Un motivo para NO ver la televisión.
Vender a Hitler.
Autor Robert Harris.
Editorial: Es Pop.

Es éste un libro peculiar, puesto que en una misma historias cuenta diferentes miserias protagonizadas por personajes bien distintos: periodistas, falsificadores, magnates de la prensa, coleccionistas de recuerdos nazis, nazis auténticos, historiadores de medio pelo… Algo les une: la ambición. Buscan desesperadamente más dinero, más reconocimiento, más reliquias, más lectores, más, más, más. El resultado, no podía ser de distinta manera, es una obra histórica repleta de información, de nombres y de fechas, de acontecimientos importantes, de referencias a documentos legendarios. Pero también tiene trazas de texto policíaco, de ensayo periodístico, por supuesto de novela pícara (exaltación de la mentira y la manipulación) y afortunadamente de desternillante obra humorística.
“Cómo Murdoch y la empresa Newsweek se enzarzaron en una atrabiliaria subasta que en determinado momento llegó a inflar el precio de los diarios hasta los 3.75 millones de dólares, hasta que la avaricia de Stern y la supuesta falta de escrúpulos de Newsweek dieron al traste con el trato; Cómo Stern consiguió, en cualquier caso, vender los derechos subsidiarios de los diarios a periódicos y semanarios en Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia, Francia, Italia, España, Noruega, Holanda y Bélgica, mediante un contrato cuidadosamente calculado para exprimir hasta la última gota vendible de Adolf Hitler, dividiendo los diarios en veintiocho extractos individuales cuya publicación habría abarcado más de dieciocho meses; de que modo se apremió la publicación de la noticia del descubrimiento de los diarios a pesar del creciente número de pruebas que indicaban que parte de las libretas habían sido creadas después de la guerra; y por último, cómo esta elaborada pero cada vez más inestable pirámide de ventas de derechos y contratos subsidiarios acabó viniéndose abajo dos semanas más tarde debido a un breve informe redactado por el laboratorio de la policía federal alemana”.
Todo gira alrededor de los supuestos diarios privados y secretos de Hitler, y de un falsificador que se los coloca por un precio de escándalo a uno de los mayores grupos de comunicación del planeta. Todos se frotan las manos con el negocio. Todo resulta ser un pufo. Muchos de los protagonistas quedan en entredicho. El timador podría ser el héroe, si no fuera por lo gris y sórdido del personaje. Y siempre de fondo, en ocasiones en primera plana, un periodismo patético que es ridiculizado en múltiples ocasiones.
“El proyecto de los diario de Hitler llevaba en marcha menos de tres meses y ya contenía al menos tres niveles de mendicidad. Kujau estaba engañando a Heidemann: Heidemann estaba engañando a Kuau y a la ejecutiva de Gruner + Jahr; y la ejecutiva de Gruner + Jahr esta engañando a los responsables de Stern”.
¿Un batiburrillo de géneros, de personajes y de trapicheos? De alguna manera sí, pero de ninguna a la hora de dificultar la lectura o de impedir el disfrute de la misma. El libro está perfectamente documentado, ordenado y escrito, resultando brillante su capacidad para hacer agradable la avalancha de personajes y cambalaches. “Vender a Hitler” engancha desde las primeras páginas, aumenta nuestros conocimientos sobre el nazismo, desnuda las ambiciones y flaquezas de los grandes medios de comunicación, y nos proporciona momentos hilarantes, donde reiremos con ganas contemplando cómo delincuentes de poca monta ridiculizan a sesudos especialistas, historiadores y periodistas. Descorazonador, si, pero brillante, pedagógico y divertido.
“Los diarios, afirmó un comunicado del Archivo Estatal de le República Federal Alemana el 6 de mayo, no eran meramente falsos; eran `una burda falsificación´; la confección `grotesca y superficial´ de un copista dotado de `una capacidad intelectual limitada´. El papel, la goma y hasta el hilo de la encuadernación habían sido fabricados después de la guerra, Para cuando se hizo pública esta revelación, la directiva de Stern había entregado un total de veintisiete maletines llenos de dinero en el transcurso de un periodo superior a dos años para conseguir que su reportero estrella, Gerd Heidemann, se hiciera con los diarios. Cuatro millones de dólares habían desaparecido, haciendo de los diarios de Hitler el fraude más prolongado y costoso de la historia de la industria editorial… Al menos cuatro directores de publicaciones de tres países distintos perdieron su empleo como resultado”.