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La biblioteca de Gran Hermano

Arranca una nueva edición de “Gran Hermano”, uno de los programas que más esfuerzos ha hecho por convertir la televisión en el estercolero que es. Catorce años reuniendo a los ejemplares más zoquetes, despreciables y zafios de la especie humana en una jaula sembrada de mierda, vocerío, testosterona y cámaras. ¿Qué nos puede ofrecer un nuevo GH? Los telespectadores creemos haberlo visto todo en cuanto a estupidez, grosería, falta de higiene, sexo chungo y aceporramiento. Pues en principio parece que no demasiado: Mercedes Milá llevará vestidos de segunda mano, por la crisis, y ninguno de los concursantes del reality estará en paro. Un entrenador de fútbol, una asesora comercial, una esteticien de uñas, un educador infantil… todos estudiando o trabajando. Tiene buen pinta la cosa, ¿verdad?
Pues no se pierdan la auténtica bomba: en esta nueva edición, dentro de la casa hay… ¡libros! Pensaron en introducir el virus de la sífilis, o una jauría de perros rabiosos, pero al final se decidieron por los libros. Los libros, esos transmisores de cultura enemigos naturales de todo concursante de GH. Y de los presentadores, directivos y hasta consejeros delegados de la cadena, no nos equivoquemos. Con esta decisión los organizadores asumen un riesgo enorme, puesto que semejantes artefactos de papel encuadernado pueden provocar terribles desajustes tanto en la salud como en la moral de los participantes. No ya porque los lean, cosa poco probable, sino por el simple contacto físico. Ya saben, alergias, sarpullidos, pústulas, eccemas, etc. En principio los libros de GH tienen un fin inocuo, rellenar estanterías. Imagino que habrán advertido a los concursantes del peligro que corren…
Aunque quizá no. Porque  este año Telecinco ha hecho un casting de lujo, no se lo pierda. Después de años invitando a los seres más lerdos, violentos y esperpénticos de la sociedad, ahora resulta que quieren dar otra imagen. Menos gañanes, más solidarios. “Los responsables del concurso quiere acercarse a la penuria que sufren muchos de sus potenciales espectadores”, dice El País, periódico que un día fue referencia cultural y hoy queda relegado a hoja promocional de Telecinco. Hermanos de business.
Lo que nos quedaba por oír: que Telecinco quiere huir de la imagen chabacana. Después de tantos años, tantos esfuerzos, y tanto dinero invertido, y sobre todo ganado, desde, por y para la chabacanería, ahora van de exquisitos. Y de solidarios. Y de comprometidos. Y de poner libros en la zorrera y vestir a la mona con seda low cost.
¿Quién dijo que después de los sobres de Rajoy, el confeti de Ana Mato y el empalme de Urdangarín no nos quedaba nada por ver? Ahí tiene usted la biblioteca de Gran Hermano.

La Re-Mierda

Una de las características de Telecinco, quizá la más significativa, es su capacidad para rentabilizar, estirar y sacar jugo a sus propios programas. El colmo de esa capacidad de reciclaje podría ser “La Re-Vuelta”, un programa que, según la cadena, ofrece a los concursantes de “Gran Hermano 12+1”  la oportunidad de “volver a la casa para solucionar todos los conflictos pendientes que se dejaron en Guadalix de la Sierra”, resolver “sus enfrentamientos” y, si se presenta la posibilidad, “fraguar una amistad”. Dicen que es un reality express para “limar asperezas”, pero a mí me parece el ejemplo perfecto de  falta de imaginación, de ausencia absoluta de talento: una vuelta de tuerca para seguir exprimiendo un formato infecto.

¡De vuelta a la jaula, pringados! El resultado, no podía ser otra manera, es lamentable: concursantes resabiados y rencorosos ante una nueva oportunidad de ser famosetes, restregar cebolleta y ganar 20.000 euros. Por muy buenas que sean tus intenciones, que no lo son, si como materia prima tienes un excremento es difícil que construyas otra cosa que una mierda. Siguiendo esta sencilla regla escatológica, con los mimbres de “Gran Hermano” ha surgido, de forma natural y espontánea, “La Re-Mierda”, el nuevo esperpento de la cadena de Paolo Vasile, el hombre que dice no trabajar para los críticos de televisión.

