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Obviamente, no le he respondido

“Me he sentido bien, pero es difícil porque son muchos temas y son variados”. Mariano Rajoy resume su participación en el programa “La Sexta Noche” (La Sexta).

Mariano Rajoy visitó La Sexta. Ya sabe usted, la cadena progresista. Esa que según su director y presentador García Ferreras entiende el periodismo como una “religión”, que consiste en “arriesgar e incomodar”, cuya sangre “no puede tener un color cobarde”. Pues hasta ahí, la guarida del lobo, reducto de los últimos periodistas puros de la televisión, se acercó el presidente del Gobierno. Con dos cojones. Y pasó lo que pasó: que se enfrentó a algunos de los momentos más duros de su carrera política. ¿Le preguntaron por los SMS a Bárcenas, por los sobres que cobró en B, por la reforma de la sede de su partido pagada con dinero negro? Ni una sola vez. Respondió a los ciudadanos, a personas como usted y como yo, que le preguntaron sobre todo aquello que preocupa a los españoles y podía ponerle contra las cuerdas. Por ejemplo un tal José Benito, compañero de footing del presidente: “Este verano me quedaba más atrás, ¿qué pasa, que estás más en forma?”.

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José Benito, el incisivo ciudadano que es como usted y como yo, resulta que además es marido de la ministra de Fomento Ana Pastor. Podía haberlo dicho antes. Por aquello del periodismo arriesgado e incómodo, de ese que no puede tener un color cobarde, ¿recuerda?

Pues esta era la cita comprometida que le quedaba a Mariano Rajoy en la televisión. ¿La visita a la cadena crítica con el PP, aquella que evitaba el presidente, que le pondría en apuros, que mostraría su verdadera cara? “A estas alturas de la vida no se me ocurre dar consejos… Pero permítame que le de uno: haga deporte”, dijo Rajoy, repitiendo con la mismas palabras una frase cien veces escuchada. No fue el programa de Bertín, evidentemente, pero tampoco la hora de la verdad para el hombre que pretende seguir en Moncloa otros cuatro años: Ciudadanos nerviosos que tiemblan al preguntar, que no conocen en profundidad el tema del que hablan, que cometen errores al formular la cuestión, que no repreguntan, que… Todos dóciles hasta que llegó Ferrán Bayó, un autónomo catalán de 56 años que habló de impuestos, de humillación, y se atrevió a repreguntar. Rajoy respondió como el gran estadista que es: “Permítame que le hable con cariño… Mi tierra Galicia no tiene AVE… todo esto de la solidaridad… hay otras que tienen más crédito que deposito porque son más emprendedores… este es un tema que me preocupa, algo tendremos que hacer”. Cuando le preguntaron si dimitiría si perdía las elecciones fue aún más contundente: Estuve la semana pasada en Málaga, en la calle Larios, y había una extraordinaria temperatura allí”.

Rajoy: ¿Satisfecho con la respuesta?
Ciudadano: No, pero es lo que tenemos.
Rajoy: Obviamente, porque no le he respondido.

No es una broma. Este breve diálogo es rigurosamente cierto. Se produjo en “La Sexta Noche”, y resume a las mil maravillas todas las ausencias de Rajoy, su alergia a las entrevistas, su fobia al debate. El presidente es igual de torpe, de incapaz, con los ciudadanos de La Sexta, el parado menor de 30 años y el marido de Ana Pastor, que con el más avezado e incisivo de los periodistas.

Especialmente patética resultó la respuesta del presidente a Sara Moreno, estudiante de 25 años de Guadalajara, toda su familia con contratos basura: “Desde febrero he empalmado cuatro trabajos temporales mientras sigo estudiando, a mi hermano le contratan 15 días y se va dos meses a la calle, mi padre, con 52 años trabaja sólo cuatro horas por la tarde. ¿Cree que su legislatura se puede tratar como una victoria cuando el paro juvenil es de los más altos de Europa y los trabajos que se encuentran son inestables, cuando a la gente de más de 50 años se le va la vida buscando un trabajo digno, cuando la gente del país tiene que salir para poder pensar en su futuro?”. Rajoy le contestó, atención, que en España el 75% de los trabajadores tienen contrato indefinido y que no llega al 1% los que están en su caso (precariedad).

