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El alcalde y la virgen

“Con la protección de la Virgen esta ciudad saldrá adelante”, dijo Gonzalo Lago, alcalde de Talavera de la Reina, durante las fiestas de Las Mondas celebradas la semana pasada. La virgen en la que este político deposita su confianza es la del Prado, patrona de la ciudad. Y cuando habla de salir adelante, sin duda se refiere a escapar del bucle de mediocridad y miseria que envuelve a la segunda población más grande de Castilla La Mancha (después de Albacete), con 88.700 habitantes, y seguramente la más castigada por la crisis, con 15.300 parados (5.900 en agosto de 2007).

Talavera de la Reina es una ciudad grande, desangelada y triste, sembrada de tiendas cerradas y miradas perdidas. Prometieron un AVE, que la reenganchase al tren del progreso, pero la alta velocidad no llegó jamás. El Corte Inglés se instaló en el centro, con todo el apoyo municipal, y acabó con el comercio local: pasear por los alrededores de la gran superficie es hacerlo por un erial urbano. No existe vida cultural. El legendario Mercado Nacional de Ganados, reconstruido en 1993, ha sido desmantelado. Escuelas y colegios no presentan mejor aspecto: según la oposición, 340 profesionales de la educación han ingresado en las listas del paro de la ciudad en los últimos meses. La Asamblea de Docentes de Talavera asegura que la educación pública en la ciudad sufre un “grave deterioro”, y es víctima de “abusos por parte de la actual administración” para conseguir “aumentar la presencia de la educación privada concertada en la región”.

Por otro lado, el Sindicato Médico (CESM) ha denunciado públicamente “los recortes” que está llevando a cabo el gerente del Sescam del área de Talavera de la Reina. “La situación es disparatada y deteriora aún más el sistema sanitario”, reconoce la Junta de Personal del Área Sanitaria de Talavera, que ve en el tijeretazo el paso previo a una privatización. Solo en urgencias ya han sido despedidos once médicos…

Ni siquiera el Tajo circula alegremente por Talavera de la Reina: sus aguas sucias, cuando no robadas, permanecen estancadas en la parte más bella de la ciudad, entre el puente romano y el puente de hierro.

Talavera de la Reina se desangra. Muchos ciudadanos preferirían un plan de futuro laico, de esos que crean empleo, garantizan la educación y la sanidad pública, revitalizan la vida cultural y elevan la moral de los ciudadanos. Pero la oferta del alcalde es la que es: “Con la protección de la Virgen esta ciudad saldrá adelante”.

Que dios nos coja confesados…

P.D.

Hasta nunca Margaret Thatcher, la dama de hierro que levantó el embargo de armas a la dictadura de Pinochet.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Mis memorias.

Autor: Emilio Salgari.

Editorial: Renacimiento.

Emilio Salgari nació en Verona, y quiso ser marinero, como Sandokan. Pero como recuerda Fernando Savater en el prólogo, “dejó a medias su formación náutica y en toda su vida apenas hizo en barco unas pocas excursiones y un crucero modesto por el Adriático”. Salgari escribió ochenta y cuatro novelas, de las que vendió cientos de miles de ejemplares. Fue un esclavo de la escritura, explotado y estafado por los editores. Harto de esa mala vida, de pudrirse pegado a una mesa, lejos del mar y la jungla, puso fin a sus días justo antes de cumplir los cincuenta, haciéndose el harakiri con un yatagane digno de un pirata malayo.

Alguna vez Salgari soñó con escribir novelas “en las que los personajes serían, en su mayor parte, conocidos míos”. Muchos de esos héroes clásicos, por ejemplo los tigres de Mompracem, protagonizan esta biografía ligera. Salgari se suma a sus peripecias, les acompaña en sus actividades piratas, bebe su mismo ron, sobrevive a ataques de fieras y a balas enemigas. Navega a bordo de naves piratas, y mantiene los códigos de honor y venganza de los bucaneros. ¿La vida de Salgari? La vida que le hubiese gustado vivir a Salgari: la aventura en estado puro.

Escribe el autor de “Los tigres de Malasia” en este libro primorosamente editado: “Me parece que los escritores debían dedicar sus esfuerzos a otros argumentos más dignos. Los jóvenes italianos leían ya demasiadas novelas extranjeras de género sentimental y romántico; tenían necesidad de libros que templasen en ellos el sentido viril, que los preparasen a una vida de independencia, al sentimiento de la libertad personal, que les despertara la afición a los viajes, a los riesgos, a las hermosas aventuras”.