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Gallina

Falta poco menos de un mes para las elecciones generales. Y tengo la sensación de que, electoralmente hablando, esto se nos puede hacer largo. Muy largo. Acojonantemente largo. Cuando escribo estas líneas faltan solo unos minutos para que el líder de Ciudadanos, ese nuevo partido de centro pero más bien socialdemócrata, “se lo pase bien” en “El Hormiguero” (Antena 3). Me voy a tomar una caja de ansiolíticos de colores y vuelvo…

Esto ya es otra cosa. Le estaba diciendo que, justo cuando escribo estas líneas… me cuentan que Atresmedia acaba de anunciar que de, cara a las elecciones generales, han organizado un debate a cuatro, el tan soñado por todos menos por Alberto Garzón debate a cuatro, para el próximo 7 de diciembre. Se emitirá de forma simultánea en las dos cadenas de la empresa de Planeta, Antena 3 y La Sexta, siguiendo la misma táctica duopolista que hace solo unos días utilizó Mediaset, Telecinco y Cuatro, con “Ocho apellidos vascos”. A este debate a cuatro acudirán los líderes de los principales partidos políticos excepto, no se lo pierda, Mariano Rajoy.

“¡Pues menuda mierda de debate entre los líderes de los principales partidos políticos sin Mariano Rajoy!”, pensará el lector con un gramo de sentido común. ¿Acaso el Partido Popular no tiene líder? O, aún peor, ¿Acaso da por perdidas las elecciones? Ni hablar. Al contrario: para que el líder no la vuelva a cagar, España es una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles, será Soraya Sáenz de Santamaría quien, tras curtirse bailando con Pablo Motos y volando en globo con Calleja, represente a los populares en tan descafeinado debate en la cumbre. En la imagen, la vicepresidenta a punto de dar la medicación al jefe…

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“Cló cló cló cló cló, cló cló cló cló, cló cló cló cló”. No, no es una gallina. Es Mariano Rajoy explicando desde el plasma por qué no tiene huevos para participar en un debate televisivo con sus principales rivales políticos. “Cló cló cló cló cló, cló cló cló cló”, continúa Rajoy, diciendo que no es para tanto, que piensa visitar la noche del miércoles la Cadena Cope para comentar en directo el partido de Champions de su Real Madrid.

Y es que donde esté un buen partido de fumbol, que se quite un ejercicio democrático de exposición de ideas.

P.D.

¡Última hora! Mariano Rajoy SI dará la cara. Lo hará a su manera: en un enfrentamiento directo con Pedro Sánchez el 14 de diciembre, organizado por una cosa que se llama la Academia de la Televisión. Tiene buena pinta, la verdad: los dos partidos casposos y corruptos, Manuel Campo Vidal masajeándoles los lomos, y una señal institucional. Mundo viejuno. Aquí sí está cómodo Rajoy. Aquí demuestra Pedro Sánchez sus intenciones de cambio.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Donde los hombres alcanzan toda gloria.

Autor: Jon Krakauer.

Editorial: Capitán Swing.

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Jon Krakauer, escritor y escalador norteamericano autor de dos libros imprescindibles sobre la supervivencia en la naturaleza salvaje (“Mal de altura” y “Hacia rutas salvajes”), se descuelga en el título que hoy nos ocupa con un trabajo periodístico memorable: La verdad sobre la vida y la muerte de Pat Tillman, jugador profesional de fútbol americano que abandonó el deporte de élite para incorporarse al ejército de los Estados Unidos. Tras el 11-S el defensa de los Cardinal de Arizona sintió que debía defender a su país, renunció a un contrato millonario y dejó a su mujer y a su familia para luchar en Afganistán. Murió en combate el 22 de abril de 2004, y se convirtió en un instrumento de propaganda para el Gobierno de su país.

En el comienzo del libro Krakauer cuenta en paralelo los primeros años de la vida de Tillman y el nacimiento de los problemas en Afganistán. Por un lado, la biografía de un buen chaval, salvo una bronca puntual que le causó graves problemas, que se convirtió en un deportista famoso y en un tipo inquieto con sentido crítico. Por otro un excelente trabajo de análisis político, con la descripción de la invasión rusa a Afganistán, de los temores del presidente Jimmy Carter (“la más grave amenaza para la paz desde la Segunda Guerra Mundial”), del apoyo de la inteligencia norteamericana a los muyahidines, o de los primeros pasos de un joven y acaudalado ingeniero de Arabia Saudí llamado Osama Bin Laden: “Dos años antes de la aparición de Al Qaeda, la CIA facilitó a los muyahidines un arma que comenzó a inclinar la balanza de la guerra a su favor: un misil antiaéreo de quince kilos, disparado desde el hombro y conocido como FIM-92 Stinger (Aguijón), con un coste de unos 65.000 dólares cada uno”.

