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Racismo periodístico

“Es fácil separar a un primo de su dinero”. Phineas Taylor Barnum, empresario y artista circense norteamericano.

Dice Iker Jiménez, el hombre que dirige y presenta “Cuarto Milenio” (Cuatro), que ha “sentido la marginación” y ha sufrido “el racismo periodístico”. Y lo dice en la presentación de “Cuarto Milenio: la exposición”, es decir, en la exhibición pública de algunos de los objetos y personajes que han protagonizado el exitoso programa de televisión. Ya sabe, lo normal: una réplica de la casa de las caras de Bélmez, el fantasma de Raimundita, Nosferatu, el Yeti, el Hombre Elefante, el Diablo Pazuzu… Por solo 12 euros, una auténtica ganga, usted podrá contemplar 500 piezas escalofriantes (ver foto). Y a la salida puede comprar merchandising, ¡los auténticos productos oficiales de la nave del misterio! Captura de pantalla 2015-04-14 a la(s) 18.29.39

Así las cosas, en plena cumbre de la charlatanería mediática, con programa consolidado en la tele y medicine show itinerante, ¿Qué puede enojar al bueno de Iker Jiménez hasta el punto de denunciar “marginación” y “racismo periodístico”? Primero analicemos las palabras del gran comunicador: “Mi vida ha sido una lucha. Puedes decir que ahora que si éxito en la radio, puedes verte en la tele, pero todos los que estamos en el gremio lo sabemos. Puedes estar aquí (arriba), luego aquí (abajo)… Es el camino lo que me importa. Por tanto, esa incomprensión yo la he vivido. Yo he sentido la marginación. La gente habla del racismo, yo he sentido el racismo periodístico. También he sentido las miradas de insuficiencia. Hay mucha gente que no va a creer lo que hacemos, lo que representamos, ojo. Por eso, esa reticencia va a estar. Aunque curiosamente yo lo que me encuentro en la calle es el afecto, a favor. La incomprensión ha ido gradualmente descendiendo bastante, aunque siempre habrá ultras que lo que yo planteo no quieran ni soñarlo que se plantee. Soy un duro enemigo para ellos. Yo resumiría que mi vida hasta aquí para llegar a contar esto ha sido una lucha, pero qué lucha tan hermosa. No conozco otra lucha tan hermosa. La incomprensión siempre tiene que estar para que tú mejores. Yo me he equivocado a veces, pero lo que nunca he hecho es mentir, engañar a mi público”.

Miradas de insuficiencia. Incomprensión. Y racismo periodístico, ahí es nada. Periodistas aburridos, de los que contrastan las informaciones, recorren encapuchados los cementerios, las catacumbas y las actuaciones de bandas siniestras. Llevan antorchas y sogas en las manos. Buscan a periodistas incomprendidos, de esos que aseguran que el SIDA fue creado en un laboratorio, que creen que media cáscara de coco puede ser el cráneo del Yeti o ven en las caras de Bélmez un misterio indescifrable que debe ser estudiado en el siglo XXI. Periodistas que no conocen otra lucha tan hermosa.

El problema de Iker Jiménez es el problema de muchos de los grandes triunfadores de la televisión comercial. Y es que una vez que se han forrado, quieren también prestigio. Puede parecer lógico: una vez que ya tienes la pasta, solo te falta el reconocimiento. Lo malo, la gran putada, es que te has hecho rico haciendo “Gran Hermano”, “La Voz”, “Sálvame”… o “Cuarto Milenio”. En estos casos deberían asumir que el prestigio es cosa de otros mundos, de brujería, del lado oscuro y los fantasmas. Del más allá, para que usted me entienda.

P.D.

los jetas de Bélmez

Iker Jiménez arranca la nueva temporada de Cuarto Milenio (Cuatro) con un clásico: las caras de Bélmez. Es la misma historia de siempre, unos caretos pintarrajeteados en el suelo de una casa, entre el esperpento y el terror, a medio camino entre la superchería y la burla, entre la ignorancia y la estafa. La España profunda de 1971 revisitada en 2014. Pícaros viejunos en manos de modernos pícaros: la TDT recuperando el espíritu de El Caso, de las contraportadas del diario Pueblo, con Terele Pávez recreando aquellos días disfrazada de vieja del visillo.
“Miedo dan los informativos, no Cuarto Milenio”, dice el Iker más espeluznante de este país. Con permiso de Casillas. Y tiene razón. Cuarto Milenio no da miedo, da pena, y con este programa sobre las caras de Bélmez más. Porque nos recuerda que este país ha avanzado mucho, pero quizá no tanto. El programa de la noche del domingo, los rostros borrosos de hace cuatro décadas junto a las caras más duras de la tele actual, ha obtenido una brillante audiencia del 13.1%.

