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No

“Los periodistas no somos nada buenos prediciendo el futuro”. Soledad Gallego-Díaz.

Los griegos han dicho no. Y lo han hecho pese a los datos que el diario El País avanzaba en su portada del sábado, un día antes del referendum, bajo el título de “la crisis de Grecia en cifras”: “Un 44,8% votará sí y un 43,3%, no”. ¿Y ese alarde visionario, digno del mismísimo Rappel? Se preguntará usted tras comprobar como, a la hora de cerrar este post, el 61,5% había votado no frente al 38,5% del sí. Tranquilo. Se debe a que le he escamoteado el final de la frase para hacerle creer, al menos durante unos instantes, en la belleza del periodismo ficción: “según un sondeo”. El domingo, quién sabe si oliéndose el fracaso de su predicción, decía (también en portada) el mismo diario: “El resultado del referendum no garantiza en ningún caso la salida de la crisis”. ¿Entendido?

Los griegos han dicho sí a su gobierno, pese a los sondeos de El País. Y eso ha entristecido sobremanera a TVE: “La noche es negra”, dice el tertuliano del informativo especial del canal 24 Horas cuando llegan los resultados desde Atenas. En el plató de Madrid, el presentador pone cara de circunstancias: está de acuerdo en la negritud del momento. ¿Cómo pueden ser los griegos tan desagradecidos? Europa se lo ha dado todo, excepto la filosofía y la democracia, y ellos les responden así… Con un rotundo NO. “Grecia elige el abismo”, titulaba ABC a todo trapo en portada. “Maduro, Iglesias y Le Pen, satisfechos con el no“, advierte sibilinamente La Razón.

Los griegos han dicho no a los chantajes y los últimatums. No a la austeridad severa y las privaciones para los de siempre. No a la humillación cotidiana que supone la pobreza. No a la Europa cutre que les ha dado la cuerda necesaria para ahorcarse. No a las condiciones de unos socios envenenados, de un club de ricachones.

Los griegos han dicho sí a Tsipras y Varoufakis. Y les han dado su confianza para negociar duro por un tratado menos humillante, más digno, mejor. Europa espera ahora a Grecia. “Los acreedores regresarán a la mesa de negociación”, advierte TVE. Sí, pero tras escuchar al pueblo griego.

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Comunicación

En el Telediario de TVE se burlan de que Pablo Iglesias ha escrito un tuit con un error ortográfico. Al líder de Podemos se le coló una h en un texto que envió cuando se encontraba encerrado en un ascensor con otras seis personas. Toda una noticia, qué duda cabe. Quizá no una exclusiva para abrir un Telediario, pero sí un dato que deben conocer los ciudadanos. Un fallo que da cuenta de la ignorancia del coletas, y confirma que en caso de gobernar cerrará escuelas y universidades, degollará a los superdotados e incluso suprimirá el nuevo programa de Sánchez Dragó de la televisión pública.

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Cuestión de piel. De sensibilidad. El Gobierno de Mariano Rajoy ha reconocido tanto su falta de empatía con los ciudadanos como sus dificultades para comunicar. TVE es una prolongación de ese gobierno, y por tanto no debería extrañarnos su ausencia de feeling. Para algunas cosas, porque para otras están sobrados de sensibilidad. Ahí tienen otro Telediario, el de ayer a las tres de la tarde. El presentador conecta en la despedida con Grecia para ofrecer la última hora del corralito…

“¿Siguen las colas en los cajeros?”, pregunta el presentador a las 15:44.

“Sí”, responde el enviado especial a Atenas. Y en la pantalla se ve esta imagen…

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“Tan pronto como se forman vuelven a dispersarse”, aclara el enviado especial de TVE. ¡Coño, como en España! Se forman las colas en los cajeros, y luego… el personal se dispersa. Como las manadas de hienas, una vez saciado su apetito de sangre. Perdón, de dinero.

La clásica televisión pública antigobierno, que diría Rafael Hernando

P.D.

¿Ven como al final son todos iguales?

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Un motivo para NO ver la televisión

El condominio.

Autor: Stanley Elkin.

Editorial: La fuga.

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Marshall Preminger recibe como herencia de su padre, que acaba de fallecer, un apartamento en una lujosa urbanización de Chicago. Aburrido, hipocondríaco y pusilánime, Marshall es un profesor de 37 años que arrastra una vida soporífera. Se traslada a la ciudad del viento para encargarse de los trámites funerarios, pero acaba dejando su trabajo e instalándose en la casa del padre, amueblada con piezas caras y rodeada de vecinos muy especiales, mayores y burgueses, sin hijos, racistas, cotillas. Prácticamente una secta.

