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Pedagogía permanente revisable

Pedro Sánchez, líder socialista en el alambre, ha firmado un pacto antiterrorista con el presidente del Gobierno Mariano Rajoy. El pacto incluye la prisión permanente revisable, que viene a ser la cadena perpetua de toda la vida pero con vaselina. La línea roja que prometieron no cruzar jamás. Con la tinta aún fresca se han hecho una fotografía, en la que Sánchez se deja la poca credibilidad que le quedaba y se consolida como muerto viviente: “Me gustaría que hubiese más acuerdos de fondo como el que hemos firmado para luchar contra el terrorismo”, ha dicho Sánchez durante una conferencia impartida en el Círculo de EconomíaSusana Díaz, recuperada milagrosamente de la gripe que le impidió asistir a la convención socialista del pasado fin de semana en Valencia, sonríe desde la invisibilidad que le concede ser la sombra, la mala sombra, de Sánchez. Si parpadeas, te apuñalo. Su navaja de siete muelles aún tiene sangre de Izquierda Unida

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Así las cosas, en el PSOE dicen que lo que tienen que hacer es pedagogía. Explicar bien su política. Demostrar que son un grupo unido, una piña, una opción de futuro. Esclarecer cualquier duda sobre el liderazgo. Demostrar que su partido, lejos de ser un nido de víboras, es una alternativa de izquierdas al bipartidismo, que como hoy todo el mundo sabe está formado por PP y Podemos.

La pedagogía es la mejor inversión, qué razón tienen. Si la Consejería de la Presidencia andaluza, que se ha gastado mil millones en comunicación en los últimos cinco años, de ellos 574 bajo mandato de Susana Díaz, hubiese invertido ese dinero en pedagogía, ahora toda España sabría que el PSOE es un partido con ideas, socialista y obrero hasta la médula, sin miserias internas, en el que las ambiciones personales quedan arrinconadas en favor del interés ciudadano. Lástima que lo hayan invertido en comunicación.

Susana Díaz ha vetado la presencia de Pedro Sánchez en la precampaña andaluza. Normal. No querrá que su líder de paja quede manchado por el caos que reina en una sanidad andaluza en la que 8.500 trabajadores temporales están pendientes de renovación. No querrá que Sánchez le recuerde que el 58% de los votantes socialistas andaluces no quieren que Díaz se presente a las primarias.

Con Sánchez y Díaz en fraternal hermandad, todo por los ciudadanos, el PSOE se desmorona, se descompone, se desintegra. Cualquiera que sepa algo de pedagogía permanente revisable comprenderá que la culpa es de Izquierda Unida, por no dar la estabilidad necesaria al Gobierno andaluz, y de Podemos, que hace promesas bolivarianas a unos ciudadanos de izquierdas que, no lo olvide, pertenecen en exclusiva a Ferraz.

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Un motivo para NO ver la televisión

Yo, asesino.

Autores: Antonio Altarribia y Keko.

Editorial: Norma.

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Blanco y negro radical, sin apenas grises, dureza de pedernal, para una historia que solo admite pinceladas en rojo sangre. Y es que un asesino artista, un filósofo del dolor y la muerte, está suelto y es muy activo. Viaja de la universidad a la sala de exposiciones, de la conferencia a la biblioteca, del apuñalamiento rápido y voraz a la tortura meticulosa y precisa.

El protagonista, un cincuentón bien parecido llamado Enrique Rodríguez, es profesor de historia del Arte en una universidad del País Vasco. Sus compañeros discuten con dureza sobre el terrorismo de ETA. Él piensa que matar no es un crimen, es un arte. Pero no con bombas o metralletas, sino con la sensibilidad artística de un poeta, de un pintor, de un psicópata. “Se apuñala, se envenena, se decapita… A traición o por decreto… A los extraños y a los de la propia estirpe… Todo para despertar el camino hacia el trono… es lo que yo llamo la Vía Macbeth”, reflexiona un intelectual que cree que “el poder es siempre asesino… Se mata para conquistarlo y también para conservarlo”.

“Yo, asesino” es un cómic de sorprendente complejidad. Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952), Premio Nacional de Cómic con “El arte de volar”, trabaja de nuevo junto al dibujante Keko (Madrid, 1963) en una obra que despelleja no solo cuerpos, puesto que arremete contra el mundo del arte contemporáneo y de la universidad.

“Yo quería que reflexionáramos sobre hasta qué punto matar nos es algo ajeno, de locos y dictadores, o si llevamos dentro la pulsión asesina. En Mentes criminales o Dexter el asesino en serie es perverso, sádico y frío pero yo me he mirado en el espejo. ‘Todos somos asesinos’, dice el protagonista, pero leyendo el libro nadie parece sentirse aludido. Eça de Queirós lo plantea en un relato. Parte de que crees que nunca matarías a alguien a quien quieres, a alguien cercano, pero cada vez te sitúa la víctima potencial más lejos de tu afectividad y más fácil de asesinar hasta que te dice: imagínate que tienes una campanilla y si la tocas, en el otro extremo del mundo un mandarín tiránico, rico y viejo morirá y tú heredarás su fortuna y no te pasará nada. ¿Cuántos tocarían la campanilla? Te pone el espejo delante”, afirma Altarriba. “El asesinato está en nuestras vidas, seguimos asesinando -señala-. Los occidentales con una guerra maquillada, con drones e imágenes de videojuego. Los islamistas, con primeros planos de decapitaciones, exhibiéndose. Y con la crisis, no solo con los desahuciados que se suicidan sino con asesinatos profesionales, cuando te dicen que te reinventes, anulando tu vocación y tus deseos, según las necesidades del mercado”.

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