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Carmena es el demonio

La duda me consume: ¿Qué gana Manuela Carmena cerrando al tráfico la Gran Vía madrileña algunos días de diciembre? La respuesta resulta diabólica: puesto que no puede tratarse de un beneficio personal, la prensa y la oposición no lo permitirían, estamos ante una perturbada que odia a los madrileños, en particular, y a la especie humana en general. Tenía razón, una vez más, la política popular que descubrió la trama Gürtel: Carmena quiere acabar con la navidad. Sí, quiere cepillarse la fiesta más importante del cristianismo, esas fechas tan especiales que conmemoran el nacimiento de Jesús vuestro señor. Carmena, como esos malos de película que secuestran a Papá Noel para que los niños no reciban regalos, es el demonio vestido de alcaldesa.

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Ideología. Esa es la causa del cierre de la Gran Vía en Navidad. Miro la cara de Manuela Carmena en el informativo, hablando de luchar contra la contaminación, de utilizar el transporte público, de una ciudad en la que las personas tengan prioridad sobre los coches, y veo en ella la versión femenina de Judas. ¡Sin duda odia la navidad! ¡Es evidente que le repugnan los reyes magos, que abomina del Belén, que duda de la relación entre la inmaculada virgen María y la inofensiva palomilla!

Lo de Carmena es ideología anticlerical, como muy bien ha sabido ver la ex presidenta aficionada a aparcar en los carriles bus para sacar dinero de los cajeros. No hay otra explicación: bien sabido es que Madrid es de los coches, que los ciudadanos odian pasear, y que la contaminación no existe (que ponga los sensores donde los ponía Ana Botella) y por tanto no es una amenaza para la salud.

Es lógico que Esperanza Aguirre quiera llevar a los tribunales el corte de tráfico de la Gran Vía ideado por ese peligro público llamado Manuela Carmena. Lo raro es que no hiciese cuando, allá por diciembre de 2003, fue el entonces alcalde del PP Alberto Ruiz-Gallardón quien cerró a los coches la principal arteria madrileña. Como es raro que entonces no lo criticase ABC, el diario que hoy habla del “vergonzante Ayuntamiento de Madrid”. Mienten, y engrandecen al diablo.

Un motivo para NO ver la televisión

¿Quién domina el mundo?

Autor: Noam Chomsky.

Editorial: Ediciones B.

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Hace solo una semanas recomendaba en esta misma sección la película “Captain Fantastic”. Una de las razones era porque la familia protagonista, unos freaks al margen del sistema liderados por el genial Viggo Mortensen, había sustituido la navidad por el “día Noam Chomsky”. Y habían convertido una de sus reflexiones más conocidas en una especie de mantra: “Si asumes que no hay esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto hacia la libertad, entonces aún hay posibilidades de cambiar las cosas”.

Chomsky piensa que se pueden cambiar las cosas, y cada uno de sus discursos, de sus declaraciones, de sus libros, es un intento por ofrecer alternativas al capitalismo salvaje de nos devora. Recibamos con los brazos y la mente abiertos a uno de los grandes lingüistas, filósofos y pensadores de izquierdas del siglo XX y XXI.

“No es que no haya alternativa. Es que no se adopta ninguna alternativa. Es peligroso. Así que la imagen que se me dibuja del mundo no es bonita; a menos que la gente haga algo. Siempre podemos hacer algo”.

“¿Quién domina el mundo?” es un análisis, desde la izquierda real y crítica, de la actual situación política a nivel mundial. Ni más ni menos. Desde el terrorismo a la crisis política estadounidense, pasando por el conflicto palestino, las guerras de clases o la amenaza iraní. Todo, bien es cierto, con Estados Unidos como centro del huracán.

“En la cultura política occidental se da por completamente natural y apropiado que el líder del mundo libre tiene que ser un Estado terrorista canalla y que ha de proclamar abiertamente su prestigio en tales crímenes. Y no es sino natural y apropiado que el abogado constitucionalista liberal que lleva las riendas del poder, laureado con el premio Nobel de la Paz, solo se preocupe por cómo llevar a cabo tales acciones con mayor eficacia”.

