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La enviada de dios

“Me han dicho que soy una enviada de dios, me quedo con eso”, dijo la representante española en Eurovisión a la presentadora Anne Igartiburu. Y se quedó tan ancha. Barei, que así se llama la supuesta cantante, hizo esa confesión entre religiosa y mística tras saber que había quedado en la posición número 22 de un total de 26 participantes.

No digo yo que dios no la haya enviado, ni muchísimo menos. Pero sí que podía haberlo hecho cuando estuviese un poco mejor preparada, quizá con una mejor canción, quien sabe si después de hacerse un curso de inglés de CEAC, puede que con una coreografía que ofreciese algo más que un movimiento de piernas a lo Lina Morgan y una falsa caída. Podía haberlo hecho, pero no quiso: los caminos del señor son inescrutables.

Barei estuvo a la altura de un festival musical que es una auténtica mierda. Y que de manera absolutamente increíble despierta el entusiamo de determinados sectores dedicados al mundo de la televisión. El festival de Eurovisión es la nada. Nada de talento, de interés, de imaginación, de novedad, de arte. El festival de Eurovisión es la caspa. Y si no me cree recuerde las palabras de José María Íñigo: “El festival de Eurovisión es como una final de la Champion”.

Tras el fracaso digamos que… artístico, de esta edición de Eurovisión, solo nos quedará un detalle para el recuerdo: la presencia en el festival del vicesecretario de accción territorial del Partido Popular Javier Maroto, fan declarado, junto a su marido Josema Rodríguez. Maroto disfrutó del fracaso estrepitoso de nuestra enviada por los dioses solo unas horas después de que el Tribunal de Cuentas le condenase, a él y a Alfonso Alonso, ministro de Sanidad en funciones y presidente del PP vasco, por un “perjuicio” de 393.862 euros a las arcas públicas de Vitoria.

Sí, sí, Maroto, la sangre nueva de los populares, uno de los jóvenes encargados de renovar el partido, el mismo que una vez pidio, todo serio y muy cabreado, una “purga” contra la corrupción “que se lleve por delante a quien se lleve”.

La corrupción en el PP, ese sí que es un festival cojonudo.

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Eurofreaks

Cada año pasa lo mismo. Llega Eurovisión y maldigo la mierda de música que nos ofrece la televisión, un electrodoméstico sin criterio, sin sensibilidad, sin swing. Sin alma. La televisión odia la música. Y para que no queden dudas sobre este sentimiento irracional, escupe cada doce meses un festival ridículo, patético, esperpéntico, vergonzoso. Eurovisión es un ejemplo perfecto de la peor televisión posible. Es entretenimiento de baja calidad. Es caspa y es óxido. Es un show rancio, una recopilación de mediocridades, un retorno al pasado más desafinado. Eurovisión es blanco y negro, es sonidos grabados, es pasado sin futuro, es una almorrana aferrada al corazón de la pantalla plana.

Durante la semana anterior a la final, celebrada el sábado, Eurovisión ha sido noticia en diferentes medios. Informaban de banalidades y estupideces numerosos enviados especiales que, teniendo en cuenta la crisis que atenaza a los medios, deben haber sido invitados por la organización del Festival. Economía de guerra. Sin embargo, cuesta entender cómo un diario teóricamente serio, como se supone es El País, dedicaba su última página del pasado viernes, la de los descubrimientos, las apuestas y los talentos, la de la frescura, el compromiso y la creatividad, a José María Íñigo. “Ganar o perder Eurovisión es una lotería. Es como en el fútbol: vence quien más goles mete. Pueden ser chicas jóvenes o grupos melenudos”, dijo el veterano presentador en el momento más interesante de la entrevista.

Eurovisión no tiene nada que ver con la música. Es un negocio. Los que aparecen en pantalla pretenden cantan, pero muy bien podrían embuchar salchichones, alicatar techos o sembrar boniatos. No hay talento. Sólo despierta el interés de la masa aquello que rodea a la música, lo superfluo, lo prescindible: cuánto cuesta el vestido de la representante española, ¿nos votará Portugal?, quiénes con las concursantes más sexys, quiénes los más polémicos…

Los concursantes… Si le cuento que ganó la mujer barbuda, es muy posible que usted piense en “Freaks”, la parada de los monstruos. Por ahí van los tiros. Dúos que convierten a Pimpinela en Simon & Garfunkel, bandas de pop edulcorado que vienen del frío, cantantes góticos perpetrando baladas insoportables, payasos creados para la ocasión en una agencia de marketing… Lo peor de cada familia.

En TVE debería verse y escucharse música de verdad. Es la televisión pública, ¿recuerda? La televisión teóricamente sin publicidad, sin anuncios, sin concesiones comerciales. La televisión de los ciudadanos. Eurovisión es un producto basura para cadenas basura. No desentonaría en absoluto en Telecinco, junto a las fulanas y chuletas de “Hombres mujeres y viceversa” o los espantapájaros que se lanzan a una piscina. Pero debería rechinar en TVE, la tele en la que tenemos derecho a disfrutar de un entretenimiento de calidad.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Musketaquid

Autor: Henry David Thoreau.

