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Más balones, menos procesiones

“Ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Artículo 16.3 de la Constitución española.

Niños uniformados cargaban con un paso pequeño, pero muy apañado, que incluía un Cristo arrastrando la cruz. Para darle el toque definitivo de realismo, las trabajaderas estaban acolchadas. La sensación era que los chavales habían salido en procesión, pero no sabían lo que estaban haciendo: se despistaban con una mosca, perdían el paso, miraban a todos lados, se reían y empujaban… No se notaba demasiado fervor. Quizá se trataba de la Cofradía del Santo Chiquillo, más aficionada a comer chuches que a cargar con el muñequillo.

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Viendo los uniformes y los edificios usted se habrá dado cuenta de que la escena no tuvo lugar en Afganistán, ni en Quito, ni siquiera en Sevilla. Y de que la fotografía no había sido tomada en el siglo XIX. La imagen es del mediodía de ayer jueves, 30 de marzo de 2017. En el centro de Ávila.

Las últimas veces que pasé por ese lugar extramuros, el mercado Grande, la plaza de Santa Teresa, los estudiantes jugaban al fútbol en el recreo del instituto. Alguién les llamó la atención: podían dar con la pelota a la iglesia de San Pedro. Ayer nadie dijo nada a los niños. Nos limitábamos a mirar con la boca abierta.

Yo les prefiero con el balón. Pero cada padre sabe lo que hace con sus hijos, a qué colegio les lleva, y qué peso quiere que carguen sobre sus espaldas. ¿Niños costaleros? Por supuesto. Pero no con mi dinero, evidentemente. Con el mío, niños futbolistas, niños en la biblioteca, y niños estudiando a Charles Darwin. Cargando con todo el peso de la evolución sobre sus lomos.

La religión es adoctrinamiento. O en el mejor de los casos, una vivencia personal. La religión es la práctica de una fe, y por tanto no puede ser una asignatura en el colegio. Y mucho menos en un país aconfesional, con separación entre Iglesia y Estado. La religión, dicen algunos católicos, ni se enseña ni se aprende: se vive. Y debe vivir fuera de la escuela. En la familia, en su comunidad religiosa y en su iglesia.

Es decir, menos dinero público para imponer contenidos religiosos. Más balones, menos procesiones.