Chomsky no está bien visto en amplios sectores norteamericanos. Se trata del teórico de la izquierda más relevante del país, con permiso de Bernie Sanders, y sus reflexiones escuecen: “Los intelectuales están en posición de exponer las mentiras de los gobiernos, de analizar las acciones en función de sus causas, motivos y a menudo intenciones ocultas”. Este libro, que en nuestro país es el complemento perfecto para entender la actualidad de Estados Unidos (y de el mundo), en el país de Trump es un auténtico manual revolucionario. Una visión alternativa de un país en retroceso, de un mundo marcado por las crecientes desigualdades. Muy interesante, muy necesario.

Por cierto: ¡Felicidades, señor Chomsky! (cumplió 88 años el pasado martes).

La televisión de Hermida

Nunca me gustó Jesús Hermida. No me gustan los periodistas protagonistas, esos que buscan la atención del televidente, que eclipsan la noticia, que se sitúan por encima del acontecimiento y del entrevistado. Recuerdo a Hermida como una caricatura de sí mismo, tan engolado, tocándose el pelo, alargando letras, palabras y frases… disfrutando de sí mismo. Tengo más recuerdos del Hermida personaje, y de sus acompañantes y descubrimientos (María Teresa Campos, Nieves Herrero, Miriam Díaz-Aroca…) que de sus trabajos periodísticos. Quizá porque yo era muy pequeño cuando, con Franco vivo, fue corresponsal de TVE en Nueva York. Y tengo un mal recuerdo final, esa entrevista al rey Juan Carlos absolutamente impresentable, dócil y sumisa hasta el esperpento, francamente innecesaria y por supuesto indigna de un periodista de raza.

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“El rey Felipe VI y su padre le han recordado como un ejemplo del periodismo español”, dijo la presentadora del Telediario (TVE). “Tenía una gran credibilidad”, aseguró la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría. “La televisión que tenemos hoy en día se la debemos a él”, sentencian los expertos en televisión. Poco más que decir.

La televisión actual está repleta de periodistas protagonistas, pero ellos no tienen toda la culpa. La televisión es una fábrica de necios: dispara el ego, multiplica la autoestima, acaba con la capacidad de autocrítica, elimina el compromiso, potencia la vanidad… “Al torpe hace discreto, hombre de respetar”, escribió el Arcipreste de Hita sobre el dinero en su “Libro del Buen Amor”. La televisión es dinero, y también muchas cosas más: “Crea los priores, los obispos, los abades / arzobispos, doctores, patriarcas, potestades / a los clérigos necios da muchas dignidades. /De verdad hace mentiras y de mentiras hace verdades”.

El periodismo está contra las cuerdas. Por la presión del poder, por la crisis económica, por los cambios de formatos… y también por la falta de compromiso de los grandes medios y de muchos periodistas de renombre. El periodismo de hoy está en las hojas parroquiales que no lee nadie, que diría Hernández Mancha: “La caja B y el dinero negro existen en el PP desde su fundación”. Es más: “Naseiro declaró ante notario que Aznar mandaba en la caja B del Partido Popular”.

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Un motivo para NO ver la televisión

Los últimos españoles de Mauthausen.

Autor: Carlos Hernández de Miguel.

Editorial: Ediciones B.

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La historia dice que el 5 de mayo de 1945, cuando la 11ª División Acorazada de los EEUU entró en el campo de concentración de Mauthausen, se encontraron con que la puerta del campo estaba cubierta por una gran pancarta en la que se podía leer lo siguiente: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras”. En el interior ondeaban banderas republicanas, que ya habían sustituido a las banderas nazis.

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“Los últimos españoles de Mauthausen” tiene como subtítulo “La historia de nuestros deportados, sus verdugos y sus cómplices”. Y cuenta exactamente eso, la tremenda lucha por la supervivencia de los prisioneros y la brutalidad de quienes les retuvieron en condiciones infrahumanas. Hombres y mujeres que subieron a los trenes de la muerte y se dirigieron al infierno: los campos de exterminio nazis dirigidos por los terribles miembros de las SS. En Mauthausen murieron 125.000 y 300.000 personas.

Esta es una historia de crueldad, dolor y barbarie, pero también de esfuerzo, solidaridad y esperanza. El autor localiza a varios de los españoles que salieron vivos de aquel campo, habla con ellos y analiza la perspectiva humana. Supervivientes olvidados por la transición, por la historia. Y es que no debemos olvidar que, tal y como asegura el autor, “fue Franco quien decidió la deportación de españoles a los campos nazis”. Un libro emocionante.

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