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Chuloputas

Ha muerto Cristina Ortiz. La Veneno, uno de los símbolos de la telebasura en España. En su cadáver podemos ver reflejado lo más triste, lo más sórdido y lo peor, de la televisión: la explotación de débiles e indefensos para regocijo del telespectador zafio, y para el enriquecimiento de empresas sin escrúpulos y comunicadores sin vergüenza. Recuerde cómo la paseaba Pepe Navarro por los platós de Telecinco (“Esta noche cruzamos el Mississippi”) y Antena 3 (“La sonrisa del pelícano”). De la misma forma en que cien años antes se exhibían los monstruos de feria por los pueblos de la América profunda.

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Ha fallecido la Veneno y, como era de esperar, ni siquiera muerta ha recibido el mínimo respeto. En “Sálvame Deluxe” (Telecinco) montaron un programa homenaje que se convirtió en el habitual circo, con invitados a la gresca y dosis ingentes de morbo y malos modos. Ni la prensa supuestamente más seria a la hora de informar fue capaz de mantener las formas: “Segunda autopsia a La Veneno. Según un hermano, hay indicios de crimen”, titulaba El Español dentro de un seguimiento siniestro que aún no ha terminado: “Yo no la maté, nunca le puse una mano encima”, aseguraba ayer mismo el novio de “la vedette” en el diario de Pedro J.

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La Veneno fue una víctima. Seguramente de la sociedad. Sin duda alguna de la televisión. Como prostituta llevó una vida sórdida, que la pequeña pantalla se encargó de airear, amplificar y rentabilizar. Desconozco si La Veneno tuvo proxeneta durante su trabajo callejero, pero todos conocemos los nombres y apellidos de las empresas e individuos que la chulearon cuando comenzó a aparecer en pantalla.

La Veneno ha muerto. Sus chulos siguen vivos y en activo.

Un motivo para NO ver la televisión

El hombre que estuvo allí.

Autor: George Plimpton.

Editorial: Contra.

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Cuando usted ve en televisión programas donde los presentadores viven durante algún tiempo en las circunstancias de la noticia, yo fui prostituta una semana, piense que se trata de una mala copia de una vieja técnica periodística. Es solo una burda adaptación televisiva del periodismo participativo que practicaba George Plimpton, escritor y reportero neoyorkino, en los años sesenta.

“Era bastante evidente que el periodismo participativo podía extenderse más allá del mundo de los deportes. Hice varias participaciones de este tipo, algunas para documentales de televisión de una hora: interpretar un pequeño papel en una película del Oeste protagonizada por John Wayne, probar de monologuista, (en el Caesar Palace de Las Vegas), practicar la fotografía de la fauna silvestre en África, actuar en el circo Clude Beatty-Cole Brothers de trapecista, llamado por mis compañeros ´el poste eléctrico volante`”.

Plimpton era un profesional apasionado que se implicaba a fondo en sus reportajes: jugó al fútbol americano con los Detroit Lions; boxeó, en un combate de exhibición, ante espectadores tan ilustres como Peter Matthiessen; jugó a la herradura con el mismísimo George Bush (padre). Y tuvo tiempo para escribir sobre lugares célebres, como el restaurante Elaine´s (refugió de escritores y escenario de un peculiar caso de canibalismo), trazar algunas necrológicas memorables (el pirotécnico Jimmy Grucci o su propio padre), o bordar los perfiles de Ali, Warren Beatty, Norman Mailer o Hunter S Thompson.

“Norman Mailer hablaba de Hunter Thompson con algo de desdén. Pensaba que era demasiado fácil complacer a los seguidores de Thomson. Era como jugar al tenis sin red. Los lectores de Thompson no tenían ningún interés en el evento –ya fuera la Super Bowl, la política o el combate por el título en Zaire-, sino solo en cómo afectaba el evento al autor”.

Plimpton, el informador, escribía como los ángeles. Pero disfrutaba convirtiéndose en parte de la noticia. Algo que no está demasiado bien visto entre los profesionales más serios. Pero que hay que perdonar en el caso de nuestro hombre: Plimpton tiene un talento descomunal, que utiliza para practicar un periodismo total, que puede ser muy serio en un párrafo y absolutamente tronchante en el siguiente. El lector perdona su intromisión en la noticia cada vez que le arranca una carcajada.

“Al final resultó que una parte de los aplausos era de gente que había disfrutado de los aspectos cómicos de mi intervención. No pocos pensaron que estaba entreteniéndolos un cómico profesional en la tradición de Al Schacht en el béisbol, o de los Charlie Chaplins, los payasos de las corridas de toros. Bud Erickson, el responsable de relaciones públicas, me dijo que se le había acercado un amigo suyo para felicitarle: “Bud, ha sido la hostia de divertido… Ese tío es buenísimo”, dijo aquel hombre, casi incapaz de controlarse”.

Un libro sorprendente, puesto que ofrece en una sola dosis periodismo de diferentes pelajes. Y sin un solo chirrido. El autor escribe de maravilla, puede ser preciso y hasta minucioso, es capaz de documentarse en profundidad y describir con maestría a un personaje, un acontecimiento o un simple encuentro entre colegas. Pero también puede ser irónico, cínico y profundamente divertido. No hay muchos periodistas en la historia capaces de tocar con grandeza y credibilidad todos estos palos.