Increíblemente, la cosa no ha ido demasiado bien en cuestión de audiencia, única razón de ser de Telecinco: al telespectador, vaya por Dios, no le gusta repetir mierda. En estos momentos duros es cuando los verdaderos profesionales deben dar la cara, cuando las estrellas tienen que justificar los sueldos estratosféricos que cobran. Mercedes Milá, una de las grandes, cogió el toro por los cuernos: realizó un comentario homófobo y humilló a una ex concursante transexual. La audiencia subió de inmediato, y la Re-Mierda, entonces sí, re-apestó.

“Claro, tu puedes verlo desde ambos puntos de vista, porque como has sido hombre antes, sabes cómo piensan y actúan”, soltó Mila a una pobre Amor que solo acertó a decir una frase: “yo nunca me he sentido hombre”. Debe ser duro ganarse la vida como Mercedes Milá. Pero seguro que por esta nueva basura cobra un re-sueldo que compensa todos los malos ratos.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Joe la Reina

EP: Change of Maks.

Primer disco, cinco canciones, de una banda que suena tan fresca, campestre y montaraz como los mismísimos Fleet Foxes. Pero cuidado, porque los cinco mozos que forman este grupo son de Navarra y Guipúzcoa. Música con espíritu acústico y cuidadas voces, folk y raíces norteamericanas, composiciones brillantes y melodías sugerentes. El disco se abre con un instrumental, y sigue con cuatro temas brillantes e intensos. Joe la Reina suenan tradicionales y auténticos. No deberíamos perderles la pista…

Periodismo Carbonero

Sara Carbonero se ha colado en “Gran Hermano”, programa de máxima audiencia y mínima decencia. ¿Como concursante? No. ¿Para sustituir a Mercedes Milá? No. ¿Para aconsejar a los prisioneros que usen champú Pantene? Tampoco. Sara Carbonero ha entrado en “Gran Hermano” desde el plató de informativos, y sin perder un ápice de su prestigio como periodista, puesto que lo ha hecho para comunicar a los participantes en el reality una gran noticia: “Hace cuatro años, toda España vibró cuando nuestra selección se proclamaba, por segunda vez en su historia, campeona de Europa de fútbol. Esta semana, sentiréis la misma emoción que la roja porque vais a ser los protagonistas de la Eurocopa GH 2012+1, la primera disputada sobre un futbolín humano… ¡Chicos, suerte y a por ellos!”.

¿Un futbolín humano? Algún purista podría pensar que se trata de un drama. La crisis del periodismo. ¡Los profesionales hemos quedado para aliñar la telebasura! En lugar de buscar noticias, nos dedicamos a alimentar la telerealidad. Porque, para un periodista, ¿qué puede resultar más amoral y sucio, más degradante y asqueroso, más miserable y ruin, que formar parte de un programa como “Gran Hermano”? Algún lector resabiado podría decir que es aún más repugnante y anti periodístico formar parte de la redacción de un diario que lleva años mintiendo, de manera consciente y para beneficio propio, sobre el mayor atentado terrorista que ha sufrido el país. Pero este es otro tema…

Es difícil pedir coherencia y honradez en un país como el nuestro. Corrupto e incoherente. En la portada de El País dicen que “el Gobierno ha prohibido los pagos en metálico de más de 2.500 euros para combatir el fraude fiscal”. El mismo día, en la portada de El Mundo aseguran que “el personal del Congreso denuncia fichajes de asesores con sueldos de 3.800 euros: los funcionarios recurren ´la ilegalidad` para sustituir asistentes por asesores. El ´apaño` permite 5 asesores por grupo”.

Insisto: es difícil pedir honradez y coherencia cuando no eres ni honrado ni coherente. Ahí tienen a Antonio  Beteta, secretario de Estado de Administraciones Públicas, practicando en su minuto de gloria el viejo juego de insultar a los funcionarios: “tienen que olvidarse del cafelito y de leer el periódico y ser más productivos, dice poco antes de tomarse un cortadito mientras ojea el Marca.

Los periodistas podemos tragar con todo, ya dijo Kapuscinski que los cínicos son perfectos para este oficio (¿o era al revés?), excepto con una cosa: que los funcionarios dejen de leer el periódico. ¿Quién lo leerá entonces? ¿Qué sería de nosotros? De seguir así las cosas, la gran periodista Carbonero tendrá que volver a “Gran Hermano”… pero como concursante.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La pulsión de muerte

Autor: Jed Rubenfeld.

Editorial: Anagrama.

