena solo unas horas después de que se convirtiera en alcaldesa de Madrid. Como no podía ser de otra manera, la entrevistadora que con agresividad e insistencia ha creado un personaje, con el que bordea el atosigamiento y la mala educación, apremió a la candidata de Ahora Madrid con una serie de repetitivas preguntas. Carmena, la mujer tranquila, formuló un sugerencia de madurez a la mediática entrevistadora: “Te voy a dar un consejo. Para que realmente sean útiles tus preguntas, hay que esperar a que te las pueda responder”. Una lección de periodismo.

Los periodistas no siempre quieren respuestas. Muchos piensan que sus preguntas son mucho mejores, mucho más brillantes, que cualquier contestación posible. En realidad no buscan información, se conforman con protagonismo: un buen titular, una excelente audiencia, palmaditas en la espalda y vítores en Twitter. Así es la televisión, la gran fábrica de necios (esta frase no es mía, es de un ejecutivo de televisión).

Un motivo para NO ver la televisión

Alguien.

Autora: Alice McDermott.

Editorial: Libros del Asteroide.

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Este libro es el bálsamo perfecto para los tiempos tensos y oscuros que vivimos. Frente a la crispación que proponen tanto la política como los grandes medios de comunicación, la norteamericana Alice McDermott nos regala una historia sencilla sobre las pequeñas grandes cosas de la vida cotidiana. No busque sobresaltos en estas páginas equilibradas, serenas, emocionantes en su naturalidad y humildad.

“La señora Hanson olía a cosas sanas, a sol y a avena y a levadura, y cuando tomaba aire su aliento rebosaba calidez y dulzura… Sin motivo alguno -a menos, claro está, que contemos la exuberante belleza de aquella mujer, la calidez de la pequeña estancia, el delicioso olor y la noticia reciente de que se celebraba una boda en el barrio-, lancé mis brazos al cuello de la señora Hanson y presioné con los labios la húmeda y adorable mejilla de aquella mujer”.

McDermott va y viene en los recuerdos de Marie Commeford, protagonista de una novela que discurre como un río por un valle: con esa suavidad que relaja los sentidos e invita a disfrutar de lo que resta de día. Los primeros amores, el despertar al sexo, las relaciones familiares y la pérdida, el trabajo en una funeraria de barrio, la familia y los hijos, la madurez… La vida en el viejo Brooklyn. Todo contado con estremecedora ternura, sin un solo aspaviento efectista, con una literatura serena e inteligente capaz de conmover desde la inocencia. Un libro para los sentidos, para disfrutar de olores, sabores y colores, para olvidar la tensión diaria, la miseria del mundo mediático, y soñar con la belleza de lo ordinario.

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Adán era negro

Hoy viernes es el día de las librerías. Templos de entretenimiento y de conocimiento. Oasis de libertad. Santuarios, como las grandes montañas del Himalaya, los castañares en otoño, la Gran Barrera de Coral o las laderas de los volcanes Virunga. Las librerías son los lugares techados más bellos del mundo, junto a algunos pubs irlandeses. Paisajes llenos de paisajes.

En una librería compré, hace muchos años, un libro en el que mi admirado Peter Matthiessen analizaba el papel de África como punto de partida de la historia del hombre. Pienso en Matthiessen. Y en Louis y Mary Leakey. Alargo la mano y acaricio una piedra que recogí hace años en la garganta de Olduvai, en Tanzania, el yacimiento favorito de los antropólogos británicos. ¿La cuna de la humanidad?

Le cuento todo esto porque acabo de caer, como un pardillo, en las redes de la red. “Adán era negro”, decía el titular. Y ahí he pinchado yo, buscando quién sabe si un nuevo texto de Nature para entender mejor al Homo erectus o la imagen de un cráneo perfectamente conservado de Australopithecus boisei. ¿Y con qué me he encontrado? Pues con que el Adán negro se llama Coman, tiene un mango enorme al que llama “dragón” y se está convirtiendo en la estrella de Cuatro, la cadena B de Mediaset. Adán, “el hombre de las tres piernas”, es trending topic en su versión televisiva. Coman, un vasco nacido en Guinea Ecuatorial, ADN mixto, es el nuevo crack de “Adán y Eva”, el esperpento de Cuatro para la noche de los martes.

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“Una mujer no es completa hasta que un negro se la meta”, dice Esther, una de las concursantes de “Adán y Eva”. Y Cuatro emite la frase, que resume a la perfección la chusca filosofía de su programa. Es una cita. Una cita tabernaria, de esas que se escriben a navaja en las puertas de los servicios de burdeles portuarios. Pero una cita. Y como tal me viene al pelo para abandonar este tema y regresar a aquel con el que abría el post: hoy es el día de las librerías… Disfrute de las librerías. Son, como dijo Jerry Seinfeld, “una de las pocas evidencias que tenemos en la actualidad de que la gente sigue pensando”.

Apague la tele y lea. Por lo que más quiera.

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Un motivo para NO ver la televisión

Los libros en The New Yorker.

Editorial: Libros del Asteroide.