“Los contratos temporales se han convertido en un lugar común en España”, aseguraba hace cuatro meses el Financial Times. “Los trabajadores pobres son una realidad en España ahora. El país está creando un montón de puestos de trabajo, pero sólo una pequeña fracción de ellos son para puestos estables. En junio, por ejemplo, casi uno de cada cuatro nuevos contratos duró una semana o menos. En 2007, el año antes del estallido de la burbuja inmobiliaria, era uno de cada seis. En el mismo período de tiempo, la duración media de los contratos cayó de 78 a 52 días”.

P.D.

La niñera de Podemos

Entrevistan en La Sexta a la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena. Una entrevista light, a las doce de la noche, que saca de sus casillas a la caverna: “El presentador de laSexta no tiene ninguna vergüenza. Por eso complementa las mentiras de Carmena con celo servil”, escribe el columnista de ABC Hermann Tersch en las redes sociales. “Iñaki López, la niñera de Podemos, le hace un masaje en toda regla a Manuela Carmena”, titula a todo trapo Periodista digital, el fanzine en la red de Alfonso Rojo.

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Carmena tiene todos los ingredientes para desquiciar a ultras sin escrúpulos: serenidad, educación, paciencia, experiencia, buenas intenciones, modestia… Carmena contesta a los insultos de la rabiosa Esperanza Aguirre con una bandeja de magdalenas, para desayunar juntas. “Necesitamos lo que une, no lo que separa. Una actitud de sumar, no de restar”, dice. Buen rollo. Eso es lo que transmite, una sensación de normalidad apabullante, que desmonta a quienes han tomado partido, a quienes viven la política como una batalla, a quienes han convertido el periodismo en un esperpento.

Le preguntan a Carmena por la agresividad de sus rivales. Ella habla de la necesidad de escuchar, de no caricaturizar las ideas nuevas, de la obligación que tiene la política de refrescarse. Y recuerda a los espectadores la teatralidad de la actitud de los políticos, capaces de insultarse ante las cámaras una noche y desayunar juntos unas magdalenas al día siguiente. ¿Es esa imagen de acritud, de diferencia irreconciliable, de exabrupto permanente, la que deben transmitir a la sociedad? Quizá la ausencia de ideas, de talento, de capacidad política, les obliga a vivir en el enfrentamiento.

Iñaki López no es la niñera de Podemos. Es solo un periodista que da la cara en un programa absurdo, capaz de incluir a Marhuenda e Inda en plantilla y al tiempo presumir de periodismo. Un programa que depende no de la calidad de la información que suministra, sino de la audiencia que consigue. Un programa que aprieta pero que no ahoga, que quiere seguir teniendo invitados, que se desarma en pedazos ante la sencillez ilustrada de una alcaldesa lista y entrañable: “Pues sabes lo que te digo, que yo no voy a jugar a la porrilla esa…”, respondió Carmena a Iñaki cuando este le pidió unos resultados para el 20-N.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Tristeza de la tierra

Autor: Éric Vullard.

Editorial: Errata Naturae.

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Este libro, protagonista de premios tan importantes como el Goncourt 2014 (finalista) o el Joseph Kessel 2015, habla de la decadencia de una leyenda. Y del desprecio absoluto al pueblo indio. La leyenda es William Frederick Cody, más conocido como Buffalo Bill, soldado estadounidense, masacrador de bisontes y, en el final de su vida, grotesca estrella de su propio espectáculo circense: el Buffalo Bill’s Wild West Show, una atracción que estuvo de gira durante más de veinte años y que a finales del siglo XIX convirtió a la compañía de Bill en la más célebre del mundo.