Regresan Stratham Younger y Jimmy Litttlemore, los protagonistas de “La interpretación del asesinato”. Sí, el médico discípulo de Freud y el honrado policía neoyorkino, unidos en una nueva aventura que es continuación perfecta de aquella que coincidió con la gira por Estados Unidos del padre del psicoanálisis.

En esta ocasión se enfrentan, una vez superados los sádicos crímenes del primer gran éxito de Rubenfeld, a un misterio de mayor calado, si cabe. “La pulsión de muerte” es una novela policiaca con grandes dosis de intriga política, que recupera todos los ingredientes de aquella excelente novela: una historia violenta y misteriosa, personajes complejos, una minuciosa descripción histórica, un desenlace sorprendente. Todo comienza con un atentado con carro-bomba en Wall Street el 16 de septiembre de 1920. Muertos, heridos, corrupción, venganza, mentiras, conflictos internacionales, oro y radio… y un médico y un policía, Younger y Litttlemore, persiguiendo a unos criminales que nunca son lo que parecen.

La lectura de “La pulsión de muerte” produce el mismo intenso placer que en su día causo “La interpretación de asesinato”. Diversión en estado puro.

El culo de la Milá

En el mundo de la televisión, los tiempos cambian a velocidad de vértigo. Hace veinte años hacerse un calvo en la pantalla era ver a Jesús Puente hablar de las propiedades del atún en lata: “¡Claro, Calvo!”. Hoy en día, hacerse un calvo es mostrar al telespectador la masa fofa, deforme y posiblemente peluda sobre la que se sienta Mercedes Milá. Sí, el culo de la Milá. En tales circunstancias, la frase de Puente en el anuncio de atún Calvo se convierte en la peor pesadilla caníbal: “Y este calvito, calvito, se lo comió todo, todo”.

Telecinco no solo es una cadena mala de solemnidad. También es una cadena corroída por la envidia: como en Antena 3 contrataron a Lobato, el calvo de la fórmula 1, ellos también quisieron tener su cuota de alopecia y pusieron a Milá mirando para Cuenca en “Gran Hermano”. Se metían con Antena 3, la cadena triste, pero resulta que ellos son la cadena culo, un ejemplo de escatología audiovisual, de exhibicionismo rectal, de televisión anal. Y de magreo tabernario: Milá ofreció a uno de los concursantes de “Gran Hermano” que le palpara un pecho (“Estoy hasta buena ¿no?”), y el concursante hundió el dedo en el pellejo, teta vieja, para deleite de telespectadores sin escrúpulos y accionistas de Telecinco.

¿Por qué Mercedes Milá se empeña en desprestigiar aún más su ya decrépita carrera? Por la audiencia, es decir, por la pasta. No se confunda, querido lector: no está loca, no es genial, no es una iluminada, no tiene demencia senil. Quiere mantenerse en el candelabro, que “Gran Hermano” no baje ni medio punto de share, y que su popularidad y su caché suban o, cuando menos, no bajen, se mantengan. Y Ahí tienen el resultado: el día del calvo y la teta, un 20, 2 % de audiencia y 2.885.000 millones de espectadores en prime time.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Humoristas

Autor: Paul Johnson.

Editorial: Ático de los libros.

Si queremos sobrevivir a estos tiempos rácanos, grises y miserables es imprescindible que nos refugiemos en el humor, la sátira y el sarcasmo. Contra la corrupción y la mediocridad nos quedan el ingenio y la acidez. Así las cosas, el libro de hoy, “Humoristas”, es todo un manual de supervivencia: Paul Johnson, periodista e historiador británico, realiza en estas páginas brillantes retratos biográficos de algunos de los mayores humoristas de la historia. Desde Chaplin hasta los hermanos Marx pasando por Chesterton, Dickens, Laurel y Hardy o Benjamin Flanklin.

Los perfiles escritos por Johnson no son ligeras aproximaciones al lado simpático de las personalidades elegidas. El autor, meticuloso y obsesionado con la documentación, deja que los protagonistas hablen, ofrezcan puntos de vista, y demuestren todo su talento. Porque el humor es cuestión de talento. “Nos obligan a plantearnos las preguntas de qué es cómico y qué es humor, pues muchos carecen del poder de hacernos reír, pero la mayoría hacen que nos congratulemos de oírlos: nos satisface que fueran dichos y conservados”, escribe en el capítulo dedicado al doctor Johnson.