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Un libro perfecto para una fecha tan señalada como esta. Una pequeña joya con 200 viñetas repletas de ironía y talento, de inteligencia, guasa y amor por los libros. La selección es excelente, los ilustradores, legendarios: Charles Barsotti, George Booth, Tom Cheney, Leo Cullum, Richard Decker, Edward Koren, Lee Lorenz, Robert Mankoff, William Steig, Barney Tobey, Peter C. Vey

Y es que The New Yorker viene haciendo del humor y el dibujo un arte desde su fundación, allá por 1925. Este título, bellamente editado por Libros del Asteroide, es un homenajes a libros, lectores, autores, editores, agentes literarios y por supuesto librerías. Una delicia que se suma a los anteriores “El dinero en The New Yorker” y “La oficina en The New Yorker”. Imprescindible.

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Cuéntame un cuento

- La ley es la ley.

- Pues la ley es una mierda.

(Los tres cerditos, en versión Antena 3)

Por fin una apuesta ingeniosa, original, sorprendente. Una vuelta de tuerca, en forma de thriller, a cinco cuentos clásicos. Blancanieves, La bella y la bestia o Caperucita Roja en versiones para adultos, con ciertas dosis de intriga, misterio y violencia. Anoche arrancó esta nueva serie en Antena 3 con una adaptación de Los tres cerditos al género negro, en la que los gorrinos son sustituidos por atracadores, y el lobo por un hombre que busca venganza. Y es que durante el atraco a una joyería resulta asesinada la mujer con la que este último, un ciudadano normal, está a punto de casarse. “Daños colaterales”, dice el puerco mayor. Ante la inoperancia policial, decide tomarse la justicia por su mano, enseñar los colmillos y dar caza a los tres atracadores, los tres cerditos.

“La ley es una mierda”, dice el lobo en una reflexión de candente actualidad. Y cerdito grande, cerdito mediano y cerdito pequeño se refugian en sus casas, de diferentes acabados y calidades. Tantas como la solvencia de los actores: Víctor Clavijo, Antonio Gil, Iñaki Font y un Arturo Vals que igual se disfraza de nadadora sincronizada en “Splash”, de Rihanna en “Tu cara me suena”, de Dora la exploradora en “Ahora caigo” o de cerdito mediano, y algo corto, en esta ficción de acento policiaco. Thriller psicológico, le dicen. Con sus defectos, pero con numerosos aciertos.

Vivimos en un país de cerdos: solo hace falta mirar las calles de Madrid, el suelo de los bares, las listas de imputados. Quizá por eso, y porque la bellota se encuentra en su mejor momento, se puede considerar un acierto que Antena 3 arranque una serie como “Cuéntame un cuento” con “Los tres cerditos”. Un primer capitulo dedicado a tres puercos ladrones a merced de un depredador justiciero. Y algo rencoroso. Y en ocasiones violento.

El lobo que, ante tanta injusticia, a todos nos gustaría ser de vez en cuando.

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Este gamba es Alfonso Grau, vicealcalde de Valencia imputado en el Caso Nóos.

P.D.2

Portadas…

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Un motivo para NO ver la televisión

K.L.Reich.

Autor: Joaquim Amat-Piniella.

Editorial: Libros del Asteroide.

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Se ha escrito y se ha publicado mucho sobre los campos de concentración nazis, sobre la solución final, sobre el exterminio. Desde Hannah Arendt a Primo Levi pasando por Jorge Semprum, Enzo Traverso o Imre Kertész. Pues bien, de todos los libros sobre este tema firmados por autores españoles, éste sin duda es el mejor. Por la claridad y brillantez de la escritura, por la humanidad de sus personajes, por lo apropiado y directo del lenguaje, por el equilibrio emocional conseguido en la narración de las historias que forman el libro. Por, en definitiva, el enorme valor testimonial de una narración detallada de la vida, si a eso se le puede llamar vida, en un campo de concentración.

“K.L.Reich” cuenta la lucha por la supervivencia en Mauthausen de dos soldados republicanos, Emili y Francesc. Y de todo el  mundo que gira a su alrededor: desde miserables carceleros a solidarios compañeros. Todo impregnado por la corrupción, la violencia, el hambre, el rumor, los hornos, el egoísmo… “El egoísmo era la única arma eficaz contra la acción del tiempo, puesto que los egoístas tenían el privilegio de conservar en sus manos sus respectivas hojas del calendario. Los egoístas y también aquellos a los que la suerte protegía caprichosamente con su coraza”.

Nacido en Manresa, Joaquim Amat-Piniella consigue en esta obra un equilibrio muy difícil, cuando se escribe sobre los campos nazis, entre lo emocional y lo narrativo. Sus descripciones del infierno resultan precisas, estremecedoras, pero jamás caen en el dramatismo fácil. El autor es una víctima, pero también un atento observador de la brutal realidad que le ha tocado vivir: “Era necesario comprender, compadecer, ayudar. Por sentido del deber o por sentimiento sincero, lo mismo daba, era necesario hacerlo. Luchar como fuese, sacrificándolo todo, evitar ser absorbido por el “espíritu del campo”. Cualquier otra cosa sería colaborar con el nazismo”.

Frascesc y Emili. Pero también el rabioso Popeye, un tiránico vigilante. Y Hans Gupper, el Negro, comandante del campo y temido SS. Y el Valencia, y Vicenc, y el Kapo del crematorio, y el sanitario Peter, y King-Kong, y decenas de personajes, algunos entrañables y otros repugnantes, heróicos y miserables, que conforman un mundo en descomposición. Emocionate, estremecedora, muy recomendable.