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La noticia

Leo en la web de El Mundo que la noticia más leída es “Locura por la verdad del toreo”. Y pincho, para conocer cuál es la verdad de tan decadente espectáculo. ¿Una faena memorable, todo arte y sensibilidad? ¿Un toro de leyenda, derroche de nobleza y fuerza? ¿El valor infinito de un torero que bordó una faena celestial?

No. La noticia más leída en El Mundo es que el pitón derecho de un astado pinchó en el parche “que cubre la cuenca ocular vacía” del que fuera ojo izquierdo de Juan José Padilla. Es decir, que el torero que perdió el ojo por una cornada hace cinco años ha vuelto a ser corneado en la misma plaza, Zaragoza, y en el mismo lugar. “Otra vez el manto del Pilar bajó al quite”, dice el cronista. ¡Como para no ser la noticia más leída de un diario español!

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La noticia más leída, cornada sobre cornada, morbo sobre morbo, dice mucho de la afición a los toros. Pero también del país en que vivimos, de la prensa que leemos y del futuro que nos espera.

P.D.

La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha sancionado a RTVE por incurrir en publicidad encubierta en el programa “La mañana”, presentado por Mariló Montero. La infracción administrativa, “de carácter muy grave” según señala el regulador, conlleva una multa por importe de 154.477 euros.

La noticia me hace pensar en dos acertados comentarios que leí en Twitter de Maurizio Carlotti, vicepresidente de Atresmedia

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Un motivo para NO ver la televisión

En busca de Muhammad Ali.

Autor: Davis Miller.

Editorial: Errata Naturae.

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Dicen que el boxeo moderno, desde mediados del siglo XX, ha tenido tres grandes escritores: George Plimpton, Joyce Carol Oates y Norman Mailer. El primero practicó un periodismo participativo que mezclaba la narración literaria, la crónica deportiva, la entrevista e incluso el humor. La eterna aspirante al Nobel de literatura firmó un ensayo breve, pero lúcido y evocador, que ya es todo un clásico. Y Mailer, heredero de Hemingway, mantuvo un épico pulso de egos con Ali en su reportaje sobre el combate del siglo (contra Foreman en Kinshasa, 1974) titulado “En la cima del mundo”. Falta alguien en la lista. Si además de hablar de boxeo lo hacemos del más grande de los púgiles, sin duda deberíamos incluir entre los elegidos a Davis Miller, un aficionado a las artes marciales y al boxeo que ha firmado algunas de las mejores historias sobre este último deporte, como “En busca de Muhammad Ali”, el sorprendente, fascinante y conmovedor libro que hoy nos ocupa. En sus páginas no encontrará solo al boxeador, cejas hinchadas, olor a linimento y sueños de gloria. Aquí se dará de bruces con un hombre muy por encima del mito, un gigante entregado a su gente, generoso y bromista, arrepentido de haber golpeado a sus rivales. Cuenta Miller cómo durante una cena homenaje, Ali se acerca a Joe Frazier, su gran rival, su antiguo enemigo, e intenta darle un beso en la mejilla. Siente haberle hecho daño y espera que Joe le perdone: “Frazier se echa hacia atrás, rechazando sus atenciones, y le lanza una mirada fulminante y una sonrisa gélida: sus dientes son una cremallera de acero atascada en una mañana de enero al norte de Alaska”.

Davis Miller escribe como boxeaba Ali: endiabladamente bien, con una agilidad y una humildad sorprendentes que no le impiden lanzar golpes letales. El libro es la crónica de una amistad, y se construye a lo largo de una sucesión de detalles familiares, personales y humanos del campeón. Y de una relación sorprendente, milagrosa, basada en la admiración y el respeto. Ali adoraba a Isaac, el hijo pequeño de Miller…

“Quien posiblemente fuera el mejor deportista del mundo –al caminar solía hacerlo con la elegancia hipnótica de un leopardo que dobla una esquina- ahora, en mitad de la noche, se iba tropezando por la casa. En cómo estaba su mano izquierda, la misma mano de la que antaño salía ese fantástico y único jab cobra –el fenómeno más visible de su grandeza pugilística- la misma mano con la que ganó más de ciento cincuenta combates oficiales y decenas de miles de sesiones de entrenamiento; es su mano izquierda, y no la derecha, la que tiembla casi sin parar. Y pensaba en que su principal motivo de orgullo, su belleza, seguía más o menos intacta. Si perdiese unos veinte kilos, bajo una luz adecuada, Ali seguiría pareciendo una estatua clásica”.

Davis Miller es un tipo que trabaja en un video club y busca a Muhammad Ali para darle las gracias por todos los buenos momentos que le ha proporcionado. “Otros reflexionan sobre la vida y obra de un movimiento social o una persona. Desde los once años, yo he sido un estudioso de Muhammad Ali”. Miller se encuentra con un boxeador retirado y enfermo que vive de manera modesta. Entablan una amistad inolvidable, basada en detalles y miradas, en fotos firmadas, sandwiches de atún y viejos videos de antiguas peleas. Un Miller que comienza a despegar profesionalmente entabla una profunda amistad con un Ali que, sin dejar de ser el campeón, se parece más a un superviviente: “Ha pasado mucho tiempo desde que era el hombre más guapo y carismático del mundo; cuando parecía moverse sin cesar con un ritmo único y asombroso; cuando sus ojos brillaban como castañas radioactivas, y su piel resplandecía como el fuego observado a través de una esfera de cristal cobrizo”.

El negro altivo y lenguaraz que llamaba “gorilas” a sus rivales, y aullaba ante decenas de cámaras su primer mantra (“Soy joven, soy apuesto, soy rápido, soy guapo y es imposible ganarme”), se consume lentamente lejos del ring. Padece Parkinson, y tiene el cerebro hecho fosfatina por los golpes acumulados: el boxeo le dio la gloria, y le aceleró la sintomatología de una degeneración neuronal latente. Miller cuenta todo desde la proximidad de una amistad desinteresada, desde la admiración del fan número uno, y por supuesto con la grandeza de uno de los grandes talentos de la crónica deportiva.

Quizá el libro más asombroso de lo que va de año, y sin duda el más conmovedor. Recomendable incluso para a los que odian el boxeo. Porque “En busca de Muhammad Ali” es, como reza el subtítulo, la historia de una amistad. Inolvidable.

P.D.

Alí murió el pasado 3 de junio, a la edad de 74 años. Este es el tributo de Miller…