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Comunicación

En el Telediario de TVE se burlan de que Pablo Iglesias ha escrito un tuit con un error ortográfico. Al líder de Podemos se le coló una h en un texto que envió cuando se encontraba encerrado en un ascensor con otras seis personas. Toda una noticia, qué duda cabe. Quizá no una exclusiva para abrir un Telediario, pero sí un dato que deben conocer los ciudadanos. Un fallo que da cuenta de la ignorancia del coletas, y confirma que en caso de gobernar cerrará escuelas y universidades, degollará a los superdotados e incluso suprimirá el nuevo programa de Sánchez Dragó de la televisión pública.

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Cuestión de piel. De sensibilidad. El Gobierno de Mariano Rajoy ha reconocido tanto su falta de empatía con los ciudadanos como sus dificultades para comunicar. TVE es una prolongación de ese gobierno, y por tanto no debería extrañarnos su ausencia de feeling. Para algunas cosas, porque para otras están sobrados de sensibilidad. Ahí tienen otro Telediario, el de ayer a las tres de la tarde. El presentador conecta en la despedida con Grecia para ofrecer la última hora del corralito…

“¿Siguen las colas en los cajeros?”, pregunta el presentador a las 15:44.

“Sí”, responde el enviado especial a Atenas. Y en la pantalla se ve esta imagen…

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“Tan pronto como se forman vuelven a dispersarse”, aclara el enviado especial de TVE. ¡Coño, como en España! Se forman las colas en los cajeros, y luego… el personal se dispersa. Como las manadas de hienas, una vez saciado su apetito de sangre. Perdón, de dinero.

La clásica televisión pública antigobierno, que diría Rafael Hernando

P.D.

¿Ven como al final son todos iguales?

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Un motivo para NO ver la televisión

El condominio.

Autor: Stanley Elkin.

Editorial: La fuga.

9788494309632

Marshall Preminger recibe como herencia de su padre, que acaba de fallecer, un apartamento en una lujosa urbanización de Chicago. Aburrido, hipocondríaco y pusilánime, Marshall es un profesor de 37 años que arrastra una vida soporífera. Se traslada a la ciudad del viento para encargarse de los trámites funerarios, pero acaba dejando su trabajo e instalándose en la casa del padre, amueblada con piezas caras y rodeada de vecinos muy especiales, mayores y burgueses, sin hijos, racistas, cotillas. Prácticamente una secta.

“Casi mil personas. Muchas ciudades pequeñas no tienen tanta población. Prácticamente somos un gobierno. Somos un microcosmos. Si aquí logramos que todo funcione. ¿por qué no los consiguen fuera? ¿Me sigue? La respuesta es sencilla. ¿Dónde están los negros? ¿Dónde están los puertorriqueños? La respuesta es sencilla, querido Marshall: no los hay. No solo somos una comunidad, ¡somos un gueto! Usted sabe de estas cosas, es un estudioso. Atenas era un gueto. Roma también”.

El condominio es un gueto al margen del resto del mundo, con sus propias leyes, sus jefes, sus jerarquías. Marshall conoce a una vecina con la que su padre tuvo relaciones, a los líderes del gueto, a los miembros de una comunidad cerrada que exige su colaboración: “Aquí tenemos un pedazo de Chicago que nos pertenece, ¿me entiende? Lo que hagamos aquí no le importa a nadie más que cualquier cosa que pase entre mayores de edad es legítimo, no hablo de cochinadas, ya me entiende. Se trata de un principio extraordinario, un principio extraordinario. Una de las ideas brillantes del hombre occidental”.

Marshall tiene crisis de fe. Cree y deja de creer sucesivamente en el condominio. Stanley Elkin lo cuenta de manera intensa, en ocasiones con gran tristeza y en otras con enorme humor negro. Un gran descubrimiento este escritor neoyorquino criado en Chicago, que jamás consiguió en vida el reconocimiento que merecen obras como ésta: “Lo que tenga que pasarle a mi carrera, espero que sea antes de que me muera”, le dijo en una ocasión a Tom LeClair, autor del interesantísimo prólogo-perfil de Elkin. Una agradable sorpresa.

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