You are currently browsing the El Descodificador posts tagged: J.R. Moehringer


Españoles, El Mundo ha muerto

Me cuenta un colega que Unidad Editorial ha despedido al director de El Mundo David Jiménez, y que ha puesto como director en funciones a Pedro García Cuartango. Dos tipos interesantes, buenas personas, muy diferentes a nivel profesional, que coinciden en una cosa: como la chica de los Burning, están fuera de lugar. ¿Qué hacen unos chicos como vosotros en un sitio como éste? Un reportero y un filósofo no es lo que necesita El Mundo. El periódico construido por Pedro J a su imagen y semejanza, piensen bien en este detalle estremecedor, lo que necesita es un milagro.

Me comentan detalles del despido de David Jiménez. Pincho en la web de El Mundo, ocho de la noche del miércoles, y me encuentro con una foto de Albert Rivera rodeado de micrófonos y focos. Abriendo el diario, esa imagen grotesca y un titular en campaña: “Rivera ataca a Podemos desde Venezuela: Unos vienen por dinero, otros para ayudar´”. Y pienso: ¿Esto es todo lo que puede ofrecerme uno de los grandes diarios de este país? Lo raro no es que hayan despedido al director, lo verdaderamente extraño es que no hayan cerrado ya el periódico.

Captura de pantalla 2016-05-25 a la(s) 20.20.53

El Mundo está muerto. Lo mató Pedro J con su periodismo agresivo y trafullero, con su excesivo protagonismo, con el momento más triste y vergonzoso en la historia del periodismo en nuestro país (11-M), con su fábrica de periodistas clónicos adoctrinados para buscar “el lado oscuro” de la información.

Un muerto no necesita periodistas. Ni reporteros, ni filósofos. Solo un entierro digno. O el famoso milagro: el retorno del monstruo, de un Pedro J-taeistein capaz de dar cuatro tajos al cadáver, zurcir aquí un brazo, remendar allí un páncreas, recuperar una entrevista con Trashorras (el del Rayo no, el otro), y pegarle un calambrazo de cojones para poner en marcha el nuevo engendro, un walking dead de chichinabo capaz de competir con okdiario, su gran rival en estos momentos.

P.D.

Un abrazo fuerte para mis ex compañeros de El Mundo, acosados por los ERE y la inestabilidad profesional. En esa redacción hay algunos capullos, para qué vamos a negarlo, pero también muchos y muy buenos periodistas. Suerte.

Un motivo para NO ver la televisión

El campeón ha vuelto

Autor: J.R. Moehringer.

Editorial: Duomo.

AAFF_Cubierta_NEVO AMORES.indd

El post de hoy va de periodismo. De la crisis del periodismo. De eso precisamente habla el escritor norteamericano J.R. Moehringer en la introducción a este libro, un reportaje largo fechado en 1997 y editado en España sin duda a rebufo del éxito de “El bar de las grandes esperanzas”. Otra cosa que agradecer a esta gran obra sobre garitos, bebidas, padres e hijos, derrotas y sueños.

“A mí el periodismo me encantaba, pero en aquel periódico, en aquella época, el periodismo no se ejercía noblemente. Sobre todo, aunque no enteramente, por culpa de la difícil situación económica, se tomaban decisiones motivadas por el pánico. Se daba prioridad a las noticias de última hora. Se consideraba que la manera más rápida de recuperar peso y rentabilidad era competir con los incontables canales de televisión que proliferan a nuestro alrededor”.

Moehringer vivió momentos duros en el periódico en que trabajaba. Presiones, despidos, dudas profesionales… ¿Tengo futuro en este trabajo o debo buscarme la vida? Afortunadamente eligió seguir contando historias. No escribir noticias, eso es otra cosa: “En realidad solo hay dos tipos de historias en el mundo: las que los demás quieren que cuentes y las que quieres contar tú. Y nadie va a dejarte así, sin más, contar las segundas. Tú tienes que pelear para ganarte ese privilegio, ese derecho”.

Nuestro hombre tenía la historia, un reportaje sobre un boxeador de los años 40 y 50 que, tras algunos buenos combates, había desaparecido. Se llamaba Bob Satterfield, pero todos le llamaban “Campeón”. Vagabundeaba por las calles, bebía whisky barato y guardaba sus pertenencias en un carrito de supermercado que arrastraba del comedor social al albergue. Moehringer le localiza, le da la mano y cinco dólares, y se sumerge en una vida de luces y sombras en la que nada es lo que parece.

Como no podía ser de otra manera, si ha leído usted “El bar de las grandes esperanzas” seguro que me entiende, Moehringer encuentra posos de su padre en las cicatrices del viejo púgil: “Cuando el hombre hundido en su valor es tu padre, la angustia se cuadriplica y tu virilidad no sangra, se desangra. A veces la angustia alcanza un crescendo de tal magnitud que, simplemente, desobedeces a tus ojos. Cualquier cosa con tal de frenar la hemorragia”.

“El campeón ha vuelto” es un reportaje corto e intenso que podría haber supurado testosterona, pero que prefiere husmear en los rincones de la derrota, de la soledad, de la mentira piadosa y la verdad insoportable. “A veces golpear a un hombre es la respuesta más satisfactoria al hecho de ser hombre. Perturbador, tal vez, pero ahí está”, escribe el periodista recuperado para la causa en un reportaje de boxeo que habla de la vida.

Una obra para guardar junto a “En la cima del mundo”, de Norman Mailer, y “Del boxeo”, de Joyce Carol Oates. Un libro que va más allá de las doce cuerdas, de la semblanza biográfica o de la narración deportiva: es periodismo en estado puro.

Juguetes rotos

- Papá, tengo hambre.

– Esperate un poco que tengo que echar la quiniela.