 

Este es el capítulo dedicado a los Hermanos Marx:

La segunda ley de la termodinámica
De todos los cómicos que a lo largo de la historia han creado caos para despertar la risa, los hermanos Marx -Leonard «Chico» Marx (1887-1961), Adolph o Arthur «Harpo» Marx (1888-1964), Julius Henry «Groucho» Marx» (1890-1977), Herbert «Zeppo» Marx (1901-1979), y el mánager de los hermanos, Milton «Gummo» Marx (1897-1977)- son los que lo hicieron con mayor determinación, refinamiento y éxito. Y fueron también los más testarudos. En una ocasión entrevisté a Groucho Marx para la Associated-Rediffusion Television, en el viejo estudio 9 al final de la calle Kingsway, en Londres. Después de la entrevista charlamos un rato. Le pregunté: «¿En qué consiste la comedia?». Él me contestó: «En dinero». Continuó: «La farsa siempre es cara, incluso en el teatro. En las películas es mucho más cara porque son necesarios muchos ensayos para que el timing sea perfecto, e incluso entonces hace falta un número interminable de tomas de la misma escena. Tienes que rodar un condenado montón de película para dar a los editores la oportunidad de montar algo bueno. Con grandes plantillas, con sueldos fijados por el sindicato, y directores y editores perfeccionistas, eso significa un coste salarial enorme. Pero luego al final tienes un trabajo cinematográfico que dura para siempre. Es una inversión. Pero a los tipos que controlan ahora la industria (1963) no les interesan las inversiones a largo plazo. Lo único que buscan son beneficios rápidos. Ahora no podríamos hacer una película como Una noche en la ópera. Sería demasiado cara».

La comedia es una cuestión de leyes físicas. Para empezar, es literalmente muy física. La comedia del caos se conduce según la segunda ley de la termodinámica, conocida como el principio de la entropía. La entropía es una medida del grado de desorden y aleatoriedad en un sistema. En la comedia del caos, la intervención humana acelera la entropía. Podría decirse que el sistema de los hermanos Marx es una teoría anticaos: un estudio de sistemas complejos cuyo comportamiento es altamente sensible a pequeñas modificaciones que tienen enormes consecuencias. El caos no puede crearse si no se parte del orden, pues el orden, o la entropía cero, es lo que da comienzo a todo el proceso de degeneración. Para los hermanos Marx, la representación del orden era su madre, Minnie Marx, una mánager profesional que enseñó a sus hijos a negociar duro y a obligar a los directivos de los estudios a cumplir lo prometido. Con MGM llevaron a cabo la negociación más dura de la historia del estudio.

El ejecutivo que finalmente accedió a sus exigencias fue Irving Thalberg, pero la fuerza del Principio del Orden de los hermanos Marx fue tan fuerte que L.B. Mayer, el máximo responsable del estudio, aprobó el trato, que daba a los hermanos el 15 por ciento «del total», es decir, de los beneficios antes de impuestos. Eso concedió a los hermanos Marx la seguridad económica necesaria para discutir con MGM en términos de igualdad sobre la financiación de cada una de sus películas. Y así consiguieron los presupuestos que les permitieron crear el caos que luego consiguió estupendas recaudaciones en taquilla y que todavía, a día de hoy, sigue generando ingresos. Y, en consecuencia, las cuentas acababan en orden. Ese era el proceso de la entropía marxiana: orden, desorden y vuelta al orden. Thalberg no siempre lo vio de ese modo. Según me contó Groucho: «Nos llamaba y nos decía: “¿Qué diablos estáis haciendo? ¿Es que creéis que el dinero crece en los árboles?”. Y yo le decía: “Sí, señor. El dinero crece en los árboles. En los árboles de la MGM”». Si era necesario, eran perfectamente capaces de someter a Thalberg a la teoría del caos. Siendo ellos personas muy ordenadas cuando no estaban en cumplimiento de sus labores profesionales, esperaban que Thalberg acudiera puntualmente a las reuniones que fijaba con ellos. Si les hacía esperar fuera, pues el propio Thalberg era bastante caótico cuando estaba ocupado, echaban humo de cigarro puro por debajo de la puerta de su despacho o apilaban armarios de archivo contra ella o, si esperaban dentro del despacho de Thalberg y él llegaba tarde, se ponían a asar patatas en su chimenea. Eran más implacables que cualquier científico en llevar sus principios hasta sus más entrópicas últimas consecuencias.

