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El desmoronamiento

La televisión se desmorona. El martes tardé media hora en ver los últimos diez minutos de una película. Fue en La Sexta, cadena que alargó el desenlace de “Los amos de Brooklyn” de manera inhumana, inclasificable, miserable. Una dosis mínima de película iba seguida de un bloque con seis minutos de publicidad. Y así sucesivamente. Cuando terminó el suplicio, cerca de la una de la madrugada, juré no volver a ver jamás una película en La Sexta. Por la tarde había jurado no volver a ver jamás una serie en TVE: ¡habían quitado la escena de dos hombres dándose un beso en el capítulo de “Herederos”!

Luego resulta que no habían quitado la escena del beso porque se lo daban dos hombres, sino porque esos dos hombres se pegaban antes de besarse. Y como la serie se emite en horario infantil… No sé si lo he entendido bien.  Es decir, que en horario protegido se puede emitir un coito anal consentido, es amor, pero no una bronca fuerte de noche en un túnel, es violencia. ¿Me equivoco?

Voy a tener que ver Intereconomía. Qué quiere que le diga, me dan pena. Ha sido anunciar Antonio Jiménez, presentador de “Al gato al agua”, que abandona la cadena y ficha por 13 Tv, y sus ya ex colegas se han venido abajo. “El gato” ha pasado de anotar un 2,6% y 531.000 espectadores el pasado lunes 21 de enero a un 1,4% y 282.000 espectadores este lunes. Dicen, fíjese si la gente es mala, que la cadena episcopal (13 Tv) está poniendo palos en la rueda de Intereconomía. Caín y Abel, en lucha fraticida. Rafael Miner, director del programa “A fondo (13 Tv), decía este sábado en La Gaceta que “un cristiano debe aprender a distinguir entre las cuestiones de fe y moral, y aquellas otras de tipo empresarial”.

Si no se pueden ver las películas de La Sexta, ni los besos homosexuales de TVE, ni los debates ultras de Intereconomía, ¿Qué coño nos queda? Pues muy fácil: la entrevista de una periodista sin bragas (0:30 en el vídeo) al primer ministro serbio Ivica Dacic. El demoronamiento.

 

P.D.

Tronchante, acojonante, brutal… la portada-esquela del próximo número de Mongolia. Hostia a El País cepillandose a Rajoy. Una obra de arte.

Un motivo para NO ver la televisión

Hotel del Norte

Autor: Eugène Dabit.

Editorial: Errata Naturae.

El actual aspecto de la fachada del Hotel del Norte, en la orilla del canal Saint-Martin, resulta tan decadente como debía serlo allá por 1929, cuando se publicó la primera edición de este delicioso libro. Las letras del nombre en un descolorido azul claro, la fachada húmeda, las ventanas roñosas… En la planta baja permanece abierto un acogedor bar restaurante. Y en la calle, un olor que bien podría ser el mismo de entonces, a agua estancada y basura acumulada.

El Hotel del Norte, el pasado lunes.

Leer este libro frente al hotel, sentado junto al agua del canal, con el sol derritiendo la nieve que se acumula en los bancos, es uno de esos placeres genuinamente parisinos. El lector, que levanta la vista al terminar cada capítulo, espera encontrarse con los personajes que acaba de conocer: viejos marineros, campesinos recién llegados a la ciudad, algún cochero gritón que busca pasajeros, trabajadores que solo piensan en “beneficiarse” a las criadas, artistas dramáticos tremendamente creativos,  currantes provincianos tan grises como las sábanas que les cobijan.

Todo comenzó cuando, en el París de los años veinte, Émile y Louise Lecouvreur compran un pequeño y desvencijado hotel. El local se convierte en el centro de sus vidas, las 24 horas del día y los 365 días del año. Buena gente que siente a sus inquilinos como parte de su familia: sufren juntos, se aman y se odian en grupo, y así lloran las pérdidas y disfrutan los éxitos. Una inolvidable colección de vidas cruzadas, que desfilan ante la mirada asombrada del hipnotizado lector. Escrito con una sencillez tan emocionante como eficaz, “Hotel del Norte” es un desfile de parisinos proletarios que rebosan vida. La belleza de lo humilde.

Moverse para retroceder

El mismo día en que conocemos los resultados de los Globos de Oro en las categorías dedicadas a televisión, en España se confirma el reinado del culebrón camuflado como serial. Y es que mientras en Estados Unidos triunfan las series innovadoras de calidad (“Homeland”, un thriller de Showtime sobre la norteamerica posterior al 11-S; la mini producción sobre la ex gobernadora de Alaska Sarah Palin “Game Change”, de HBO), en España nos mostramos continuistas, tradicionalistas, conservadores e incluso carcas. Ayer mismo arrancó en Antena 3 “Amar es para siempre”, versión tv privada del “Amar en tiempos revueltos” que triunfó en TVE. Nuevos decorados, nuevo vestuario, nuevo barrio… Y el mismo espíritu, la verdad. Es decir, más de lo mismo: nostalgia a cubos con la mirada puesta en “Cuéntame”, una referencia en cuanto a longevidad… y más cosas.

Mientras, la televisión pública, definitivamente a la contra, intentará contrarrestar el efecto “amar” emitiendo a la misma hora y a partir del próximo miércoles, una redifusión de “Herederos” (La 1). Rivales mugrientos en la hora de la siesta, esa en la que Telecinco ofrece una de sus mayores basuras: “Sálvame diario”. Y La Sexta y Cuatro, filiales de Antena 3 y Telecinco, repiten en forma de interminable bucle capítulos de series mil veces vistas.

HBO reina en Estados Unidos, ese país de rednecks sucios e ignorantes que, armados hasta los dientes, cazan ardillas y no saben localizar Marruecos en un mapa. Sin embargo en España, país de enorme legado cultural y artístico, miembro destacado de la vieja y sabia Europa, seguimos apostando por los sainetes más superficiales y ligeros. Chulos que somos…

¿Vuelve lo clásico, ese castizo folclore tan nuestro, a modo de elemento integrador de esta España que se vertebra? Nunca se fue. Puesto que lo popular emana fervor patriótico, que mejor que series blancas sobre nuestra historia reciente para reunirnos junto al brasero. Quizá incluso nos arranquen una lagrimilla nostálgica. Culebrones a la española, instalados en los mojigatos y tristes años 60, que nos recuerdan que hace no tanto tiempo estuvimos incluso peor que ahora mismo.

Cualquier cosa con tal de mantenernos alejados de las calles. De esas calles en las que se lucha por la sanidad, por la educación y hasta por la televisión. De esas calles cada vez más alejadas de unos telediarios (TVE) impresentables, organizados alrededor de anécdotas absurdas (una conductora belga que iba a Bruselas se pierde y acaba en Zagreb por fiarse del GPS del coche), sucesos patéticos (desde violaciones a robos de poca monta) y deportes, muchos deportes.

La televisión pública, como todo en este país, está retrocediendo en el tiempo a pasos agigantados.

P.D.

Los seguidores de Estudiantes, dementes y cuerdos, claman por la sanidad pública en el partido que enfrentó la mañana del pasado domingo al equipo del Magariños con el Barcelona. La carne de gallina…