Decenas de caballos y cientos de personas formaban parte del negocio de Buffalo Bill. Un circo que crecía y buscaba reflejar toda la rudeza salvaje del Oeste norteamericano, indios incluidos: “Los pieles rojas estaban considerados como los desechos del mundo antiguo, y la consigna por entonces era que debían integrarse, escribe Vuillard. “Y así comienza el espectáculo. Un indio aparece en la pista: es el vencedor de Little Big Horn. Luce su traje más hermoso. Ladies and gentlemans, permítanme que les presente al gran jefe indio…”. Se trata del anciano jefe indio Toro Sentado, que ha llegado a un acuerdo para sumarse a la compañía a cambio de 50 dólares semanales, más un adelanto, dietas, todos los gastos pagados y el derecho exclusivo a vender sus fotografías y disponer de sus autógrafos.

Buffalo Bill envejece y enloquece: “Se cuenta que tras haber actuado decenas de veces en la representación de la batalla de Little Big Horn, al término de su vida creía de veras haber participado en ella. Por exigencias del espectáculo se había llegado incluso a modificar el desenlace de dicha batalla, dado que el público prefería un happy end.

Donde no hubo final feliz fue en la masacre, que no batalla, de Wounded Knee, en Dakota del Sur. El 28 de diciembre de 1890 un destacamento del 7º de caballería interceptó y escoltó a un grupo de indios hasta el arroyo de Wounded Knee. Un malentendido provocó un tiroteo, y los soldados dispararon indiscriminadamente sus ametralladoras Hotchkiss. “Apilaron a ochenta y cuatro hombres, cuarenta y cuatro mujeres, y dieciocho niños. Primero una fila que recubrieron con mantas viejas, luego otra hilera en sentido contrario; y así sucesivamente”.

Buffalo Bill contrató a los supervivientes y los integró en su circo: “Ya sea en Estrasburgo o en Illinois, los supervivientes de la masacre interpretarán una y otra vez la versión soft de Wounded Knee. Una versión en la que los indios y el 7º Regimiento de Caballería se enfrentan heroicamente y de la cual el ejército americano sale victorioso”. Una versión chusca de la realidad, “buffalo-billesca”, que será representada durante más de un año por toda europa.

El autor de “Tristeza de la tierra”, acertadamente subtitulado “La otra historia de Buffalo Bill”, habla del origen del reality show: “impele a los últimos actores del drama a una amnesia sin retorno”. Los indios no solo han sido masacrados, sino que se les condena a revivir eternamente su derrota.

Un libro estremecedor y emocionante, que golpea en las entrañas con un lenguaje directo que en ocasiones recuerda al Cormac Maccarthy de la trilogía de la frontera. Una gran historia, conocida en parte y enriquecida con detalles tan terribles como la compra de una niña india. Un libro imprescindible, que pide a gritos releer “Enterrad mi corazón en Wounded Knee”, el clásico de Dee Brown, y recuperar la maravillosa colección que dedicó al pueblo indio el editor José j. de Olañeta, con grandes títulos de Edward S. Curtis o biografías tan necesarias como “Toro sentado, el último indio”, de Bernard Dubant.

 

 

El retorno de Pantuflo y el Coletas

El formato está agotado. O quizá sean los protagonistas los que han tocado techo. O más bien fondo. Ignoro la razón, pero es evidente que los debates políticos se están convirtiendo en un auténtico coñazo: está todo visto y oído, las fórmulas se repiten una y otra vez, estrujan las últimas gotas de jugo a los protagonistas, dejan que se les vean las costuras, las carencias, la ausencia de contenido. Escribo después de ver en “La Sexta Noche” (La Sexta) la enésima bronca entre Pablo Iglesias y Eduardo Inda, una repetición algo más educada del penoso episodio de Don Pantuflo y el Coletas.

