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IBI, beneficencia y caridad

Cuando sea abuelo, que ya no queda tanto, y me haga mis necesidades encima, preferiría que me limpiase el culo una profesional antes que una monja. Una profesional de la geriatría, no piense usted mal. Me sentiría incómodo con una hermanita hurgándome en los bajos, quitándome el pañal y echándome los polvos de talco mientras le colgase del cuello un crucifijo que, frío como un témpano, se balancease y me golpese rítmicamente el escroto. Y es que para los cuidados de personas tan mayores, y de tan delicadas partes del cuerpo, donde esté una enfermera, con sus estudios especializados y su titulación en regla, que se quiten esas fanáticas religiosa que creen en la resurrección y en que un palomo fecundó a María.

Le cuento esto porque Bieito Rubido, director de ABC, ha dicho en “Los Desayunos de TVE” (La 1) que la iglesia no debe pagar IBI porque las monjitas limpian a “abuelos que se cagan”. En ese mismo programa, en unas imágenes grabadas, el bueno de Rouco Varela se decanta por el chantaje: si la Iglesia tuviese que pagar el Impuesto de Bienes Inmuebles, ese desembolso podría afectar a “otras actividades” de ayuda social, como por ejemplo “la desarrollada por Cáritas”. El resto de tertulianos de “Los desayunos…” cree que la Iglesia debe pagar  IBI, pero reconoce la labor que realizan religiosos y religiosas, y alaban sus ayudas a drogadictos, niños pobres, ancianos desamparados…

Donde esté un profesional, insisto, que se quite un aficionado. Los viejos con el culo sucio, los niños pobres y los drogadictos callejeros no deberían depender de la caridad, una virtud teologal difícil de calificar, cuantificar y organizar. Es el Estado quien tiene la obligación de garantizar a los ciudadanos más desprotegidos el derecho a la salud, y proporcionarles la cobertura adecuada al grupo de población al que pertenecen. Su trabajo, el de los políticos, es gestionar de manera cabal el dinero del IBI (de todos), junto a otros impuestos, para que no sean necesarios sistemas de beneficencia privados paralelos a los estatales.

No debería faltar el dinero para profesionales de la asistencia sanitaria en un país como el nuestro, tan rico y expléndido como para pagar las bebidas que el Presidente del Tribunal Supremo toma en piscinas de hotel, permitir que se construyan aeropuertos sin aviones o gastar 82.000 euros en el retrato de un presidente del Congreso.

Caridad y Beneficencia suenan a Auxilio Social. A ideología, humillaciones y despotismo. Solo en Alemania, del medio millón de niños que pasaron por orfanatos religiosos entre 1950 y 1975, al menos 50.000 sufrieron malos tratos. Palizas, abusos sexuales, trabajos forzados…

En una sociedad civilizada y moderna debería bastar con cobrar el IBI a la Iglesia, poner una X en la casilla de Fines Sociales de la Declaración de la Renta y exigir a los políticos una buena gestión.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La librería ambulante

Autor: Christopher Morley.

Editorial: Periférica.

Esta es la historia de un amor desaforado por los libros y la vida, dos cosas que no son lo mismo pero son igual. Cansada de limpiar la casa y planchar sábanas, la oronda y madura señorita Hellen McGill abandona a su hermano, un escritor de éxito, y emprende una vida nómada: en un arrebato compra la biblioteca ambulante de Roger Mifflin, un carromato cargado de libros.

Si alguien llevase al cine “La librería ambulante” el resultado sería una divertida y enternecedora road movie, repleta de correrías tronchantes y diálogos repletos de optimismo y sentido común. Las aventuras de una pareja de idealistas que sueña con recorrer el mundo viendo, escribiendo y leyendo. Amor a los libros, sí, pero también amor a las personas, a los animales, al mundo rural… a la vida tranquila y placentera. “Estas páginas huelen a las hogazas de pan recién sacadas del horno; en ellas se siente el viento de otoño en los abedules”.

Un enorme libro de Christopher Morley, escritor de Pensilvania que, tras formase académicamente en Oxford, recorrió Estados Unidos como reportero. Tan delicioso como un pastel de arándanos recién sacado del horno.

Uno de mis párrafos favoritos: “Creo que leer un buen libro te hace modesto. Cuando uno logra ver con lucidez el interior de la naturaleza humana, cosa que te proporcionan los grandes libros, uno siente la necesidad de hacerse pequeño. Es como mirar la Osa Mayor en una noche clara o ver el amanecer en invierno cuando uno va a recoger los huevos de la mañana. Y cualquier cosa que te haga sentir pequeño es maravillosamente buena”.