– Jo…

Esta conversación tuvo lugar a las once de la mañana del pasado sábado en uno de los mercados más tristes de España: el de juguetes usados de Talavera de la Reina. Padre e hijo paseaban entre familias que vendían balones despellejados, DVDs de Pipi Calzaslargas, superhéroes desmontables a los que les faltan extremidades, dinosaurios de saldo y sillitas para transportar bebés en los coches. Las familias arrastraban maletas con ruedas y bolsas del Carrefour repletas de cachivaches, tendían una tela en el suelo, junto a los restos de la muralla, y desplegaban sobre ella el arsenal de muñecos, pizarras, botas de fútbol y madelmans.

La escena tiene mucho de patética. No solo por los trapos y los trastos en oferta, una imagen casi de post guerra, sino por los rostros de padres e hijos convertidos por una mañana en vendedores ambulantes. No hay sonrisas, ni diversión, ni curiosidad, ni juegos. Hay necesidad.

Volviendo a casa en el coche escucho en la radio que Mariano Rajoy ha inaugurado su gira de precampaña (¿Never Ending Tour?) ante el 20-D en Valencia: “La economía española necesita gente con experiencia, los que le estamos dando la vuelta a la situación económica a este país”, dice el presidente ante su público, que es el de Camps y Rita Barberá. Sabias palabras pronuciadas solo unas horas después del aumento del paro registrado, 26.087 desempleados más en septiembre en las oficinas públicas. Aunque quizá se refería a que acabamos de enterarnos de que Rodrigo Rato, el gurú del Partido Popular, el cerebro que diseñó la política económica que nos ha traído aquí, facturaba sus conferencias a través de una empresa energética por aquello de que la pasta en lugar de a Hacienda llegara a VivaWay, una firma domiciliada en Londres y administrada desde el paraíso fiscal de la Isla de Guernsey.

Gente con experiencia, los que le están dando la vuelta a la situación económica a este país.

 

Un motivo para NO ver la televisión

El bar de las grandes esperanzas.

Autor: J.R. Moehringer.

Editorial: Duomo.

Unknown

Compre usted de inmediato este libro. Y disfrute de una historia conmovedora repleta de personajes absolutamente inolvidables. Entre en El bar de las grandes esperanzas y comprenda por qué la lectura puede convertirse en un placer inigualable, en una experiencia mágica, en un torrente de emociones. El escritor estadounidense J.R. Moehringer ha conseguido con esta obra el premio Pulitzer. Lógico. Son las 450 páginas más palpitantes y llenas de vida con que me he encontrado en meses. Son un homenaje a la literatura, a los lazos de sangre, a la bebida como religión, a las raíces y la memoria, a los niños que crecen y a los hombres que solo pretenden ser buena gente y se quieren en silencio.

El bar, que se llama Dickens pero será rebautizado como Publicans, es el centro del universo del protagonista del libro, un J.R. Moehringer abandonado por su padre cuando era niño. El lugar donde se refugian todos aquellos que sustituyen de aquella manera la figura paterna. Hombres que se fijan en él, que hablan con él, que le enseñan en qué consiste la vida: “Me enseñaron a atrapar una bola con efecto, a sujetar un hierro del nueve, a lanzar la pelota de fútbol en espiral, a jugar un Stud de siete cartas. Me enseñaron a encogerme de hombros, a fruncir el ceño, a aguantar como un hombre. Me enseñaron a estar, y me juraban que la postura de un hombre es su filosofía. Me enseñaron a decir “joder”, a decir “coño”, a decir “puta”, me hicieron entrega de aquellas palabras como si fueran una navaja de bolsillo o un buen traje, algo que todo niño debería tener”.

JR vive con su madre en casa de sus abuelos, un lugar enloquecido refugio de familiares sin recursos, y escucha a su padre, la voz, en la radio. Es disc jockey. Es su obsesión. Una ausencia que marca profundamente al protagonista de una obra autobiográfica que gira alrededor de la barra de un bar: “Allí había todo tipo de personas -agentes de bolsa y ladrones de bancos, atletas e inválidos, madres y supermodelos- pero todos éramos uno. A cada uno le había herido algo, o alguien, y todos acudíamos al Publicans porque a la tristeza le gusta la compañía, pero lo que se busca, realmente, es el gentío”.

El bar de las grandes esperanzas no es, pese a que en la mayoría de sus páginas se bebe sin medida, un libro de borrachos. El autor no ama el alcohol como hace, por ejemplo, Kingsley Amis, sino el bar, el lugar de encuentro, la madriguera. “El Publicans es la lámpara de Aladino de Long Island -dije-. Pides un deseo, frotas un poco el bar, y listos. Aladino, alias el Publicans, provee”.

El bar de las grandes esperanzas está lleno de pequeñas historias monumentales, de hombres y mujeres interesantes, de situaciones emocionantes y delirantes, y de diálogos absolutamente brillantes. J.R. Moehringer sabe escribir, es evidente, pero sobre todo sabe escuchar: traslada al papel las conversaciones de bar de manera rigurosa, primorosa, escalofriante. Y con todo ello, historias y diálogos, construye el proceso de formación de un chaval sin padre que busca su identidad en un mundo sumergido en cervezas y cóctels.

El protagonista entra al bar, busca a su tío/camarero Charlie, le pide un escocés y le cuenta que ha dejado a su novia: “El me apuntó al pecho, brindó conmigo y bebimos. Por mí. Por los Mets. El 25 de octubre de 1986, después de que hubiera perdido el gran amor de mi vida, el tío Charlie declaró -nadie lo escuchaba, pero me gustó oírselo decir- que su sobrino era un ganador”.

Deje lo que esté haciendo y corra a la librería. Hágase ese favor.