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Era un nuevo día de la marmota. El periodista enseñaba a cámara fotografías del Holocausto y las relacionaba con el concejal Zapata. El político defendía al concejal lapidado. Una escena que juraría haber visto con anterioridad en veinte ocasiones, en directo una vez más la noche del sábado. Y después Monedero. Y antes Marhuenda. Y los mismos economistas vende-libros. Y los mismos personajes grotescos de partido, y las mismas interrupciones groseras, y los mismos discursos tendenciosos, y la misma mediocridad intelectual. Y sobre todas esas cosas, una ausencia absoluta de talento: no espere escuchar a los tertulianos más brillantes o independientes, tendrá que conformarse con los más broncos y partidistas. “La Sexta Noche” es un gallinero: un programa repetitivo y previsible. Un programa cada vez más insoportable, e innecesario. Un circo.

Las tertulias se han convertido en shows. La Clave, el legendario programa de TVE, se encuentra a años luz. No interesa la reflexión, las ideas son aburridas, pensar no es televisivo. Buscamos el espectáculo, el berrido, el enfrentamiento, la audiencia. Jesús Maraña, director de InfoLibre, es la excepción: un tipo tranquilo y educado en un nido de grillos.

El formato, insisto, está agotado. Don Pantuflo y el Coletas ya lo han dado todo. En Atresmedia tendrían que soltarles en un ring con barro para superar ese cara a cara terrible en el que se escupían motes. 

Y aquí es donde debería aparecer la televisión pública, TVE, con un debate serio, equilibrado y decente que no buscase la audiencia, sino las ideas. Pero me temo que TVE está en otra órbita: tras el show de Bertín Osborne y Martínez-Bordiú llegó el numerito de Juan Carlos Rivero. El comentarista deportivo aprovechó el minuto 11 de la segunda parte del partido de fútbol entre España y Luxemburgo, retransmitido por La 1 de TVE, para soltar este discurso: “El 11 es un número mágico en el mundo del fútbol. Once son los jugadores que componen un equipo, el 11 reúne a dos números uno y 11 son los años que hoy cumplen muchas personas. Así que vamos a aprovechar para felicitar el cumpleaños a los que podemos denominar onceañeros, que es un cifra fantástica. A todos ellos, aunque hay uno que sabe que de aquí a la luna y vuelta. Si me permiten la licencia, 11.000 millones de perdones. Felicidades”. ¿Perdón? Se preguntará usted. Pues nada, que estaba enviando un mensaje a su hijo que ese día cumplía 11 años. Si entrevistan a la nieta de Franco, pensaría Rivero, ¿por qué no voy a poder felicitar a mi hijo?

P.D.

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La solución final

Un tertuliano de La Sexta Noche (La Sexta) muestra a cámara una foto del Holocausto. Judíos masacrados por los nazis. El tema a debate no es la persecución y el asesinato sistemático, organizado y auspiciado por el régimen de Adolf Hitler, de seis millones de personas. No. El tema del debate no es la llamada “solución final”, sino la llegada de Manuela Carmena y su equipo al Ayuntamiento de Madrid. De la misma forma en que Esperanza Aguirre percibe “odio y violencia” en los ediles de Carmena, el tertuliano cree que el ex concejal de Cultura Guillermo Zapata es “racista y xenófobo” porque sus desafortunados chistes en Twitter “no son humor… al expresar su consciente y su subconsciente”. Para dar credibilidad a tan sesudo análisis freudiano, el tertuliano levanta la fotografía con una montaña de cadáveres judíos como un trofeo, por encima de su cabeza.

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“El resurgir del fanatismo es inherente a la historia”, ha reconocido el músico húngaro György Kurtág. Una sociedad dividida en bandos, con los ciudadanos poseídos por la radicalidad de ideas irreconciliables, o eres de los míos o me odias, no beneficia solo a Rajoy y a Sánchez, líderes de los partidos que apuestan por el miedo al cambio, por la estabilidad, por prolongar la vida del bipartidismo. Una población exaltada, que sustituye la lectura y la reflexión propia por la tertulia televisiva y la columna tendenciosa, es fácilmente manipulable. Es carne de prime time.

Los grandes diarios están agotados. Intelectual, moral y económicamente. Sus propietarios ganan más dinero con las televisiones, la principal fuente de información de quienes aún no se han convertido en seres digitales. Es decir, que tanto los beneficios como el poder están en la ya no tan pequeña pantalla. ¿Trasladamos a la televisión el periodismo de calidad y el análisis sensato de la buena prensa? No, mejor fichamos a un tertulianos dispuesto a exhibir fotos del Holocausto.

