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Los sudarios no tienen bolsillos

Los sudarios no tienen bolsillos
Autor: Horace McCoy.
Editorial: Júcar.

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Recupero esta novela negra de los años 30, en una vieja edición de Júcar, y me encuentro con un mundo podrido por la ambición, por la mentira y la incapacidad política, por el poder y la tiranía, por la corrupción. La leo de un tirón: no pasa el tiempo por ella, es un manual para delincuentes de guante blanco y emprendedores de corazón negro. Es tan buena, tan jodidamente buena, que es fácil entender por qué tuvo que publicarse en 1937 en Inglaterra tras ser censurada en Estados Unidos. El país de la libertad no soportó que le quitasen la máscara, como el país que encarcela titiriteros y raperos no concibe que le consideren una democracia de medio pelo. Imperfecta.

Busque esta novela en una edición de bolsillo, o en librerías de viejo, y disfrute viendo cómo no hemos aprendido nada, cómo el ser humano es un depredador sin escrúpulos. Le acompañará en este viaje atemporal Mike Dolan, un periodista que cansado del periodismo complaciente con el poder de su tiempo (¿le suena?) crea Cosmopolita, una publicación semanal que publicará todos aquellos casos de corrupción que el resto de medios ocultan. No lo tendrá fácil. Imprescindible.

“En lo más profundo de su mente seguía pensando en Carlisle y en el Cosmopolite y en el lamentable estado de un país en el que tales cosas eran posibles, y en el Carlisle que había en cada ciudad, y en los millones y millones de estúpidos que preferían ignorar todo eso, y en que lo mismo pasaba en todo el mundo – donde millones y millones de personas creían que Hitler y Mussolini eran grandes tipos, sin saber (o sin preocuparse) que no eran más que dos locos batiendo los tambores, dos enfermos que llevaban al matadero a un enorme rebaño (esos mismos millones y millones de estúpidos), y seguramente a nosotros con él (Hemingway tenía razón en que la radio actuaría como multiplicador de la histeria en la próxima guerra) -, y en que había que acabar con todos los Carlisle, los Hitler y Mussolini, y en que todo era de color de rosa en este paraíso maravillosos y ubérrimo llamado Estados Unidos, el único país en el que la radio es libre y sin censura, en el que la prensa es libre y sin censura, en el que la libertad de expresión está garantizada y en el que cada cual puede decir lo que quiera y cuando quiera… ¡Y una mierda! Inténtalo y te quitarán tu revista”.