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Drugstore cowboy

Un motivo para NO ver la televisión

Drugstore Cowboy

Autor: James Fogle.

Editorial: Sajalín.

Unknown

Hay libros que tienen el destino determinado, que parecen haber sido escritos para ser publicados en una editorial concreta. Aquella que se ajusta mejor a su carácter, a su temática, a sus personajes, a su autor. “Drugstore Cowboy” no tenía otra alternativa que formar parte del catálogo de Sajalín. Y el lector lo comprende antes incluso de leer una sola línea: en la solapa, tras la portada, una fotografía en blanco y negro del autor en su ficha policial. Carne de chirona, ladrón de leyenda y drogadicto profesional, James Fogle protagoniza una obra que engancha más que el caballo, que se lee de una sentada, que es capaz de arrastrarnos de la carcajada a la pesadilla en la misma página.

“- Dios mío, si es el chorizo drogadicto de mi hijo y la chiflada ninfómana de su mujer. Esconded la plata y el televisor, guardad las medicinas en los armarios y no soltéis las carteras.

- Joder, mamá, ¿Cuándo he robado yo en tu casa? Dime una cosa que te haya quitado alguna vez. Venga, solo una.

- Nunca he dicho que cogieras nada, yonqui desgraciado. Solo estoy repitiendo lo que dicen en la tele, y si lo dicen tantas veces, debe ser verdad. Mira cuánto tiempo has pasado en la cárcel. Sé que el estado no te ha mantenido la mitad de tu vida por ser tan bueno. Eres un peligro, Robert, eres un peligro repugnante y un malhechor, y todos nosotros, que somos buenas personas, tenemos que pagar tus buenos ratos con más impuestos. También dicen eso en la tele.

- Sí, bueno, tendré que llevarme de aquí esa maldita televisión si sigues viendo esa basura. ¿Por qué no ves las películas de miedo y de asesinatos como hace la gente normal?”.

El protagonista de este libro no es un chorizo de medio pelo: es un especialista. Concretamente un enamorado de las farmacias, y de sus productos más selectos. Le gusta drogarse, y mucho, pero lo cierto es que disfruta casi tanto consiguiendo el material de manera ilegal: montando un número teatral en la farmacia, haciendo un agujero en el techo del local, por la fuerza… Fogle es delincuente romántico, que parece adorar su forma de vida. Tanto como desprecia a sus compañeros de aventuras, maleantes aficionados que nunca están a su altura.

“No importa cuánta droga hayas pillado hoy, el mañana siempre va a ser una mierda. Así que tienes que seguir mirando adelante. Joder, nunca te prometí un jardín de rosas. ¿Quién te dijo que ser una drogata era pan comido? Coño, es la hostia de duro, eso es. No es otra cosa que trabajar a  destajo de sol a sol. No hay ni un solo currela de la construcción, haciendo dos turnos al día, que saque adelante tanto trabajo y se estrese tanto como nosotros, y lo sabes. Y una vez que aflojas, estás perdido. En ese caso más te valdría coger una pistola y volarte la sesera, porque a un drogota perezoso no le queda otra que ir a parar a la cárcel o depender de si mismo y vender su culo a cambio de cualquier cosa. ¿Te gustaría eso? ¿Pasarte las noches en cualquier puticlub miserable chupándosela a viejos pervertidos para sacarte dinero suficiente como para sentirte bien por la mañana? ¿Crees que te gustaría más eso?”.

Es evidente que Fogle sabe de qué habla, de qué escribe. Cuando cuenta un atraco puedes oler el miedo en el sudor del farmacéutico, cuando se mete un chute casi te viene el subidón al pecho. Por eso es un placer sumergirse en sus enloquecidas aventuras, y conocer las relaciones que mantiene con otros drogotas, con la policía o con su madre. El placer primitivo e intenso que solo proporcionan los narradores salvajes, los escritores auténticos.