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Eurosordera

¿Buena melodía? ¿Un estribillo pegadizo? ¿Una letra emocionante? ¿Una interpretación impecable? Nada de eso tiene importancia, como muy bien nos enseñaron en la pasada final de la Copa del Rey, cuando hablamos de música para grandes colectivos. En estos casos el factor fundamental es el volumen. Los seguidores del heavy metal dirán que ya lo sabían, pero a los de Eurovisión seguro que les pilla por sorpresa. Pastora Soler quedó relegada a la décima posición porque en la mesa de mezclas del festival no estaban las personas adecuadas: el realizador del fútbol de TVE, el técnico de sonido del Vicente Calderón o el mismísimo Ilham Alíyev, presidente/dictador de Azerbaiyán, el país organizador.

Si TVE quería que España ganase Eurovisión tenía que haber subido el potenciómetro del volumen a tope cuando Pastora interpretó esa basura llamada “Quédate conmigo”. ¡Caña al mono! Como hicieron con el himno de España en el Calderón, para que usted me entienda. Como hubiera hecho el dictador Alíyev, anfitrión del festival, para silenciar y reprimir a su pueblo. Un gesto de rebeldía para con esa Europa que no quiere outsiders. Europrisión.

Subir el volumen, en un estadio con 55.000 personas, en un festival con 125 millones de telespectadores o en una conversación en un bar, es una garantía de éxito. ¿Una falta de respeto, y una renuncia a la reflexión y al diálogo? También, pero eso es lo de menos. Las tertulias televisivas son un buen ejemplo de que tus ideas, si no levantas la voz por encima de la de los demás, no tienen ni consistencia ni futuro: no existen. Decibelios. Ahí tienen a los robots de Irlanda, las abuelas de Rusia, la falda de la griega, o a Iñigo, comentarista español. Un estruendo eurovisivo.

Un pueblo sordo es un pueblo ignorante y dócil. Y por tanto feliz. La sordera como camino al nirvana, a la sabiduría. Un ejemplo: Gallardón dice que investigará Bankia “cuando sea oportuno”. El ciudadano cabal solo tiene dos opciones: o pitarle la próxima vez que se cruce con él, hasta desgañitarse, o hacerse el sordo. Lo llaman democracia, pero no lo es. Es sordera.

P.D.

Arguiñano, el cocinero más famoso de España, se cabrea con el tema de los recortes mientras prepara un sofrito. Y habla de “gansters” y de “gorileros”, y dice que si “el Gobierno hubiese explicado lo que pensaba hacer antes de las elecciones igual no estaba en el poder”. Con dos cojones y desde una televisión generalista.