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Descenso a los infiernos

Hablábamos hace solo unos días de la muerte de dos participantes en sendos realitys juveniles europeos. Programas extremos que dicen buscar el límite de los concursantes. Anoche me acordé de ellos viendo en Cuatro el estreno de la nueva ocurrencia de Jesús Calleja, que básicamente consiste en “descender hacia el inframundo”: tirolinas, charcas, barrizales, saltos desde helicóptero al mar… y la bajada de los dos participantes  victoriosos “a una oquedad de más de 200 metros de profundidad”. En una entrevista, el popular presentador dice cosas tan inteligentes como “el riesgo es adictivo”, “Jugamos con la muerte con control” o “Este año se nos ha ido la pinza”. Rafa Lomana, hermano de la veterana colaboradora de programas-basura y altivo entrenador deportivo, resume el espíritu del espacio: “Dolor, sufrimiento, desgaste y superación”. Calleja define a los participantes: “Este año hemos incorporado a aspirantes con traumas o miedos específicos”. Una opositora a policía que se cree mejor que los demás, una camarera tatuada que es madre soltera, un filólogo que se reconoce esclavo de la depilación…

“Desafío en el abismo” es, en realidad y por si usted no se había dado cuenta, un programa de autoayuda: “Se puede conseguir lo que quieras. Por ejemplo, hemos llevado a gente que no sabía nadar a bucear en grutas de espeleobuceo de las más radicales. Es una demostración de que nada es imposible y se puede aplicar a estos tiempos difíciles”. ¿Gente que no sabía nadar buceando en grutas de espeleobuceo de las más radicales? Ahora entiendo el sueño de uno de los concursantes: “salir en la Wikipedia o llegar a ser alguien conocido en el pueblo”. Concretamente el tonto del pueblo.

“Tenéis que vencer vuestros miedos y vuestras debilidades”, dice un Calleja que intercala filosofía barata y publicidad de seguros. Habla de que van a entrar en “una selva virgen inexplorada”. ¿Una selva vírgen inexplorada? Que llamen a los de National Geographic, por favor… “Las palabras de Jesús me han llegado, estoy de subidón”, dice la mujer policía, que se pone a llorar de purita emoción. Y en el colmo del despimporre aparece un chamán que les regala plumas de guacamayo escarlata, “representación energética “. Su cara me sonaba de Port Aventura…

Cada vez que veo uno de estos sórdidos y aparatosos espectáculos televisivos, en los que tratan de mezclar deporte, circo, broncas, tetas y autoayuda a ritmo de reality show, siento nostalgia de los buenos tiempos. Cuando TVE emitía “Al filo de lo imposible”, por ejemplo. ¿Recuerda? Aventura en estado puro, y no estos esperpentos competitivos con ganadores y perdedores tarados presentados por superhéroes de medio pelo.

Además, el ciudadano que sea tan necio como para querer descender antes de tiempo a los infiernos lo tiene muy fácil. No hace falta que viaje al Hoyo Cimarrón de Guatemala con un grupo de concursantes que “no ha pasado ni una noche en un saco”. Basta con que espere a padecer algún problema físico que requiera asistencia médica. Es decir, que tenga que recurrir a la cada vez más abandonada, privatizada y recortada, sanidad pública española. Porque en este país, donde estábamos ya por debajo del gasto europeo por paciente, las concesionarias de los hospitales de la Comunidad de Madrid anuncian la reducción del 20% del gasto por paciente. Y no pasa nada.

P.D.1

La Junta de Andalucía anunció ayer que aprobará un decreto para luchar contra la exclusión social. No olvidemos que seis de cada 100 niños andaluces se encuentran en situación de extrema pobreza. Una de las medidas será utilizar la red de centros escolares de la comunidad para garantizar que los menores cuyas familias están en situación más extrema coman al menos tres veces al día: desayuno, almuerzo y merienda. Nada más conocerse la noticia, Ernesto Sáenz de Buruaga, periodista de la COPE, la cadena de la Conferencia Episcopal, escribió el siguiente tuit…

P.D.2

El domingo se celebra el Gran Premio de Fórmula 1 de Barhéin. ¿Le preocupa correr en un país donde hay tantas protestas sociales?, preguntan a Fernando Alonso. El piloto responde:  “Si nos ponemos a mirar eso, al ir a China deberíamos preocuparnos por lo que pasa en sus fábricas; cuando lo hacemos en India porque dicen que allí trabajan niños y se les explota; y cuando corriéramos en España por la corrupción política”.

Tiene razón Alonso: es mejor mirar siempre para otro lado…

 

Un motivo para NO ver la televisión

El arte de la defensa

Autor: Chad Harbach.

Editorial: Salamandra.

Reconoce el autor en la recta final de esta grandiosa novela que la habilidad para lanzar una pelota de béisbol es pura alquimia, “el poder secreto de un superhéroe”. Algo así podría suceder con la escritura, pura alquimia, y con el descomunal talento que se necesita para escribir una historia tan maravillosa como la del jóven Henry Skrimshander, un genio del béisbol, y de toda la gente que se mueve alrededor de su equipo, de su universidad, de su vida.

El poder secreto de un superhéroe llamado Chad Harbach, norteamericano de Wisconsin, capaz de escribir un primer libro tan emocionante como éste. Un análisis de la amistad, las relaciones, las decepciones y los sueños, el meollo de la vida, con el béisbol como telón de fondo. El bate y la bola, omnipresentes en este fascinante proceso de iniciación de un grupo inolvidable. El bate y la bola como metáforas de la sociedad, del dolor y el éxito, como aparente nexo de unión entre seres muy diferentes, unidos en realidad por un chico frágil y callado que tiene un don.

“El béisbol es un arte, pero para destacar en él había  que convertirse en una máquina”. Henry juega de parador en corto. Es un gran defensor, capaz de igualar el record de una leyenda llamada Aparicio Rodríguez. Abandona su pueblo para triunfar en el Westish College, un pequeño centro universitario de Wisconsin. Con él viajan sus más preciadas posesiones: un guante llamado Cero y el libro “El arte de la defensa”, de Rodríguez. Comparte habitación con Owen Dunne, el Buda, un mulato gay irónico e inteligente que también forma parte de Los Arponeros de Westish, equipo en el que destaca Mike Schwartz, el líder, el capitán.

Todo va sobre ruedas hasta que Henry hace lo que parecía imposible: fallar. Golpea a Owen, se rompe la magia, y el castillo de naipes se desmorona. Aquellos que parecían indestructibles, inmortales, se sitúan al borde del barranco.

Si usted tiene intención de escribir una novela quizá no debería leer “El arte de la defensa”. Es tan jodidamente buena, está tan bien escrita, es tan redonda, que se morirá de envidia. Por cierto: pese a que todo gira alrededor del béisbol, el libro se puede disfrutar en su totalidad sin conocer sus incomprensibles reglas de juego.

“El arte de la defensa” descansa ya en una de las  baldas más queridas de mi biblioteca, justo entre Richard Ford y Jonathan Franzen.