Los hermanos contrataron a algunos de los mejores guionistas del Hollywood de la Edad de Oro, entre ellos George S. Kaufman, S. J. Perelman y Bert Kalmar. Pero escribieron personalmente buena parte de su material. Chico se especializaba en pronunciar o entender mal las palabras. Groucho (Los cuatro cocos): «Tendremos que celebrar una subasta. ¿Sabes lo que es una subasta?». Chico: «Pues claro. Vine de Italia a bordo del Subasta Atlántica». O en Una noche en la ópera, durante la escena de la firma del contrato cuando Groucho le habla de una cláusula preventiva, Chico dice: «¡No me diga que ahora tenemos que vacunarnos!». Groucho también utilizaba este recurso: «¿Servicio de habitaciones? Mándenme una habitación más grande». Otras frases de Groucho: «Nunca olvido una cara, pero en su caso haré una excepción». «Soy tan viejo que recuerdo a Doris Day antes de que fuera virgen». «Cualquier hombre que diga que puede ver a través de una mujer como si fuera transparente se está perdiendo mucho». «El secreto del éxito es la honestidad. Si puedes evitarla, está hecho». «Mi nombre no es Groucho, se lo estoy guardando a un amigo». Cuando le excluyeron de un club de playa en California dijo: «Puesto que mi hija sólo es medio judía, ¿puede entrar hasta las rodillas?». Parte del oficio de crear el caos consistía en generar cierta sensación de desazón y de catástrofe inminente. Los hermanos Marx lo conseguían de diversos modos, siendo cada uno de ellos característico de su autor. Harpo oscilaba entre un personaje dominado por la manía sexual, que se lanzaba repentinamente a manosear a las coristas, y su forma extática y magistral de tocar el arpa «poniendo cara de Mozart en el cielo». Chico tenía una forma peculiar de tocar el piano, que había diseñado y perfeccionado él mismo. Tanto el arpa de Harpo como el piano de Chico eran particularmente ofensivos y turbadores para los músicos «de verdad». El bigote falso de Groucho y su forma de caminar inclinado eran también inquietantes y provocaban un nerviosismo inicial que constituía el preludio adecuado a la creación del caos.

Era esencial para el humor de los hermanos Marx que, al mismo tiempo que provocaban inquietud, afirmaran que existía una conspiración contra ellos. Harpo aseguraba que el ruido le impedía ensayar con su arpa por las mañanas pero luego se quejaba de que «este lugar es tan silencioso que apenas se oye el ruido que hace un yunque al caer». Fumó puros, luego lo dejó; apostó, luego lo dejó; sólo bebió alcohol una vez, no le gustó y lo dejó; dejó de hablar mientras actuaba, pero utilizaba objetos inanimados para hacerse entender. No lograba acordarse de los nombres de nadie, así que llamaba a todo el mundo Benson: «Señorita Benson, le presento al señor Benson». Es una técnica cómica clásica hacer que las cosas importantes parezcan triviales. Lo que conseguían los hermanos Marx era que las cosas triviales parecieran importantes. Por eso Groucho podía decir cosas como: «Si cediera, pronto me estarías pidiendo que te dejara una cerilla».

En sus películas destacó la imponente actriz Margaret Dumont. Interpretaba a la mecenas cuya riqueza era el motor de la trama: alta, educada, digna e inmóvil, representaba el principio del orden. Groucho merodeaba a su alrededor, acompañado por sus dos destructivos hermanos, creando el caos y provocando en la señorial dama conmoción, horror, angustia, tolerancia y perdón. Y entonces el ciclo empezaba de nuevo desde el principio. Era necesaria para que los actos de los hermanos la conmocionaran. También hacía falta para asegurar al público que toda la destrucción era puramente ficticia, que no se estaba destruyendo realmente la propiedad de nadie y que, en realidad, todo aquel caos no dañaba a nadie. La comedia del caos sólo funciona si los espectadores se sienten reconfortados por la seguridad de que se trata sólo de una ficción. Pero el caos tiene que filmarse para que sea lo más real posible, si se desea que la historia resulte potente. El humor del caos requiere verosimilitud.

