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La revolución no será televisada

La noticia, un publirreportaje publicado por La Razón, me golpeó en el bajo vientre con la violencia con que lo haría la coz de una mula: Mongolia estrenaba sección en el programa de televisión Al Rojo Vivo (La Sexta). El casposo Marhuenda vendía en su panfleto gubernamental las virtudes de los peligrosos humoristas antisistema, los mismos a los que tantas veces vilipendió. Las miserias de la concentración de medios de comunicación, me dije, puesto que La Razón, La Sexta y Antena 3 están metidos en la misma cesta (cuenta corriente). El corazón me dio un vuelco. Me temblaron las carnes, la sangre dejó de circular con fluidez y un viento helado me encogió el alma. Mongolia, ¿también tú?

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Un motivo para NO ver la televisión

AK47

Autor: Michael Hodges.

Editorial: Lengua de Trapo.

Unknown

El fusil del pueblo. El arma antiimperialista. Indestructible, sencilla (se desmonta en menos de 60 segundos), con solo ocho piezas móviles, resistente a cualquier clima, barata de fabricar, fácil de manejar. Y capaz de disparar ráfagas de 650 disparos por minuto. “Milagrosamente resistente, ingeniosamente sencillo y devastadoramente efectivo”, resume el autor de este amplio y jugoso perfil del mortífero invento de Mijaíl Kaláshnikov, un instrumento capaz de cambiar tanto las reglas de la guerra como la disposición del mundo. El AK47 es un símbolo de la revolución. En las estepas de Rusia y en las junglas del centro y sur de América, en las montañas recónditas de Asia y en las trifulcas tribales de África. El Kaláshnikov es un monumento, con su cargador con forma de cuerno y su silueta inconfundible, “menos manido y más poderoso incluso que la hoz y el martillo”.

“Uno solo puede maravillarse ante un fusil de sesenta y cinco años que sigue manteniendo tal capacidad desestabilizadora… ¿Quién o, mejor dicho, qué es realmente responsable del actual estatus del AK47 como símbolo preeminente de terror y liberación, además de ser el arma ligera más extendida? ¿Es la indudable capacidad del fusil como máquina de matar? ¿Es su tecnología brillantemente sencilla y fácil de fabricar? ¿Es el incesante suministro de Kaláshnikov por Estados comunistas y poscomunistas (y, finalmente, los Estados Unidos e Israel) al tercer mundo durante más de cuatro décadas? ¿O es el poder de la iconografía revolucionaria del fusil –creada tanto por intelectuales occidentales como por revolucionarios del Tercer Mundo- y la continua propagación de esa imagen por los medios de comunicación?”.

Michael Hodges, periodista británico, ha sido capaz de escribir un libro interesante y ameno, que se lee entre la sorpresa y la pesadilla, sobre un objeto diseñado para matar. Es una lección de historia. Evita el morbo, desprecia el mundo bélico sin evitarlo, y se centra en los hombres relacionados con el arma. El inventor, los soldados, las víctimas. Historia, insisto, de una máquina perfecta en su sencillez. Un trabajo magnífico, que se lee como lo que es: un gran reportaje.