Tillman se convierte poco a poco en un gran deportista, pero ni se considera una estrella ni se comporta como tal: mantiene sus amigos de la infancia y se casa con su primera novia. Le gusta hacerse preguntas, cuestionar los hechos, no dejarse llevar por la vida fácil de sus compañeros, futbolistas millonarios que emplean el tiempo libre jugando al golf. El ataque a las Torres Gemelas termina de romper definitivamente sus esquemas. Renuncia a un futuro cómodo, “los Cardinal habían ofrecido a Pat un contrato de tres años que le reportaría 3,6 millones de dólares por seguir jugando en Arizona”, y se presenta junto a su hermano Kevin en el Puesto de Tramitación de Acceso al Ejército de Phoenix. Era junio de 2002, y Tillman se convirtió de inmediato en carne de campaña mediática: “Incluso sin la cooperación de Pat, la administración de Bush convirtió su alistamiento en una inyección de publicidad para la denominada Guerra Mundial contra el terrorismo”.

La recta final del libro resulta de terrible actualidad. Tropas norteamericanas, en su mayoría jóvenes sin experiencia bélica, se ven obligadas a combatir el terrorismo a miles de kilómetros de sus casas. La historia que nos ocupa, un deportista triunfador con destino a la gloria, acaba mal. Y desnuda las miserias de unos políticos que no solo le utilizaron como objeto de propaganda, sino que ocultaron la verdad sobre su muerte y manipularon los hechos. “Si las muertes por fuego amigo son un aspecto indeseado pero inevitable del combate armado, también lo es la tendencia de los mandos militares a esconder estas tragedias bajo la alfombra”, escribe un Krakauer que realiza un esfuerzo periodístico titánico.

“Donde los hombres alcanzan toda gloria” quizá sea el mejor libro del autor de “Mal de altura”. Por la complejidad del trabajo informativo, la cantidad de datos ofrecidos de forma amena y comprensible, el interesante análisis geopolítico del conflicto en Asia, la despiadada crítica al Gobierno de Bush y, sobre todo, por la emocionante descripción de un deportista comprometido y con inquietudes. Gran periodismo, excelente literatura.

 

Futbolistos

Mucha gente piensa que los futbolistas no son demasiado listos. La culpa de este prejuicio, ni mucho menos cierto, la tiene, más que la ausencia de estudios, los peinados horteras, los tatuajes macarras y los desproporcionados cochazos, las declaraciones que habitualmente realizan a los medios de comunicación: “la verdad es que…”, “el fútbol es así”, “lo hemos dado todo”, “yo sobre eso prefiero no opinar”… Los futbolistas no tienen nada que decir. O no quieren decir nada: leyendo el Marca o el As, o viendo la sección de deportes de los informativos de televisión, podría parecer que carecen de ideología, de opinión política, incluso de intención de voto. Y que su compromiso social se limita a visitar en Navidad un hospital con niños enfermos. Los futbolistas están huecos. O eso parece.

Pese a no tener nada que decir, los futbolistas se ponen la mano en la boca cuando hablan. Es la última moda. No quieren que la gente, el aficionado, pueda leer en sus labios lo que están diciendo durante los partidos. Yo pensaba que serían cosas como “deja, que tiro yo la falta” o “corre por la banda que te la paso”. Lances del juego, detalles técnicos, chuminadas. Pero igual no hablaban de eso…

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Es posible que se pongan la mano en la boca para hablar de la huelga: “o pillamos más cacho de los derechos del fútbol o que les entretenga su puta madre”, vendrían a decir. La Federación Española de Fútbol y la Asociación de Futbolistas han anunciado un paro indefinido en todas las categorías a partir del próximo 16 de mayo, fecha que coincide con la penúltima jornada de Liga de Primera División. Quieren que el Gobierno modifique el real decreto que acaba de aprobar para la venta centralizada de los derechos del fútbol. Se sienten maltratados. Supone mayor presión fiscal para los jugadores. Sí, para esos deportistas que tienen tan poco que decir, que se tapan la boca con la mano cuando hablan.

