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Sin palabras

Ana lleva todo el baile junto a la barra donde beben ponche, sentada en un sofá de cuero gris que arruga su maravilloso vestido blanco marfil. Esta radiante, pero sola. La banda toca algo de Frank Sinatra, quizá una versión lenta de “The Lady is a Tramp”, cuando un caballero alto y engominado, perfectamente encajado en el interior de un frac de cola abierta con añadidos de seda, se acerca sonriendo. Dobla el espinazo y, extendiendo la mano, pregunta: ¿bailas? Ella agacha la mirada, duda unos segundos y, finalmente, tras mover la cabeza de arriba abajo, se pone en pie.

Cinco piezas después, la bella Ana no ha abierto la boca. El apuesto galán habla y habla, interroga a Ana sin éxito: “eres una belleza, ¿Cómo te llamas?”; “Bailas muy bien ¿vives por el barrio?”; “¿Qué, del Madrid o del Barça?”. Pasan las canciones y los silencios de Ana permanecen. El galán, un poco cansado de tan misteriosa compañera de baile, realiza una última y desesperada intentona por establecer conversación: “Es evidente que me ignoras, que me rechazas. Tu silencio me abruma. Hermosa mujer, ¿Por qué no dices nada? ¿Por qué no hablas? ¿Acaso eres mudita?”. Arrinconada por las circunstancias, temerosa de ser rechazada una vez más, Ana decide responder a esa última pregunta. Madura la respuesta, traga saliva y dice, ya sin poder ocultar su acento portuario y un aliento que apesta a tabaco de mascar: “¿Hablar? Pa qué, ¿pa cagarla?”.

Este viejo chascarrillo, al que ya hemos recurrido en otras ocasiones, puede ayudarnos a entender la renuncia de nuestros políticos a la explicación, a la comunicación, a la transparencia. A la palabra. A dar la cara. Concediendo entrevistas, respondiendo a preguntas en ruedas de prensa, compareciendo en los momentos vitales, solo puede pasar una cosa: que la caguen. El silencio y la opacidad son, por tanto, los mejor amigos de nuestros políticos, cómplices perfectos para sus felonías y camuflaje ideal para sus torpezas.

Sin palabras de Rajoy para evaluar la gestión de Rato y Blesa en Bankia. Sin palabras de Dívar para justificar sus fines de semana caribeños a costa del Estado. Sin palabras en el ministerio de Exteriores sobre las razones por la que  blindó todos sus documentos. Sin palabras en Convergència sobre su financiación irregular. Sin palabras sobre un rescate de 100.000 millones de euros…

La tarde del sábado, mientras las portadas de los periódicos anunciaban el “Rescate a España” (El País), Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno, permanecía desaparecido en combate. Hablar, explicar, comunicar, responder, deberían ser obligaciones del político, no decisiones voluntarias.

La incomparecencia de Rajoy en uno de los  momento más críticos en la historia reciente de España supuso  un colosal desprecio a los ciudadanos. “Si Mariano no sale hoy no debería salir nunca más. NUNCA”, se podía leer en Twitter. Mariano no salió el sábado, día en que Moncloa confirmó que el presidente asistiría al partido de España contra Italia el domingo en Polonia. Pero la presión era excesiva. El domingo a mediodía Mariano no tuvo más remedio que ofrecer una rueda de prensa en Moncloa.

Había tenido que pasar medio año, y producirse un rescate, para que Rajoy ofreciese una rueda de prensa, con preguntas, de veintiséis minutos de duración. “Hay cosas que no se televisan”, dijo el presidente para  justificar su opaca gestión y sus silencios de líder mudito. Escenografía estadounidense (entrada caminando desde el fondo), ausencia de cifras y datos, algunos tics espantosos (ante la pregunta en inglés, el presidente se retuerce) y corte abrupto de la compadecencia. Ni un periodista fue capaz de poner al presidente contra las cuerdas.

“Me voy a la Eurocopa tras haberse resuelto la situación. La pena es que me perderé a Nadal…”, resumió el presidente de todos los españoles. “¿Hablar? Pa qué, ¿pa cagarla?”

 

Un motivo para NO ver la televisión

Hellbound Glory.

Cd: Damage Goods.

Este cuarteto de Reno, Nevada, recupera el espíritu bronco de bandas como Reckless Kelly y la rebeldía de leyendas como Merle Haggard o Waylong Jennings. Tras ocho años tocando llega este “Damage Goods”, un tercer disco soberbio, con grandes canciones, una voz aguardentosa y el espíritu electrificado del profundo Oeste.

Country rock de alto octanaje, con las guitarras desbocadas y los banjos, las steel y las tablas de lavar sonando con el volumen a tope. Los herederos de Long Ryders, Del Fuegos y compañía. Auténticos forajidos…