Editorial: Errata Naturae.

9788415217640

¿Ha leído usted “Walden”, la obra maestra de Henry David Thoreau? Imagino que sí. En caso de que la respuesta sea negativa, corra a la librería y hágase con uno de los ejemplares magníficamente editados por Errata Naturae. Cuando termine esa joya de la literatura, y acepte con naturalidad obviedades tales como que el hombre no posee las cosas, sino que las cosas le poseen a él, siga leyendo…

“Musketaquid” es un complemento perfecto a esa forma de entender la naturaleza humana, la sociedad y la vida llamada “Walden”. El filósofo naturalista regresa a los bosques vírgenes, los ríos bravos, la fauna salvaje… y lo hace acompañado de su  hermano John.

Sabemos por “Walden” que Henry David se encontró a sí mismo en el interior de una cabaña, espacio desde donde renegó de los ideales de consumismo y trabajo de Estados Unidos y apostó por el hombre sencillo, la vida simple, los espacios abiertos. Ahora aprenderemos que el descenso por dos ríos de Nueva Inglaterra, el Concord, “extraordinario por la dulzura de su corriente”, y el Merrimack, es un viaje iniciático. Son los ríos de la vida. Como en su día lo fueron el bosque y la cabaña de “Walden”.

Henry David y John se lanzaron a la aventura un sábado, el último día de agosto de 1839. Lo hicieron en un bote “cuya construcción nos ha llevado una semana de trabajo en primavera. Tenía la forma de una barca de pescador, con el fondo plano, de quince pies de largo por un máximo de tres y medio de ancho, pintado de verde y con una franja azul, un guiño a los dos elementos en que pasaría su existencia”.

El filósofo cuenta el viaje, lo que siente en contacto con el agua y el aire, “el sonido tenue, deliberado y ominoso de las gotas contra nuestro techo de algodón”.   E incluye aquí y allí poemas, de su colega Emerson y de otros muchos, una selección brillante que comparte papel con descripciones de fauna y flora (siluros y salmones, cercetas y ánades, abedules y alisos), pero también de fenómenos geográficos, de trabajadores locales, de indios y nativos, de los habitantes del río y sus bosques.

Las leyes de la naturaleza, “más inmutables que las de cualquier déspota”, no impiden que los protagonistas del viaje lean. Y que el escritor hable de libros, de lectores, de literatura: “Merece la pena tomarse tiempo para escoger nuestras lecturas, pues los libros constituyen la sociedad que frecuentamos”.

“Musketaquid”, exuberante libro de viajes , es complemento perfecto de “Walden”, imprescindible ensayo intimista. Les une la armonía con la naturaleza, la belleza del lenguaje y la pureza del autor, un espíritu libre. Delicioso.

 

Si yo fuese del PP…

Carolina Ferre, presentadora de la gala para elegir la canción de Eurovisión emitida por TVE, improvisó un chiste con una onomatopeya: mientras abría uno de los sobres con las votaciones simuló el clásico pitido censor utilizado para ocultar tacos y palabras malsonantes. “Por favor, que entre el piiiiii… sobre”,  dijo. Y abrió el clásico artefacto de papel utilizado para introducir en su interior cartas, tarjetas, billetes u otros documentos. Tronchante, ¿verdad?

Pues si yo fuese del PP estaría indignado. ¡Cómo se pueden hacer desde una televisión pública bromas políticas, sobre el partido en el Gobierno, con la que está cayendo! Una ola de frío sacude el país y nuestros presentadores distrayendo la atención de la ciudadanía con chascarrillos sobre el ex tesorero del partido que supuestamente gobierna. Una vergüenza. Afortunadamente no todos los trabajadores de la televisión pública son igual de irresponsables: el Telediario de mediodía de ayer arrancó con el Papa, como dios manda.

Un monográfico sobre el santo padre, con media plantilla de la televisión pública desplazada a Roma para contarnos, atención, el penúltimo día del corresponsal de dios en la Tierra. En riguroso directo, Ana Blanco contó una serie de anécdotas, dio paso a algunos reporteros, y entre unas cosas y otras rellenaron medio informativo. Todo el tiempo que le dediquemos al Papa no se los tenemos que dedicar a Bárcenas, pensaría Julio Somoano, director de informativos, siguiendo criterios estrictamente periodísticos. Los resultados no se han hecho esperar: El nuevo Consejo de Informativos de TVE ha advertido a Somoano, en su primera reunión, de la caída de audiencia de los telediarios, de injerencias injustificadas de la Dirección de Contenidos y del desprestigio de programas clásicos como Informe Semanal.