Resulta cuando menos curioso que en este país corrupto y arruinado, con millones de parados y sin un futuro cierto, con los sindicatos desaparecidos, la única huelga prevista sea la del fútbol.

No parecen muy listos. Los futbolistas y los que manejan su negocio. Los clubes de Primera y Segunda acumulan una deuda pública de 738,5 millones de euros, unas obligaciones 2,6 veces más elevadas que hace una década. Hacienda siempre les ha tratado con flexibilidad, como auténticos privilegiados. Los futbolistas no son los clubes, pero callan y aceptan el funcionamiento mafioso de su deporte. Parece que no les va mal con la burbuja del fútbol. Deberían no ya taparse la boca con la manita, sino permanecer callados: antes de exigir un solo euro el mundo del balón debería saldar sus deudas con el Estado, ser consciente de la crisis que atraviesa la sociedad española y mostrarse discreto en sus costumbres, ademanes y exigencias. Y elegir mejor a sus abogados defensores: Pipi Estrada habla en Antena 3 del fútbol base, de que no todos los futbolistas son Ronaldo, de que muchos clubes deben dinero a los jugadores… Un discurso espeso que termina de enredar el conflicto y confundir al telespectador: “con lo que ganan, yo les pondría a picar piedra”, dice un ciudadano entrevistado en la calle.

Nos entretienen con su carreras y pelotazos, de acuerdo, pero todo tiene un límite. Menos manos en la boca, menos huelgas a falta de dos jornadas de liga, menos chantajes, exigencias y privilegios. Menos burbuja del fútbol. Y más futbolistos.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Reportero

Autor: David Remnick.

Editorial: Debate.

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“No seamos románticos: en el periodismo anterior a internet también había basura”, dijo David Remnick en una entrevista concedida a la revista Jot Down. “Reportero” recoge una serie de artículos de Remnick, leyenda del periodismo norteamericano, en los que es imposible encontrar un solo párrafo que pueda clasificarse no ya de basura, sino simplemente de mediocre, aburrido, o superfluo. Director del New Yorker desde 1998, Remnick ha reunido en este libro once textos que son otras tantas obras maestras, auténticas lecciones de periodismo narrativo y denso, ese periodismo de largo recorrido que se da la mano con la literatura.

Campañas políticas de Al Gore y Tony Blair. Perfiles de escritores y músicos como Don DeLillo, Philip Roth o Springsteen. Visiones del otro lado del mundo, siguiendo el rastro post comunista de Putin y Solzhenitsin. Y descripciones de los conflictos en oriente a través de las ideas de Arafat, Amos Oz y Netanyahu. Retratos de líderes de opinión, análisis de actualidad y reportajes atemporales, piezas redondas en las que este periodista de New Jersey, obsesionado por la “ficción real”, cuenta historias de manera brillante. Historias fruto de horas de trabajo, de documentación, de entrevistas, de viajes… Remnick es uno de esos periodistas que piensa que la suya es una profesión que requiere tiempo. Para pensar, para leer, para analizar, para entender, para escribir… Un tiempo del que el periodismo actual parece no disponer.  “Este tipo de periodismo es muy caro”, suele decir Remnick cuando le entrevistan, “pero hay algo más caro para la sociedad: no tenerlo”.

“Reportero” es un master en periodismo atemporal y eterno. Uno de esos libros que se pueden leer una y otra vez, puesto que cada artículo es un ejemplo de trabajo bien hecho, minucioso, elegante, preciso. Textos realizados sin límites de tiempo, sin límites de espacio, por un periodista de descomunal talento que escribe con absoluta libertad. Justo el camino contrario de buena parte del periodismo actual, rápido y superficial, información de titular y primer párrafo. Premio Pulitzer por “La tumba de Lenin. Los últimos días del imperio soviético” (Debate), Remnick está sin ninguna duda a la altura de Mailer o Talesse. Imprescindible, no solo para periodistas.

Pinchar para leer “Fuera de peligro: Philip Roth”.

