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Patrimonio robado

El informativo de televisión advierte de un desastre acontecido en TVE. Desapariciones en los almacenes de la televisión pública, concretamente en los Estudios de Color de Prado del Rey, que afectan al patrimonio de todos los españoles. ¿Pérdidas, desapariciones? Inmediatamente pienso en la independencia de los informativos, en la falta de dignidad y de libertad, en la ausencia de periodismo y credibilidad.

No. Se trata del disfraz de Espinete y de las chaquetas con que Letizia Ortiz, no se si usted recuerda a esta última, presentaba los telediarios. Han desaparecido. El patrimonio de todos los españoles, dicen.

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El problema se puede enfocar de dos maneras, ambas muy tristes. La primera, que nos han robado tanto, tanto, tanto que ya solo les queda por llevarse unos trapos. La segunda, que nuestro patrimonio, el de todos los españoles, ha quedado reducido a un par de disfraces. Material para la pantomima, para el camuflaje. Porque ya nada es lo que parece.

Un motivo para NO ver la televisión

Pirenaica

Autor: Ander Izaguirre.

Editorial: GeoPlaneta.

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Termino de leer la última de estas catorce crónicas del Pirineo sentado en mi butaca favorita, madera y cuero, con la lluvia inundando la calle y un tronco de encina ardiendo en la chimenea. Apenas 26 kilómetros por el Cabo de Creus con final en Sant Pere del Rodes. No es mucho, pero a estas alturas del libro llevo mucha tralla en las bielas. “El cuerpo me pide que esta travesía termine en alto. Venga, va, solo una subida más… Tendré paisaje (el mar, la costa abrupta, el pueblo blanco, los viñedos, el matorral), tendré arquitectura (iglesia románica, claustro, torres defensivas), tendré historia (el monasterio fue sede de un gran poder feudal con territorios por toda Cataluña, fue centro de peregrinación): el tipo de excusas que me han servido para ir montando este viaje. Pero no me engaño. El verdadero motivo de un viaje a través de los Pirineos es el extraño placer de subir montañas en bici”.

Termino la frase y siento cómo se me acartonan los gemelos y me falta el aire. ¿Una pájara? Me levanto del sillón, paso junto a la bici estática y me pongo un Jack Daniels con dos hielos. Mucho mejor así, dopado hasta las trancas. El placer de subir montañas en bici sabiendo que no sudarás una gota, que no pincharás, que no pasarás control anti doping, que quedan hielos en el congelador. Que pedaleará Ander.

“No encontraré otro tramo de semejante dureza en todo este viaje pirenaico: la subida al collado de Erroimendi son 8,5 kilómetros al 10% de media. Con el peso de las alforjas, mi pedaleo se reduce a una sola posibilidad: ponerme de pie, dejar caer el peso del cuerpo sobre el pedal derecho, alzarme de nuevo, dejarme caer, y así. Llevo un plato de 34 dientes y una corona de 27: avanzo 2,64 metros en cada pedalada. Así que tengo la sensación de estar siempre en el mismo árbol”.

Leer a Ander Izaguirre es lo más parecido a montar en bicicleta. Luchar contra esa sensación es inútil: mucho mejor dejarse llevar por la suave cadencia de su rodar, frases redondas, descripciones magistrales, buenas historias. En “Pirenaica” el Izaguirre reportero deja paso al Izaguirre viajero, y sin sacrificar una pizca de talento cuenta una historia repleta de historias: una ruta en la que se cruzan peregrinos, esclavos, bosques maravillosos, osos forasteros, montañas sagradas, monasterios en las nubes… Todos los ingredientes de un gran libro de viajes.

Vasco de Donosti, Izaguirre cree a ese García Márquez que solo concebía la crónica como la novela de la realidad. Por eso no ha escrito un libro malo. Por eso este “Pirenaica” es la visión personal de un gran reportero, la novela de la realidad pirenaica de un escritor, la crónica de un ciclista que pedalea con los ojos bien abiertos y el bolígrafo entre los dientes. Un placer.