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Sentirse español

“El patriotismo es el último refugio de los canallas”. Samuel Johnson.

Fernando Trueba recibió el pasado sábado en San Sebastián el Premio Nacional de Cinematografía. Dueño de un Oscar desde 1993, conocido en todo el planeta por sus maravillosas películas, Trueba es un tipo listo, divertido y tranquilo con la cabeza bien amueblada, que adora el cine, la música, la cultura y que disfruta, sobre todas las cosas, contando historias. Una de las cosas buenas que me han pasado en la vida ha sido conocerle, poder trabajar con él y con su hermano David. Azcona dijo que los premios deberían ser secretos y tener dotación económica. Éste felizmente cumple la segunda”, dijo en el comienzo de su imprescindible discurso de agradecimiento, pronunciado delante del ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo.

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Sin más preámbulos humorísticos, Trueba se metió en faena: “La segunda palabra, Nacional, es una palabra que no me gusta nada. Nunca he tenido un sentimiento nacional. No me gustan las fronteras. La verdad es que nunca me he sentido español, ni cinco minutos de mi vida. No me he sentido español ni en los mundiales… Debo confesar que, culturalmente, Cervantes me gusta, pero no más que Henry James o Balzac. Me gusta Velázquez, pero también Rembrandt. La música que me gusta es el jazz. Debo estar equivocado. Tengo conflictos con la palabra ‘nacional’”.

Trueba le dijo al ministro, en su cara, lo que muchos pensamos. ¿Español? Ni cinco minutos. Y por si quedaba alguna duda esa misma noche, solo unas horas después del discurso del director de cine, un tal Xavier García Albiol defendió en un debate de La Sexta su concepto de nación: “Queremos poner un muro a los que quieren romper España”, dijo el político que insiste una y otra vez en que el PP es el partido que más lucha contra la corrupción. Es decir, que insiste en llamarnos idiotas.

“Bajaremos el IVA de la cultura cuando podamos”, aseguró el ministro de Cultura como respuesta a un Trueba que exige normalidad: “Sueño con televisiones públicas, organismos independientes y cosas al servicio de los ciudadanos. Y pido que no sea a cambio de nada, simplemente porque pagamos nuestros impuestos”.

Pero España es un lugar complicado, donde debes seguir el ritmo de la música que marcan algunos. Puedes robar y mentir, no pagar impuestos, manejar dinero negro, sodomizar monaguillos, corromper las entrañas del sistema, financiar guerras injustas y terrorismo de Estado, hacer de la sociedad un lugar menos justo y con mayores diferencias… pero jamás puedes dejar de sentirte español. Sentirse español es obligatorio. Hasta que deja de serlo. Porque como dijo en su día Chateaubriand, con las patrias pasa como con los dolores: cada uno tiene la suya. Pero no siempre es así: La pasada semana veíamos que Bolaño tuvo dos, su hijo y su biblioteca…

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Un motivo para NO ver la televisión

Everest

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Una película sobre la tragedia que tuvo lugar en el Everest en 1996. “Hubo muertos, heridos y mucha controversia”, escribe Jon Krakauer en “Mal de altura” (Editorial Desnivel), el best seller (más de cuatro millones de ejemplares vendidos) en que está basada la cinta que se estrenó el pasado viernes. El periodista, escritor y escalador estadounidense formaba parte de una expedición comercial que cobraba 65.000 dólares a cada cliente por hacer cumbre en la cima del mundo. El objetivo de Krakauer era subir a la montaña y contar la experiencia en un artículo para la revista “Outside”.

Tras alcanzar la cima, Krakauer sobrevivió a un descenso complicado por una tormenta. No todos tuvieron tanta suerte: algunos murieron, otros sufrieron terribles amputaciones. En ese momento se abrió un duro debate sobre los riesgos del alpinismo, sobre la preparación de los clientes de las expediciones comerciales y sobre el exceso de gente en la montaña. El campamento base se ha convertido en un pueblo, y las rutas de acceso, a más de 7.000 metros, en ocasiones se colapsan. El Everest ya no es lo que era.

Pero sigue fascinando a alpinistas de todo el mundo. La película es visualmente maravillosa: la ruta de acceso al campamento base muestra toda la belleza de la ascensión, desde la pista de aterrizaje en Lukla a pueblos tan increíbles como Namche Bazaar. Y el resto es pura adrenalina. Rodada en 3D, permite sentir el viento en la cara y el frío en los huesos. Y afortunadamente el lado emocional, la brutal tragedia, no se explota de manera excesiva. No abusa del drama, no busca la lágrima fácil. ¿Alguna pega? Creo que no se da a los sherpas toda la importancia que tienen en este tipo de expediciones. En la película apenas se habla de estos superhombres, tipos siempre dispuestos, incansables y solidarios, los héroes eternamente olvidados del Everest.