“Casi mil personas. Muchas ciudades pequeñas no tienen tanta población. Prácticamente somos un gobierno. Somos un microcosmos. Si aquí logramos que todo funcione. ¿por qué no los consiguen fuera? ¿Me sigue? La respuesta es sencilla. ¿Dónde están los negros? ¿Dónde están los puertorriqueños? La respuesta es sencilla, querido Marshall: no los hay. No solo somos una comunidad, ¡somos un gueto! Usted sabe de estas cosas, es un estudioso. Atenas era un gueto. Roma también”.

El condominio es un gueto al margen del resto del mundo, con sus propias leyes, sus jefes, sus jerarquías. Marshall conoce a una vecina con la que su padre tuvo relaciones, a los líderes del gueto, a los miembros de una comunidad cerrada que exige su colaboración: “Aquí tenemos un pedazo de Chicago que nos pertenece, ¿me entiende? Lo que hagamos aquí no le importa a nadie más que cualquier cosa que pase entre mayores de edad es legítimo, no hablo de cochinadas, ya me entiende. Se trata de un principio extraordinario, un principio extraordinario. Una de las ideas brillantes del hombre occidental”.

Marshall tiene crisis de fe. Cree y deja de creer sucesivamente en el condominio. Stanley Elkin lo cuenta de manera intensa, en ocasiones con gran tristeza y en otras con enorme humor negro. Un gran descubrimiento este escritor neoyorquino criado en Chicago, que jamás consiguió en vida el reconocimiento que merecen obras como ésta: “Lo que tenga que pasarle a mi carrera, espero que sea antes de que me muera”, le dijo en una ocasión a Tom LeClair, autor del interesantísimo prólogo-perfil de Elkin. Una agradable sorpresa.

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El abismo

“No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”. Epicteto.

“Nos lanzan al vacío, a partir del referéndum será el abismo”, decía El País en su portada web del pasado sábado. Era un entrecomillado, las palabras de, imagino, un ciudadano griego sin identificar. Al titular le acompañaba una foto que emanaba tristeza, con un anciano hundido sentado en un banco con una cola de siete personas al fondo, y este texto: “Colas en cajeros e inquietud entre los griegos en las primeras horas tras el anuncio del referéndum”. Qué miedo más grande, ¿verdad?

La portada de El País del día siguiente, domingo, insistía en el tema del abismo. Un titular no demasiado informativo y sí muy especulativo: “Grecia se precipita hacia el abismo de salir del euro tras el referéndum”. En la portada web seguían informando: “El Parlamento aprueba la consulta que divide a los griegos”. Más miedo si cabe… Y más manipulación. Atención al editorial: “Los referendos los carga el diablo del azar y/o la pasión, y este aún más, por cuanto el Gobierno griego pretende que los ciudadanos asuman una perjudicial secuencia de corralito-suspensión de pagos-riesgo de exclusión del euro”.

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Sin embargo, mucha gente piensa que el referéndum es razonable y legítimo: en el proceso de integración europea ha sido un instrumento habitual. Yo creo que las políticas económicas impuestas por la Troica han coaccionado las iniciativas griegas, han devastado su economía y han situado a sus ciudadanos en la cuerda floja. En 1954 se le condonó la mitad de la deuda a Alemania, lo que permitió que saliese del agujero. No me gusta la actitud de los grandes países europeos con los pequeños países europeos. Y tampoco la forma en que los grandes medios de comunicación españoles enfocan el problema: esa constante amenaza con el abismo, las tinieblas del corralito, esa comparación con España (que todavía estamos a tiempo de evitar). Es el miedo a lo diferente, al cambio.

“Los mercados no suelen equivocarse”, sugiere el Telediario de TVE. Quizá sean  los ciudadanos, y no los banqueros, quienes deban decidir el futuro de Grecia, de Europa.

Circunstancias familiares quizá impidan que pase algunos días de vacaciones fuera de España. De no ser así, quizá me vaya unos días a Grecia. ¿La Corfú de mi adorado Durrell? O a Túnez, quien sabe. Los abismos nos necesitan. Somos hermanos de desangre.

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Un motivo para NO ver la televisión

Fiona Boyes

CD: Box & Dice.