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Escándalo

Hay gente que se escandaliza por nada. En las redes sociales comentan ruborizados que, en el estreno del nuevo programa de cocina de Telecinco, el presentador David de Jorge dice llegar “con los calzoncillos limpios y una ilusión del copón”, además de  “ponerse cachondo” cuando se le agarra la comida en la cazuela: “Que alguien le explique que existe una cosa llamada horario protegido”, gruñe un telespectador. “Como sea tan soez en otros programas como el de hoy… le auguro poco tiempo en televisión. Hoy ha sido soez, grosero y faltón”, refunfuña otro.

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David de Jorge es un crack. Y me pone cachondo. ¿Soy por ello un tipo soez, grosero y faltón? No creo. Soez, grosero y faltón es Juan Morillo, alcalde del PP de La Guardia (Jaén), cuando responde a un socialista diciendo que “las faldas están para quitarlas, que es lo que hacen los hombres”. Soez, grosero y faltón sería en todo caso Joaquín Leguina, el socialista sabihondo, cuando en su blog dice que “El culo femenino representa la más bella y profunda llamada de la Naturaleza”. Soeces, groseros y faltones son, sin salir de Telecinco, los concursantes de Gran Hermano, cuando juegan a doblar películas porno, fingen orgasmos y gastan bromas con condones.

David de Jorge es un crack, así de sencillo. Y si alguien piensa que este cocinero es soez, grosero y faltón es que no ha escuchado los chistes de Arguiñano. No perdamos ni un minuto más con esta memez y hablemos de “Robin Food: atracón a mano armada”, el nuevo programa de cocina de Telecinco (14:30 horas)…

Robin Food es un espacio redondo: como una rodaja de merluza o una tortilla de patatas. Como los programas que hemos disfrutados durante años en ETB, pero con más presupuesto. Robin Food hace salivar, afila el colmillo y pone en marcha los jugos gástricos. Despierta el hambre. Y proporciona felicidad. Es un homenaje diario al buen zampar, a los pequeños placeres de la mesa, a la cocina sencilla, sin gilipolleces, sin concesiones. Robin Food es un espectáculo televisivo y gastronómico, es televisión jugosa y sabrosa, es servicio público. ¿No me cree? Eso es que no ha visto cómo preparan un arroz con bogavante, con truco para el socarrat, una receta eterna puesta al día por un tipo con dos grandes virtudes: transmite entusiasmo por los fogones y… tiene los calzoncillos limpios. Algo que no todos los cocineros pueden decir.

Robin Food es un escándalo. De programa. Porque, como dice Jorge, el que sabe cocinar es el puto amo del universo.

 

Un motivo para NO ver la televisión

999 recetas sin bobadas.

Editorial: Debate.

Autores: David de Jorge y Martín Berasategui.

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David de Jorge no solo es un gran comunicador televisivo. También ha escrito, en ocasiones en solitario y a veces acompañado, algunos de los libros de cocina más útiles, y divertidos, que cualquier amante de las sartenes pueda imaginar. Los más recientes los firma junto a Martín Berasategui: “Más de 999 recetas sin bobadas” y “Más de 100 recetas adelgazantes pero sabrosas” (Debate).

El primero de ellos es un recetario magnífico, digna continuación del imprescindible “A cocinar (Las mil y una recetas para la cocina de casa)” (Lur), seguramente el libro más utilizado de la biblioteca gastronómica de mi casa. “Con la cocina no se juega” (Debate) es un homenaje al sentido común gastronómico, y una “pura exaltación de la gula y el jovial disparate”. Es el David de Jorge anecdótico, que se pasea por “el valle de los reyes” (perfiles de los grandes chefs) justo antes de analizar las entrañas de la tortilla o de fusionar a Joselito con Dom Pèrignon. Simplemente delicioso.

“Porca memoria” (RBA) es uno de mis favoritos. Por la gorrina portada y por el contenido, “la recreación literaria de los recuerdos gastronómicos vividos” por dos zampones. “Ironía, autobiografía, sarcasmo, prosa humorística…” y amor, mucho amor por la comida.