Si yo fuera del PP estaría indignado con la gala de Eurovisión en la que se burlan de los sobres del PP. ¡A estas alturas todavía con los sobres! ¡Por favor! Ese tema está superado. Ahora lo suyo es bromear con el trabalenguas de Cospedal, las amenzas de Montoro, los silencios de Rajoy… Con las mentiras de todos ellos. Y por supuesto, con la indemnización que tendremos que pagar a Bárcenas por despido improcedente. Divertido, ¿no es cierto? Serían 894.603,36 euros, y he dicho “tendremos que pagar” porque, al financiarse el Partido Popular en un 95% mediante subvenciones públicas, la pasta saldría en esa proporción de los bolsillos de los españoles.

Si yo fuese del PP…

 

Un motivo para NO ver la televisión

Saliendo de la estación de Atocha.

Autor: Ben Lerner.

Editorial: Mondadori.

Esta es la historia de Adam Gordon, un joven norteamericano que arrastra por España sus obsesiones, sus falsedades, sus pastillas tranquilizantes, sus huevos de hachís, su falso proyecto poético y sus interminables y complejas dudas existenciales. Vive cerca de la Plaza de Santa Ana, disfruta de una beca, habla un castellano penoso y tiene un concepto irregular, a veces lamentable, de sí mismo: asegura ser “un mentiroso compulsivo, bipolar y violento”.

Con el Madrid que vivió el 11-M como telón de fondo, un Lerner entre tronchante y filosófico reflexiona sobre el arte, la poesía, las estructuras sociales, la amistad o la familia. En ocasiones puede parecer superficial y hasta frívolo, pero solo se trata de un espejismo: el narrador de Kansas escribe tan bien que es capaz de jugar con el lector, de llevarle de la mayor estupidez a la verdad más grande en un par de frases. Jonathan Franzen dice que es una novela “llena de vida”, y como es habitual tiene razón. Adam Gordon es un devorador de sensaciones.

“La novela es una mezcla de experiencia autobiográfica y pura ficción”, cuenta Ben Lerner en una entrevista. “Empecé a escribirla en el año 2009. Hace poco terminé mi tercer libro de poesía, así como una serie de ensayos críticos. Creo que la novela me atrajo más por la forma, en el planteamiento, ya que me permitió plasmar mis ideas acerca de la poesía y lo poético y colocarlas en el mundo (insertándolas en la vida de un personaje y viéndolas extenderse a otros ámbitos de su experiencia). Adam Gordon es como una versión exagerada de mi mismo pero más joven (una mezcla de neurosis y de idealismo). Él está tratando de dar sentido a su propia identidad, a su presencia en un mundo donde los límites entre realidad y ficción son cada vez más borrosos”.

Eurosordera

¿Buena melodía? ¿Un estribillo pegadizo? ¿Una letra emocionante? ¿Una interpretación impecable? Nada de eso tiene importancia, como muy bien nos enseñaron en la pasada final de la Copa del Rey, cuando hablamos de música para grandes colectivos. En estos casos el factor fundamental es el volumen. Los seguidores del heavy metal dirán que ya lo sabían, pero a los de Eurovisión seguro que les pilla por sorpresa. Pastora Soler quedó relegada a la décima posición porque en la mesa de mezclas del festival no estaban las personas adecuadas: el realizador del fútbol de TVE, el técnico de sonido del Vicente Calderón o el mismísimo Ilham Alíyev, presidente/dictador de Azerbaiyán, el país organizador.

Si TVE quería que España ganase Eurovisión tenía que haber subido el potenciómetro del volumen a tope cuando Pastora interpretó esa basura llamada “Quédate conmigo”. ¡Caña al mono! Como hicieron con el himno de España en el Calderón, para que usted me entienda. Como hubiera hecho el dictador Alíyev, anfitrión del festival, para silenciar y reprimir a su pueblo. Un gesto de rebeldía para con esa Europa que no quiere outsiders. Europrisión.

Subir el volumen, en un estadio con 55.000 personas, en un festival con 125 millones de telespectadores o en una conversación en un bar, es una garantía de éxito. ¿Una falta de respeto, y una renuncia a la reflexión y al diálogo? También, pero eso es lo de menos. Las tertulias televisivas son un buen ejemplo de que tus ideas, si no levantas la voz por encima de la de los demás, no tienen ni consistencia ni futuro: no existen. Decibelios. Ahí tienen a los robots de Irlanda, las abuelas de Rusia, la falda de la griega, o a Iñigo, comentarista español. Un estruendo eurovisivo.

Un pueblo sordo es un pueblo ignorante y dócil. Y por tanto feliz. La sordera como camino al nirvana, a la sabiduría. Un ejemplo: Gallardón dice que investigará Bankia “cuando sea oportuno”. El ciudadano cabal solo tiene dos opciones: o pitarle la próxima vez que se cruce con él, hasta desgañitarse, o hacerse el sordo. Lo llaman democracia, pero no lo es. Es sordera.

P.D.

Arguiñano, el cocinero más famoso de España, se cabrea con el tema de los recortes mientras prepara un sofrito. Y habla de “gansters” y de “gorileros”, y dice que si “el Gobierno hubiese explicado lo que pensaba hacer antes de las elecciones igual no estaba en el poder”. Con dos cojones y desde una televisión generalista.