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Fiona Boyes es una blueswoman australiana. Toca la guitarra, compone y canta. Y suena como las grandes mujeres bluseras blancas: Bonnie Raitt, Susan Tedeschi, Sue Foley, Debbie Davies… Fiona Boyes ha grabado tres discos con The Mojos y nueve en solitario. Para el último, titulado Box & Dice, ha utilizado guitarras de cajas de puros de 4 y 6 cuerdas y las tradicionales National metálicas. Suena a Delta, a porche trasero, a polvo y fantasmas. Auténtico.

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Fecha de caducidad

El Gobierno Griego ha autorizado a los supermercados a abrir una sección donde, por precios más ajustados, los clientes pueden adquirir productos cuya fecha de consumo preferente ha expirado. Alimentos caducados, para que usted me entienda. Han tomado esta medida ante el empobrecimiento de la población debido a la crisis. El responsable de Consumo de tan ingenioso y resolutivo Gobierno asegura que no hay nada que temer, puesto que “no significa que esos productos no estén buenos o sean peligrosos”. Solo significa que se deberían haber consumido “preferentemente” antes de esa fecha.

Si usted creía que en la Comunidad Europea no había ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda, visite un supermercado griego. En la meca del yogur cremoso usted encontrará dos expositores, uno para la gente de bien y otro para perdedores. En este último encontrará a los parados y desahuciados que antes rebuscaban en los contenedores de basura de ese mismo super, ahora vacíos. Y verá en esos mismos expositores, quién sabe si ya sin refrigeración, los yogures viejunos que antes terminaban sus días en residencias de ancianos y centros de menores, los grandes perdedores en este birlibirloque de las fechas de caducidad.

Arias Cañete, un político visionario además de un gourmet, ya advirtió de las bondades del consumo de este tipo de delicatessen. España, la patria de El Bulli, no puede quedar al margen del progreso gastronómico: Mariano Rajoy tiene que permitir la venta de productos caducados ya mismo. Soy plenamente consciente de que el país va como un tiro y está saliendo con paso firme de la crisis, la friolera de 31 parados menos en el mes de agosto así lo atestigua, pero no podemos perder la ocasión de apuntarnos a este tren ganador. Sobre todo porque en España, reconozcámoslo, jamás hemos sido muy exigentes con las fechas de caducidad. No nos pongamos ahora exquisitos… Si no me cree tenía que haber visto anoche en “El Hormiguero” (Antena 3), el programa más divertido, chispeante y cool de la parrrilla, a Pablo Motos jugueteando con Raphael, el invitado estrella del programa.

En España llevamos décadas consumiendo productos caducados. Somos el país de la monarquía prestamista, del Gallardón anti abortista, de las corridas de toros, de José Bono, del Valle de los Caídos, de Ana Rosa Quintana y de Rouco Varela, de los piropos (“Chúpamela, chocho”, le dijo ayer delante de mis narices un camarero a una chica que pasaba por la calle), de Rita Barberá y las procesiones de Semana Santa, del bombero torero y los enanitos rejoneadores, de los entresijos y los zarajos, del ABC y de Jorge Javier Vázquez, del día del desfile de las Fuerzas Armadas y del conflicto de Gibraltar, de Jaime Peñafiel y de las tradiciones, de El Gato al Agua y de Telecinco, del Consejo del Poder Judicial y del toro de Tordesillas, de la primera edición del Telediario y del sol y sombra, del Tribunal de Cuentas, de Francisco Marhuenda, de las caras de Bélmez

Los españoles estamos inmunizados contra los productos no ya caducados, sino directamente podridos, de puro viejo, desfasado y rancio. Forman parte central de nuestra dieta, son la base de nuestra alimentación. Viene siendo así desde la Transición. Por eso la medida griega de permitir a los supermercados la venta de productos caducados solo podemos entenderla como una ingeniosa técnica de provocación al consumo. Y es que los fabricantes de deseos, ya sabe, la industria de la publicidad, no sabe cómo sorprendernos…

Un motivo para NO ver la televisión

Acabo de ver “Mud”, una gran película sobre el amor. El primer amor y el último amor. Sobre la iniciación al amor, sobre los bofetones que reciben los amantes y sobre la injusticia del desamor. Amor luminoso de padre y madre, amor desesperado de amante, amor de compañero y amigo, amor de verdad y de mentira, y hasta de serpiente mocasín. Tiene lugar en la Arkansas profunda, en pleno río Mississippi, el viejo y pobre sur, pero es bien conocido que el amor no tiene fronteras… Una historia emocionante, una película grandiosa.