La vida es desigual

Un spot de la marca de ropa Desigual, famosa por sus agresivas campañas, está causando polémica. Ya se que de eso se trata, que precisamente eso es lo que pretenden, que ese es el objetivo de la publicidad. En 30 segundos se puede ver a una joven sonriente hasta la necedad probándose ropa con un cojín en la tripa, simulando estar embarazada. De pronto coge un alfiler y, sin dejar de reír, pincha unos preservativos: decide unilateralmente que su sueño se cumpla. “Feliz día de la madre”, se puede leer entonces en la pantalla, justo antes de una última frase: “La vida es chula”.
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Reconozco que me costó cierto trabajo entender el mensaje del anuncio en cuestión. ¿Si compras ropa de esta marca podrás ser tan idiota como para pinchar unos condones mientras te descojonas de risa? ¿Es Rouco Varela el cerebro de esta transgresora campaña publicitaria? ¿No hubiese sido mejor cambiar la frase final, “La vida es chula”, por otra que diga “La vida es lo que Dios tenga a bien enviarnos”? El colectivo Mujeres de CCOO ha tenido menos paciencia y ha estallado: “Basta de publicidad del siglo XIX. Retirada del anuncio de Desigual por denigrante y sexista, y de toda la publicidad que perpetúa roles y denigran a las mujeres”.
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Alan Weisman, periodistas medioambiental de referencia, contaba en una entrevista en El País que “Cada cuatro días y medio, hay un millón de personas más en el mundo. No es sostenible”. Y ofrecía la solución: control de natalidad. Anticonceptivos. “250 millones de mujeres no tienen acceso a ellos, aunque querrían”, asegura el autor del libro “La cuenta atrás” (Debate).
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Pues mientras 250 millones de mujeres sueñan con poder utilizar preservativos, con poder controlar la natalidad, en el primer mundo bromeamos con pinchar condones, con el día de la madre y con lo chula que es la vida. Definitivamente, la especie humana es quien impide que este planeta tenga futuro.
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Un motivo para NO ver la televisión
 
Boxcar Bertha
Autor: Ben Reitman.
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Boxcar Bertha fue una hermana de la carretera. Es decir, una vagabunda, una buscavidas, una trotamundos, una incansable viajera. ¿De dónde viene su nombre? “Mi madre me dijo que, cuando era una niña y no sabían dónde me había metido, siempre podían encontrarme dentro de un vagón de mercancías. Los niños empezaron a llamarme Boxcar Bertha”. Y con ese mote recorrió Estados Unidos una y cien veces, de norte a sur y de este a oeste, con el bolsillo vacío o con dos dólares cosidos en el dobladillo de los pantalones, escondida con otros hobos en un vagón de tren o haciendo auto stop. Lo importante era estar en la carretera.
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En la primera mitad del siglo XX había entre un millón y medio y dos millones de hobos en Estados Unidos. Una sola mujer por cada doscientos hombres. “Los hobos son hombres y mujeres sin vínculos familiares que viajan en busca de trabajo. Los vagabundos son gentes también sin vínculos familiares y sin un centavo que, como yo misma, yerran por el mundo en busca de emociones y aventuras. Los tirados constituyen, en fin, el último y más reducido grupo, pero también el más problemático: son los adictos al alcohol y a las drogas que han perdido todo sentido de las respetabilidad”.
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Las ciegas con cegatas, las sordas sorderas, las mudas simplonas, las mancas zurdas, las cojas patapalos, las que tiemblan por el alcohol o son epilépticas, meneitos. Las fantasmas, aquellas muy pálidas que imitan a las tuberculosas. Las descoyuntadas, aquellas capaces de desencajarse algún miembro para mendigar. Supervivientes. Personajes capaces de hacer grandes cosas, y otras “que ni el hijo de Dios ni el de los hombres deberían contemplar jamás” (Oscar Wilde).
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Este libro cuenta los vagabundeos de una mujer explosiva, en una autobiografía que “no es la de un personaje realmente existente… sino construida como un collage de treinta años de historia hobo”. Fascinante desde la primera página, esta obra está repleta de retratos de personajes marginales, de líderes revolucionarios, de supervivientes, de norteamericanos alternativos que apostaron por otra forma de vida. Es un grandioso homenaje a las mujeres que buscaron desesperadamente la libertad, que se lanzaron a los caminos buscando aventuras y emociones.
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Un libro para leer con Woody Guthrie sonando de fondo, cuyo concepto vital se resume en una frase de Franklin Jordan: “Allí donde hay una lucha por la libertad de expresión, por los derechos de los trabajadores, o una manifestación contra el desempleo, allí estoy yo”.
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