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Con toda la humildad

“Si eres joven, y español, eres del PP aunque no lo sepas”. Pablo Casado.

Este es el mantra elegido por Pablo Casado, flamante nuevo vicesecretario de comunicación del Partido Popular, para intentar ganarse la confianza de los ciudadanos. “Con toda la humildad…”, repite una y otra vez Casado en su gira mediática, de plató en plató, de radio en radio, de entrevista en entrevista, en un desesperado intento por cambiar la imagen de soberbios, altivos, chulos, mangantes, mentirosos y corruptos que arrastran los populares. “Con toda la humildad…”, insiste siempre que puede un Casado que procura maridar esa frase con unos ojitos candorosos y lastimeros que recuerdan a los del gato de Shrek. Y a los de Albert Rivera, otro de esos implacables depredadores camuflados en cuerpos de tiernos ultraliberales.

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Casado quiere “comunicar”. Dice Rajoy, el ideólogo de la banda, que están donde están porque no han sabido “comunicar”. Es decir, que la culpa no es de la financiación ilegal, los sobresueldos, el dinero negro, las cuentas en Suiza o Esperanza Aguirre. No. La culpa está en no saber “comunicar”. Y ahí es donde aparece Casado, tertuliano agresivo con la lección perfectamente aprendida, “con toda la humildad…” y una misión: dar la cara que no ha dado el presidente, un tipo incapaz de construir una frase interesante, de improvisar una idea, de transmitir sensaciones positivas. Una misión imposible: “El SMS de Rajoy a Bárcenas fue un engaño de Bárcenas al presidente”, dijo Casado el sábado en La Sexta.

“Con toda la humildad…”, insiste Casado. ¿Qué fue de aquel furioso mitinero que, con mirada de azor y las venas del cuello en ebullición, llamaba “carcas” a “los de izquierdas” y se burlaba de “las fosas de no sé quién”? Pues que es historia. El nuevo Pablo Casado rezuma piel, es todo sensibilidad y bonachonería, habla de su “hipotecón” y de esos niños que ven cómo su padre en paro se queda en casa en pijama cuando ellos se van al colegio. Piel de gallina. En pocos días le veremos abrazando inmigrantes, no le quepa duda. Lo hará “con toda la humildad…”, ejecutando ese rictus risueño con el que quiere que olvidemos la ejemplaridad de sus antecesores, sus “se fuerte Luis”, sus quiebros a la prensa, sus plasmas y su desprecio por los ciudadanos.

Tenemos que valorar el enorme esfuerzo que está realizando Pablo Casado para llevar a cabo esta pantomima, para convertir su soberbia en propaganda, para disimular la incapacidad del líder. Disfrutemos con su sonrisa virginal y su “con toda la humildad…”. Es un político en la cumbre de su carrera que, como se puede deducir si seguimos su carrera mediática, no es un actor, sino que ha sido citado en calidad de actor.

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Un motivo para NO ver la televisión

La muerte del padre.

Autor: Karl Ove Knausgård.

Editorial: Anagrama.

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Karl Ove Knausgård es un escritor noruego al que comparan con Proust. Por su literatura profunda y emotiva, y también por lo grandioso de su proyecto. Ha escrito veinte páginas al día durante tres años. Reconstruir los pormenores de una vida, la suya, en 3.600 páginas, seis volúmenes autobiográficos, que no tienen desperdicio. “Escribir es sacar de las sombras lo que sabemos. No de lo que ocurre allí, no de qué clase de actos se realizan allí, sino del allí en sí. Ese es el lugar y la meta de la acción de escribir. ¿Pero cómo llegar hasta ese punto?”.

“La muerte del padre” causó un enorme revuelo en el país de Knausgård. No solo por el título de la obra al completo, “Mi lucha”, sino por lo descarnado de las historias que se cuentan. Algunos de los familiares del autor le denunciaron. Pero cuidado, no estamos ante un reality literario: este primer volumen es una invitación a conocer la vida de un tipo atormentado, acosado por las sombras y las dudas, con dificultades para relacionarse y hasta para disfrutar con normalidad una vida familiar: “Cuando lo que me ha mantenido en marcha durante toda mi vida de adulto, la ambición de llegar a escribir algo grande algún día, resulta amenazado, mi único pensamiento es que tengo que huir… Se me saltan las lágrimas cuando veo una hermosa pintura, pero no cuando miro a mis hijos. Eso no significa que no los quiera, sólo significa que el sentido que proporcionan no puede llenar una vida. Al menos no la mía”.

En estos tiempos de minimalismos, prisas, deconstrucciones y textos breves, el desafío propuesto por Karl Ove Knausgård podría parecer inabordable. Error. Hay que vencer la pereza que pueda producir el reto y sumergirse en la vida de este hombre a veces simple, en la mayoría de ocasiones complejo, que se desnuda ante sus lectores en un ejercicio de sinceridad sin parangón. Imprescindible.