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Los reyes del ring

“Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”. Immanuel Kant.

El post de hoy va de grandes números, enormes anillos y gruesos collares, descomunales limusinas, montones de millones de dólares… El post de hoy va del combate del siglo, una pelea a puñetazo limpio entre dos seres humanos evolucionados retransmitida por una gran cadena de televisión a un precio módico, o quizá no tanto: 12 euros en España, una pasta, 99 dólares en Estados Unidos, algo sencillamente acojonante. La recaudación del PPV: 300 millones de dólares. Normal. Se trata, dicen, del evento más exclusivo de la historia del deporte, aquel que enfrentó al norteamericano Mayweather y al filipino Pacquiao.

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Canal + montó un set con público en el que no faltó nadie: estaba incluso Ramoncín. “Se pegan como si se debieran dinero”, dijo uno de los comentaristas del combate del siglo. “Le está cayendo la del pulpo”, añadió otro especialista. Lenguaje tabernario para un evento cuya importancia radica en las cifras: “una bolsa garantizada de entre 250-300 millones de dólares, 74 millones de taquillazo por 16.800 butacas, los 2.3 millones del pantalón de Pacquiao, los 5.7 de la cervecera Tecate en el centro del ring, los 35 millones en derechos internacionales que se han pagado desde los 150 países donde se retransmite, los 390.000 dólares pagados por alguna butaca de ring side…. En Filipinas la verán entre 96 y 98 millones de personas en abierto y en México más de 60 millones por Azteca y Televisa -ocasión única- con unos minutos de retraso. Porque una entrada que valía 10.000 dólares está en la reventa a más de 150.000 y es de las medianas, porque la más barata costaría 45.000 dólares en la reventa”.

El post de hoy va, decía, de grandes números, enormes anillos y gruesos collares, descomunales limusinas, montones de millones de dólares… Pero no solo de eso. Ni tampoco de la violencia primitiva e irracional que acompaña a un combate de boxeo, deporte despiadado que practican individuos sin futuro (“Mientras haya pobres, habrá boxeo” José Sulaimán, ex presidente del Consejo Mundial de Boxeo), generalmente hispanos, afroamericanos o asiáticos, para regocijo de aficionados a la furia y la crueldad de diferentes calañas. Mientras me disponía a ver el combate, por si el acontecimiento televisivo de la década merecía una reseña, recordé una noticia de esas que te ayudan a volver a creer en el ser humano: “Una acalorada discusión sobre la filosofía de Kant, termina en un tiroteo sangriento”.

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Dos hombres se pelean no por una bolsa de millones de dólares, sino para dilucidar cual de los dos era el más fiel seguidor del filósofo alemán. ¿No es emocionante? “Yo le admiro más que tú”, diría uno al tiempo que soltaba un gancho de derecha. “De ninguna manera, yo le admiro más”, insistiría el otro mientras le quitaba el seguro a la pistola. Argumentos a la altura del pensador europeo, defensor de la idea de que “la felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación”.

No sabemos quién ganó la pelea de Rusia, los auténtico reyes del ring. La de Las Vegas, Mayweather, bautizado como “el rey del pay per view”.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Los reyes del jaco.

Autor: Vern E. Smith.

Editorial: Sajalin.

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Terminé de leer “Los reyes del jaco” y comencé a ver el combate entre Mayweather y Pacquiao. Todos los personajes de este libro hubiesen vendido su alma al diablo, si Satanás hubiese querido para algo semejantes colección de espíritus podridos, por asistir a esa velada. Una velada en la que, por cierto, no habrían desentonado lo más mínimo pese a situar sus vidas en el comienzo de los años 70. Concretamente en el Detroit de 1972. Tipos con abrigos de chinchilla, grandes joyas en los dedos y el cuello, botas de cueros exóticos, cochazos tapizados con imitaciones de piel de leopardo en los que los altavoces escupen canciones de los Temptations

Negra sobre negros. Así es esta novela demoledora, que se lee como se aspira una raya de buena coca, con los ojos como platos y esa ansiedad que provocan los placeres salvajes. Una novela directa como un gancho al hígado, sucia como los picaderos de droga en cadena por los que corren las ratas, demoledora como un chute de heroína de Nueva York, sin cortar, sin lactosa, sin piedad. “Los reyes del jaco” es un viaje a los Estados Unidos del año en que Lou Reed lanza “Transformer”, su primer disco en solitario, ese que arranca con “Vicious” e incluye un paseo por el lado salvaje. El Brooklyn del cerebro de la Velvet Underground no estaba mal, pero era un balneario para jubilados si lo comparamos con los suburbios de Detroit, barrios miserables sembrados de camellos, chulos y lumis en los que todo el mundo procuraba llevar al menos una Magnum del 47 en el bolsillo. Barrios pobres en los que mandaban los reyes del jaco, los que estaban y los que querían sustituírles.

“Dijo que un traficante cualquiera le saca más pasta a treinta gramos de heroína que él a diez putas. Todavía recuerdo los tiempos en que los chulos eran los reyes. Ahora solo hay reyes del jaco”. Willie McDaniel reina en el negocio de la heroína, pero el joven Lennie Jack quiere su trono. Jack da el palo a McDaniel, lo que significa gloria o muerte. La policía mete la nariz en el asunto. Y todo se enreda, se complica, se cubre de polvo y sangre, en una aventura protagonizada por personajes brutales capaces de hacer cualquier cosa por salvar su culo.

Personajes como T.C. Thomas, “el increíble hombre de las pipas”. Aquí le tenemos, con una bolsa de pollo frito Church al volante de un Fleetwood amarillo: “Llevaba su habitual abrigo de visón de tres cuartos y la Magnun del 357 en la cintura. En el coche había otras diez armas de fuego: dos Magnum debajo del asiento; otra escondida en la guantera bajo un montón de servilletas de papel; una 45 y una 32 bajo el asiento del acompañante; un par de 38…”. Un tipo desconfiado. O precavido. O ambas cosas.

“Los reyes del jaco” es mucho más que una historia de drogatas en el Detroit de comienzos de los setenta. Es una historia de ambiciones y violencia en un mundo en descomposición, en el que suenan por igual canciones de Aretha Franklin y disparos de escopeta. Mueren algunos hombres y mujeres. Otros mienten, delatan, engañan, roban… Supervivientes que se mueven, sin futuro y armados hasta los dientes, en un submundo oscuro, apestoso y sangriento en el que quien en verdad reina es el caballo. Vernon Emile Smith lo cuenta de la mejor manera posible, dejando al lector aturdido, sorprendido, sin aliento. Un clásico absoluto.

CC