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La cumbre de mi carrera

No me gusta que me den premios. Algo que no ha sido un gran problema: a lo largo de todos estos años apenas me han dado premios. Pero hubo una vez que me llamó un tal Fernando, desde Huesca, y me habló del Congreso de Periodismo Digital y de algo llamado “Blasillo”. Me hice el loco, el ocupado, el que salía de viaje justo el día que se entregaba… hasta que me dijo que el premio era una escultura de Forges y que lo entregaba el propio dibujante. “Allí estaré”, respondí al que hoy es mi amigo.

blasillo

Había coincidido con Forges en El País, pero no había tenido la suerte de conocerle. Considero que en Forges está todo. El humor, por supuesto, pero también el compromiso, la solidaridad, la crítica, el lenguaje, la independencia, la sencillez, el control al poder, la responsabilidad, el trabajo… El mejor periodismo. Una buena persona.

Y en Huesca recibí el premio: tras comer con Forges, nos fuimos a caminar. Dimos un paseo por centro de la ciudad, tomamos un café y compramos chocolate, judías y aceitunas en la tienda más bonita del mundo, que está bajo unos soportales, en el mismísimo centro. “Cuidado, porque esas negras en grandes cantidades son venenosas”, me dijo el dibujante en el día que hoy considero, sin duda, la cumbre de mi carrera.

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Ficción histórica

La foto tiene miga. Una pareja de príncipes disfrazados de civiles saluda a una pareja de actores disfrazados de reyes. El batiburrillo es de órdago. La monarquía, auténtica ficción histórica, se ve reflejada en esta pantomima audiovisual como en los  espejos del hall del museo de cera. Deformada, grotesca, patética. Imagino el diálogo: “Hola, ¿Qué ashe?”; “Pues aquí, rodando una serie. ¿Y ustedes vosotros?”; “Pues aquí, viendo cómo rodáis una serie”; “Pues si no les importa seguimos, que entre el maquillaje y la ropa viejuna esto de la ficción histórica es un coñazo”.

Reyes y truenos

Y es que Felipe y Letizia asistieron al rodaje de la escena final de la serie de TVE “Isabel”. No podían esperar a verla por televisión, querían saber cómo acababa la cosa. Normal que, después del epílogo que para los reyes tuvo la revolución francesa, los príncipes de Asturias anden inquietos y quieran confirmar que Fernando e Isabel corrieron mejor suerte que sus vecinos del norte. Aunque la verdad es que Isabel no tiene muy buena cara: parece compaginar el rodaje de “Isabel” con el de “The Walking Dead”.

La Casa del Rey ha informado que Felipe y Letizia “se han declarado seguidores de la serie”, y “han visitado asimismo las áreas de maquillaje, atrezo y vestuario, donde han podido comprobar hasta qué punto se ha cuidado el rigor histórico en la ambientación de la serie”. Comprobar el rigor histórico. Un coñazo.

Si los príncipes lo que quieren es airearse, salir a la calle, sentir el aliento del populacho en el cogote, yo les diseñaría otro programa de visitas. Menos ficción histórica y más realismo presente. ¿Qué tal unas cañas en el barrio del Gamonal? ¿Y una tarde de compras en la Rosilla? ¿Y un paseíto por el hospital de Toledo, con cadáveres en los pasillos? ¿Y qué me dice de un relajante puente sabático en un ático marbellí, amplio y soleado, cedido por algún político de élite? Si quieren sol, pero con más ambiente, pueden acercarse a las costas de Ceuta. Y es que España es un país de contrastes, campo y playa, repleto de lugares donde pasar un rato agradable. Pero no seamos paletos… Tampoco estaría mal un fin de semana en Suiza, con una visita guiada a los principales bancos en los que tienen cuentas los patriotas españoles.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La vida soñada del capitán Salgari.

Autor: Paolo Bacilieri.

Editorial: Norma.

Salgari

La vida de Emilio Salgari, escritor de algunas de las novelas de aventuras más fascinantes de todos los tiempos, fue terrible. Trabajaba sin cesar, escribiendo mañana y noche, y sin embargo le acosaba la penuria económica, los acreedores y los insaciables editores. Firmó 84 novelas, algunas de las cuales lograron grandes ventas, vivió en una casa modesta, tuvo cuatro hijos, y se sintió estafado por cuantos tenían que ver con su trabajo. Un buen día, a los 49 años, se cansó de aguantar. Cogió un yatagán como los que había puesto en manos de Sandokan y se hizo el harakiri. En la nota que se encontró junto al cuerpo decía lo siguiente: “A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, solo os pido que en compensación de las ganancias que os he proporcionado os ocupéis de los gastos de mis funerales”.

En esta sección hemos comentado ya un par de biografías, una escrita por el propio Salgari y prologada por Savater (“Mis memorias”, editorial Renacimiento), y otra firmada por el turinés Ernesto Ferrero (“El último viaje del capitán Salgari”, editorial Ático de los libros). La que hoy nos ocupa es una biografía gráfica, un cómic bellísimo, emocionante, en el que la historia que se cuenta es tan importante como la forma en que se narra. Un majestuoso blanco y negro, en el que destacan los paisajes, las ciudades y sus calles, y los últimos momentos del escritor de Verona. La aventura en estado puro.

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el equilibrio moral

Es bien sabido que la virtud está en el equilibrio. Basta con seguir las portadas de nuestros principales periódicos para comprobar que la búsqueda de la armonía, ese sueño de la filosofía griega, sigue siendo tan estimulante como en los tiempos de Pitágoras. El miércoles los grandes diarios abrían con una fotografía llena de boato y lujo: el anuncio de la boda entre Guillermo de Inglaterra y Kate Middleton, esta última luciendo un anillo de la malograda Lady Di. Ayer jueves, sólo un día después de mostrar esa imagen tan glamurosa, los mismos periódicos incluían en la portada la fotografía de una mujer desnuda que, tumbada en la acera de una calle de Puerto Príncipe, agonizaba víctima del cólera ante la indiferencia de los transeúntes. ¿Cuál de los dos es el mundo real?

Ambos. Consumimos anillos de lujo y epidemias de muerte con absoluta naturalidad, y en dosis similares, cada vez con mayor frialdad e indiferencia. El mundo en que vivimos nos permite este maridaje aberrante, esta incoherente doble vida: recuerden que la torturada capital de Haití y las lujosas residencias playeras de la República Dominicana están separadas por sólo unos kilómetros de indiferencia. Es posible, por tanto, ser tremendamente feliz siendo asquerosamente hipócrita. ¿La conciencia? No me sea usted aguafiestas… La conciencia se doma, como se doblega a un caballo entero. Y si la cosa se complica y la bestia se empeña en nos dejarnos vivir en paz, la capamos y punto.


El gran Forges, guerrillero incansable, nos lo ha estado recordando durante meses en la esquina de sus viñetas: “¡Pero no te olvides de Haití!”.