En Cuarto Milenio califican a las caras de Bélmez como “el gran misterio español”. Por encima incluso de la caja B del Partido Popular o de los ERE andaluces. Un misterio de esos profundamente español, puesto que está basado en la ignorancia del ciudadano. Me imagino a María Dolores de Cospedal sentada frente a la tele, en zapatillas y bata guateada, hablando con su marido mientras ven a Iker y parienta poner cara de misterio frente a los dibujos de Bélmez de la Moraleda: “si la peña se cree esto, Ignacio, ¿cómo no se van a creer que voy a bajar los impuestos en Castilla La Mancha?”.

Y así, entre risas y chascarrillos, los jetas de Bélmez (y de Génova, y de Ferraz, y de Cuatro), se burlan de los españoles crédulos. Esos que aún creen en el hombre del espacio, en los fenómenos paranormales, en la televisión, en los políticos, y en tantas y tantas patochadas.

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¡Vaya timo!

“La superstición, la pseudociencia y la anticiencia no son basura que pueda ser reciclada: se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura”. Mario Bunge.

En 1996 se aprobó en España un real decreto que prohibía los llamados “productos milagro”. No se refería al gobierno de un Rajoy que ha prometido sacarnos de la crisis y acabar con el paro, sino a otro tipo de timos: la parafernalia diseñada para estafar al consumidor con objetos de propiedades beneficiosas indemostrables: pulseras del equilibrio, collares antiestres, cremas adelgazantes…Por entre 30 y 42 euros puede comprar una pulsera Power Balance que, según los fabricantes, aumenta la fuerza, la flexibilidad y el equilibrio del portador. El príncipe Felipe, Pablo Motos, Belén Esteban, Leire Pajín, Sara Carbonero o, cómo no, Iker Jiménez, son algunos de los ilustres panolis que se han calzado el cacho de plástico con propiedades mágicas.

Pardillos. En Estados Unidos Power Balance ha sido denunciada por publicidad engañosa, y deberá pagar 42 millones de euros a los consumidores que les denunciaron. En España, como de costumbre, no hemos estado a la altura, y después de habernos vendido más de 300.000 pulseras les hemos sancionado con unos ridículos 15.000 euros.

La televisión no podía quedar al margen de estos  esperpentos a medio camino entre la magia, la seudociencia y la simple estafa. Ahí tienen al gran Iker Jiménez, con su pulserita en la muñeca y su programa en Cuatro. “Cuarto milenio” es un clásico de la telebasura, con sus hombres del saco, sus sábanas santas, sus psicofonías, sus apocalipsis, sus alienígenas y demás tontás.

La última de estas memeces audiovisuales es “Más allá de la vida” (Telecinco), un programa de espiritismo presentado por, vaya por dios, Jordi González, el mismo de “La Noria”. Invitados famosetes acuden al esperpento, imagino que cobrando jugosas cantidades, para recibir mensajes de familiares y amigos fallecidos. Como el e mail, pero de ultratumba. Y con una médium británica que está haciendo el agosto con el tercer mundo televisivo: su programa “Depois da vida” (TVI) arrasa en Portugal.

Para librarnos de toda esta mierda de la superstición y la pseudociencia recomiendo, como para casi todos los males, leer. Editorial Laetoli tiene una colección que se llama, sin demasiada sutileza, “¡Vaya timo!”. Está dedicada a temas como la inmortalidad, el creacionismo, la sábana santa, el tarot, la religión o la homeopatía. Les propongo el próximo título: la telebasura.

Un motivo para NO ver la televisión

Martin Dressler

Autor: Steven Millhauser.

Editorial: Libros del Asteroide.

Florentino Pérez y el Pocero son dos aficionados, dos juntaladrillos, si los comparamos con el gran Martin Dressler, hijo de un humilde neoyorkino vendedor de tabaco llamado Otto Dressler. Martin es un hombre hecho a sí mismo que, partiendo de unas modestas modificaciones en el negocio familiar, comienza a crecer. Botones de hotel, recepcionista, secretario del director… Antes de cumplir los treinta ya es dueño de una cadena de restaurantes. Después será propietario de una cadena de hoteles. Ha nacido un visionario de los negocios, una leyenda de la construcción, un soñador urbano. Poseído por la pasión por los negocios, tiene una ambición sin límites: es el representante perfecto del sueño Americano. Un visionario.

Este libro habla de la creación de ese imperio, y de la relación del protagonista con el trío Vernon, una madre y dos hijas que se convierten en compañeras inseparables de Martin. Un viaje a través del éxito, y la soledad, que culmina con la creación del Grand Cosmo, un proyecto faraónico con doce niveles subterráneos, un sótano y treinta pisos, que abre sus puertas el 5 de septiembre de 1905. Es la obra cumbre de un Dressler que acaba de cumplir los 33 y parece un viejo. “Un nuevo concepto de vida: cultura, comercio y confort”, rezaba la publicidad de esta ciudad dentro de la ciudad. La fascinante mezcla entre lo material y lo espiritual, entre el poder y el amor, entre el deseo eterno y la insatisfacción permanente. Impresionante retrato de la soledad del triunfador.