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Miseria

El Instituto Nacional de Estadística acaba de publicar su “Encuesta de Condiciones de Vida 2010”. Nada, minucias… El 20,8% de la población española está por debajo del umbral de la pobreza, cifra que asciende hasta el 36,2% en Extremadura. El 30,4% de los hogares españoles tiene dificultades o muchas dificultades para llegar a fin de mes, un 36,7% no tiene capacidad de afrontar gastos imprevistos, el 39,7% no puede permitirse ni una semana de vacaciones al año… Y en Madrid cientos de personas viven de las sobras que tiran en Mercamadrid. Lo normal.

Alrededor de nueve millones de personas son pobres en España. Pobres e invisibles. Los medios de comunicación no quieren ni ver a estos indigentes  “nativos”, seguramente porque causan muy mala impresión y deprimen a la ciudadanía. Si hay que informar sobre pobres, los medios prefieren a los de Haití, por ejemplo, a los que podemos ayudar con generosas donaciones o enviando fragatas del Ejército. Tienen razón: pudiendo abrir con los premios Príncipe de Asturias, buena gana dedicar tiempo y papel a cosas tristes…

Alegría. Después de jugar al ratón y al gato con Antena 3, y contraprogramarse sin piedad y sin respeto alguno por la ley o el televidente, Telecinco emitió por fin anoche “Felipe y Letizia, una historia real”. Bien hecho: se trata de un cuento rosa de superación con el que, pese a su aparente frivolidad, podemos aprender muchas, muchísimas cosas sobre la vida misma. No deberíamos quedarnos en la simpleza de los diálogos, la superficialidad de la trama, la torpeza de los actores o la inutilidad del director. La mini serie resulta no ya mala, sino increiblemente mala. Mala de solemnidad. “El Príncipe parece un panoli; Letizia, una sabelotodo; la Reina, una bruja y el Rey da risa”, escribe Mabel Galaz en El País. ¿Y si fuese una producción hiperrealista?

Ya sé que puede parecer tan grande como un gag de “Polònia”, pero cuidado, no sea que un primer visionado resulte engañoso. Con esta mini serie sobre Felipe y Leticia pasa lo mismo que con las películas porno: nada más empezar ya sabes cómo va a terminar. Y no me refiero a una copiosa eyaculación facial. “Felipe y Letizia, una historia real” acabará en boda. Poca cosa para el telespectador exigente. Lo realmente fascinante de la historia de esta parejita no son los preámbulos, el flechazo, la primera penetración furtiva en los asientos traseros del Rolls de papá o la campechana pedida de mano. No. Lo realmente fascinante de esta relación principesca es la metamorfosis posterior, ese proceso mágico capaz de convertir a una vulgar plebeya republicana en toda una princesa de España.


La capacidad del ser humano para sobreponerse a las calamidades, para adaptarse a las circunstancias, y hacerlo con absoluta naturalidad, resulta impresionante. Cuando conoció al príncipe, Letizia era periodista. Una profesión sin futuro, como estamos comprobando. Pero Letizia supo adelantarse a los malos tiempos y reciclarse de manera magistral. ¿Cambiar del papel a internet, del analógico al digital, del Telediario al periodismo ciudadano? Quiá… Yo me mudo de un apartamento a un palacio, de nómina en tele pública a presupuesto real.

Letizia nos ha dado una lección de supervivencia a todos los españoles deprimidos, desempleados o simplemente pobres de solemnidad: si te lo propones, pillas cacho. ¡Arriba esos ánimos! ¡Si ella ha conseguido presidir un puesto del día de la Banderita, también usted y yo podemos! ¡El futuro existe!

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Un motivo para NO ver la televisión

Perro come perro.

Edward Bunker.

Editorial: Sajalín.

Nadie como un delincuente (narcotraficante, extorsionador, atracador…) para contar historias de delincuentes. Ya hemos hablado de Edward Bunker en este blog, a raíz de la reciente edición en Sajalín de sus libros “No hay bestia tan feroz” y “Stark”. Poco que añadir con “Perro come perro”, una enloquecida historia de violencia en la que personajes tan al límite como Mad Dog o Diesel Carson emprenden una desesperada carrera criminal. El planteamiento no es nada del otro mundo, pero Bunker sabe de qué habla, y sabe cómo contarlo. Son 340 páginas que se leen como una buena crónica de sucesos de 340 palabras: con el estómago en la boca.