La persona que mejor lo entendió, en la época del cine mudo, fue Buster Keaton. Se esforzó al máximo, cuando estuvo en posición de dirigir su propio trabajo, para conseguir un realismo absoluto en sus gags, especialmente en aquellos que ponían en peligro su vida. Muchas veces corría unos riesgos escalofriantes, como cuando hizo que se cayera sobre él la fachada de una casa, sin tocarlo porque quedó en el espacio de una de las ventanas. El margen de error para que la pared no le golpeara fueron unos calculadísimos cinco centímetros. Muchas de sus tomas de destrucción también fueron reales. Así pues, en El maquinista de La General, su mejor película, un tren real se estrella en un puente real. Sólo esa toma costó cuarenta mil dólares, convirtiéndose en la más cara de toda la época del cine mudo. El maquinista de La General perdió dinero cuando se estrenó, pero ahora se la considera un clásico y una obra de arte fundamental. La insistencia de Keaton en que todo fuera realista aunque resultase muy caro perjudicó su carrera y lo llevó a romper con la MGM. Le vino muy bien poder trabajar para los hermanos Marx, que empezaban a despuntar, diseñando gags para ellos y escribiendo guiones. Según Groucho, Keaton reforzó la convicción de los hermanos respecto a que el caos ficticio era más gracioso cuanto más realista.

Los hermanos rodaron soberbias escenas de caos en Sopa de ganso y en Un día en las carreras. Pero su mejor fragmento de comedia del caos es, sin duda, la escena del camarote en Una noche en la ópera. Esta escena implicó meter un gran número de personas, y cosas, en un pequeño camarote a bordo de un transatlántico rumbo a Nueva York, de modo que todos ellos continuaran con su trabajo como si nada extraordinario sucediera. Puede incluso que se trate del momento más estelar de toda la historia del cine. Como la mayor parte de los mejores gags de los hermanos Marx, se trató de un ejercicio completo de filosofía de la física: en este caso concreto, un ejercicio de logística. Qué es precisamente lo que ese término significa es una cuestión abierta a debate. La teoría militar francesa, por ejemplo, se compone de tres partes: estrategia, táctica y logística. El último término se refiere a todo lo relacionado con la intendencia del ejército: suministros, comida, barracones, transporte, etc. De ahí que una empresa moderna de transporte pueda afirmar que es «experta en logística», una palabra que se utiliza repetidamente en anuncios y promociones. Pero una definición más precisa insiste en que la etimología de la palabra procede del reinado de Luis XIV de Francia. El maître de logis era el alto funcionario encargado de alojar a las tropas o a la corte itinerante. De ahí que haya adoptado el significado de alojar al mayor número posible de personas, o de bienes, en el menor espacio posible, sin que sufran daño ni perjuicio. La escena del camarote es, en consecuencia, un ejemplo brillante de logística a la que el caos pone un fin natural y científico cuando la puerta se abre de golpe por la presión y todo el mundo (y todos los objetos) se desparraman por el pasillo. Esto ilustra perfectamente cómo la entropía llevó al big bang que creó el universo. Por supuesto, la escena del camarote fue, según me contó el propio Groucho, muy cara, tanto por los ensayos como por el tiempo que llevó el rodaje, por no hablar del montaje. «L.B. Mayer me gritó, “¿Qué queréis demostrar con esto?”». La respuesta correcta, por supuesto, es que intentaban demostrar un aspecto de la teoría cuántica. Pero Groucho no lo sabía en aquel momento. El chico, de Chaplin, hizo llorar a Einstein, pero eso fueron sentimientos. Los hermanos Marx le hicieron pensar. Eso era ya física.

En el universo moral de Groucho (todos los grandes cómicos poseen un universo moral), la destructiva dedicación a generar caos se justificaba por su fascinante incertidumbre, algo que el poeta Keats denominó «capacidad negativa». Pero a Groucho también le guiaba un firme principio moral, ilustrado por su conocida afirmación: «Nunca pertenecería a un club que admitiera a gente como yo». Con ello estaba haciendo una afirmación filosófica que añade una nueva dimensión a la teoría del caos de los hermanos Marx. Puede defenderse que el impulso hacia la perfección se equilibra por la conciencia de la imperfección. Para alguien altruista, en consecuencia, es imposible pertenecer a un club perfecto. Creo que esto es un acertijo lógico que Bertrand Russell identificó y definió como el «conjunto de conjuntos». Sé que a Russell le gustaban mucho los hermanos Marx porque él mismo me lo dijo. Pero no es posible que conociera el problema de Groucho con su club mientras escribía sus Principia mathematica antes de la Primera Guerra Mundial. ¿Acaso importa? El dilema de Groucho es muy real. Subraya el hecho de que la exploración de las posibilidades de la comedia conduce a uno a algunos de los misterios más profundos de la existencia, y lo obliga a adentrarse en ellos.