La solución final sería no invitar a los debates a los tertulianos de derechas más necios, descerebrados e irresponsables del país. Sustituirlos por liberales educados y con capacidad de reflexión, que sin duda existen. Fuera Inda, Marhuenda, Rojo y todos los mindundis del ABC, bienvenidos analistas conservadores tranquilos, educados y prudentes.

Ya, pero… ¿Y las audiencias? Que vuelva mañana el de las fotos de judíos.

Un motivo para NO ver la televisión

Ángel del infierno.

Autor: Ralph “Sonny” Barger.

Editorial: Pepitas de Calabaza.

tapa Ángel del infierno

Hace unos días comentábamos una biografía de moda, la del escritor noruego Karl Ove Knausgård. Repetimos género, pero con un protagonista bien diferente y un estilo diametralmente opuesto. Ralph Hubert Barger, también conocido como Jefe y Sonny, es un motero de leyenda, un salvaje de las dos ruedas, un organizador de pandillas, un broncas despiadado que solo parece tener un verdadero amor: su Harley Davidson.

Pero cuidado, porque Sonny no es ningún descerebrado. Hábil, manipulador, encantador cuando quiere, brutal casi siempre, tiene una capacidad innata para manejar a los tipos más peligrosos con los que se cruza en el camino. “Posiblemente Barger es el motorista rebelde más poderoso y conocido del país. Tiene mucha influencia en todos los clubes de motoristas del país”, aseguran los federales en la ficha policial que ilustra la página 204. Sonny ha nacido para la carretera, pero también para mandar, para organizar, para imponer la ley del terror: “La gente opina que no es justo que ataquemos en grupo. Defendemos a los nuestros, tengan razón o no. Piénsalo bien. Si alguien le está currando a tu hermano, ¿te importa si tiene razón o no? A la mierda si está equivocado, uno lo defiende. Y si está repartiendo candela, bien, pero en cuanto le meten una, que le den a la pelea limpia. Es la mejor forma de confraternizar con un Ángel del Infierno. Si trincan a tu hermano por robar un coche, ¿no utilizarías tu casa como fianza para sacarlo de la cárcel aunque no esté bien lo que haya hecho? Nosotros lo hacemos”.

Leí “Los Ángeles del Infierno” de Hunter S. Thompson en 1980, en la edición de Anagrama. “Una extraña y terrible saga”, decía el subtítulo. Pues justo de esa extraña y terrible saga va este libro, repleto de personajes salvajes con costumbres enloquecidas.  ¿Recuerda los parches en la espalda de las cazadoras y chalecos, el símbolo de los ángeles? Ésta es su historia: “Las alas rojas y las alas negras provienen de un ritual de HAMC de los años cincuenta y sesenta. Las rojas se consiguen tras comérselo a una mujer que tenga la regla y las negras si se come el de una mujer negra. Algunos miembros las consiguieron a la vez”.

En cualquier caso, Hunter S. Thompson no dejó un buen recuerdo en Sonny y sus ángeles. Corría 1965, y el escritor les pasó dos cajas de cerveza a los clanes de Oakland y Frisco para que le permitieran acompañarle en sus correrías. En principio fue bien, les gustaba su estilo, pero… “Conforme fue pasando el tiempo, resultó ser un flojo y un cobarde perdido. Ahora escriben que se pasea por su casa con pistolas y dispara por la ventana para impresionar a los escritores que quieren entrevistarle. Puro pastel… Era un típico paleto de Kentucky alto y delgado. Era muy falso”. George el Yonqui acabó dándole una soberana paliza.

Divertidas anécdotas, y fantásticos perfiles de sus asilvestrados colegas (Cisco Valderrama, Zorro, Bob el Limpio, Animal, Magoo…), en un libro que apesta a tubo de escape, a sobaco sudado, a drogas y cerveza caliente, a tipos en constante bronca.

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