Un reality de altura

La decadencia del Everest como montaña legendaria viene de lejos. “Se ha convertido en un parque temático que debería comprar Disneylandia”, ha llegado a decir el gran Reinhold Messner. Desde hace años las expediciones comerciales, los cazadores de records y los aventureros de pacotilla consideran ese lugar sagrado como el perfecto escenario para sus fanfarronadas. Apenas queda nada de la cima virgen que conquistaron en 1953 Tenzing y Hillary. Hollar hoy la montaña más alta del planeta es cuestión de dinero. El camino desde Lukla es una autopista de tierra con cibercafés y teterías, el campamento base un poblacho lleno de basura y botellas de oxígeno, y el recorrido a la cumbre un colapsado desfile de buscadores de fama. El hombre que más veces ha hecho cima, la mujer que ha subido y bajado más rápido o el primer ciego (o tuerto) mayor de 65 años en hacer cumbre. El Everest se ha convertido en un circo. Y un circo necesitas payasos. En esas llegó Jesús Calleja…

Y Calleja llegó para hacer de la cima del Himalaya, Chomolungma, la diosa madre, el plató de un reality show de televisión. Porque eso exactamente es “Desafío Everest: la barrera de la muerte”, el nuevo programa de Cuatro para la noche de los domingos. Un puñetero reality en el que diez “aspirantes a montañeros” se enfrentan al reto propuesto por la cadena: llegar hasta el Campo 3 del Everest, a 7.300 metros de altura. “Por motivos de seguridad, sólo los dos más aptos verán cumplido su sueño”, aseguran de manera melodramática los guionistas. Y únicamente uno será el ganador. El resto se quedará, en términos televisivos, por el camino. ¿Qué queda del viejo espíritu de las montañas, de ese hombre que busca encontrarse a sí mismo en la soledad de la naturaleza salvaje? Nada de nada: esto es televisión, imbécil.

No respetan nada, y la montaña no tenía por qué ser una excepción. ¿Recuerdan “Gran hermano”, la basura de Telecinco que ensucia nuestras pantallas  desde hace años? Pues Cuatro, su cadena hermana, no quería ser menos y ha montado un “Gran montañero” por todo lo alto, sin escatimar en  porteadores, yaks o cámaras. En los primeros diez minutos Calleja otras tantas veces “la barrera de la muerte”, y amenaza a los concursantes con los mayores males: “incluso podría sobrevenirnos la muerte súbita”. Sensacionalismo en estado puro. Algo tan absurdo, irreal y burdo como el plantel de concursantes: una profesora de música, un policía, una empresaria, un director de banco, un abogado… Viendo el tono programa (un concursante se tira un pedo en la cara de otro que le besa el culo) yo hubiese apostado por una ex monja, transexual, judía y con antecedentes por zoofilia. A la hora de crear problemas de convivencia, que es de lo que se trata en estos programas basura, es un perfil que sin duda funciona mejor que el de socorrista o fisioterapeuta.

¿Y para esta basura amarilla tienen que viajar hasta el Himalaya? En Gredos podrían haber rodado semejante pantomima por menos de la cuarta parte de pasta. Pero claro, entonces no podría decir que lo mejor es compartir casa con los sherpas.

Conclusión: ¡Cómo echamos de menos “Al filo de lo imposible”! Eso era televisión sobre montaña, sobre escaladores, sobre aventuras y naturaleza salvaje. Televisión de calidad (pública). Para todos los que hemos estado en Chomolungma, la diosa madre, y adoramos en valle del Khumbu, programas como este “Desafío Everest: la barrera de la muerte” son un insulto. A los recuerdos, a la inteligencia y a la misma montaña. ¡Alejen sus sucias cámaras de la tierra del leopardo de las nieves!

Un motivo para NO ver la televisión

Jay Farrar, Yim Yames, Will Johnson y Anders Parker

Cd: New Multitudes

Una reunión de estrellas del género Americana, Jay Farrar (Uncle Tupelo, Son Volt), Will Johnson (Centro-Matic, South San Gabriel), Anders Parker (Varnaline) y Yim Yames (My Morning Jacket), han trabajado duro para poner música a las letras perdidas de Woody Guthrie. Se trata de un proyecto similar al que realizaron hace años Wilco y Billy Bragg, en el que Nora Guthrie, hija de Woody, pone a disposición de los músicos el archivo de la leyenda del folk.

El resultado es una obra maestra en que cada artista  aporta lo mejor de sí mismo, lo que incluye desde baladas de gran profundidad a temas que recuperan el espíritu de Son Volt. Un disco grande, mezcla de géneros (blues, pop, country…), disponible en versión doble cd, con el alma de Guthrie haciendo de eslabón entre cantautores en estado de gracia.

“La música es el lenguaje de las mentes que viajan / Lleva la llave de las leyes del tiempo y el espacio / Tren solitario silbando por el llanto silencioso del viento / La vida es el sonido, la creación ha sido una canción…” Hoping Machine (Woody Guthrie).