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La televisión de partido

Todo tiene sentido y es muy fácil de entender. Sígame… Rajoy y el resto del Gobierno del Partido Popular forman una banda de mentirosos compulsivos. Zapatero y su Gobierno también lo fueron, pero estamos hablando del presente. Rajoy y el resto del Gobierno del Partido Popular, les estaba diciendo, han mentido como bellacos en sus primeros meses al frente del país. Los medios de comunicación, algunos, desenmascaran a diario a estos farsantes y advierten a los ciudadanos de que están siendo estafados. Para esto sirven los periodistas: para ayudarnos a distinguir la realidad de la mentira, para destapar embustes y denunciar curruptelas. El periodismo de verdad es, por tanto, un grave problema para un Gobierno que necesita seguir mintiendo para conseguir sus fines: destruir el estado de bienestar para poner al servicio de sus intereses privados, y los de sus familiares y amigos, determinados valores públicos. Sanidad, educación, bancos, etc, etc, etc.

Para ocultar mentiras burdas, para disimular gestiones nefastas, para camuflar conductas corruptas, es imprescindible controlar el arma de propaganda más poderosa conocida: la televisión pública. Por eso y no por otra cosa el Gobierno de Mariano Rajoy dio ayer en el Congreso el visto bueno, con el apoyo de Convergencia i Unió (CiU),  al real decreto que permite nombrar al presidente de RTVE por mayoría absoluta. Se acabó el consenso: a partir de ahora el Partido Popular podrá elegir a quien gobierne la televisión y la radio públicas sin necesidad de pactar con ningún partido político. Seguiremos pagando con nuestros impuestos estos medios de comunicación, pero ya no estarán a nuestro servicio, sino al del Partido Popular. Olvídense de Ana Pastor y de Fran Llorente. Es tiempo de Alfredos Urdacis y Ernestos Sáenz de Buruaga.

El retroceso democrático es brutal. El PP destruye uno de los logros del PSOE, que confiaba en poder manipular la información desde medios de comunicación privados (y supuestamente rentables). Los populares escupen en la cara a la libertad de expresión y resucitan el fantasma de la censura: Rajoy dirigirá ahora RTVE. Ha muerto la televisión pública, ha vuelto la televisión de partido.

 

Un motivo para NO ver la televisión

A Cool Million. Desmontando a Lemuel Pitkin.

Autor: Nathanael West.

Editorial: Gallo Nero.

Este sería un libro desternillante si no fuera porque cuenta una historia dramática: la de un hombre desmembrado por las promesas del Sueño Americano. Se llama Lemuel Pitkin, vive junto a su madre en una miserable granja de Vermont, y quiere conocer mundo y hacer fortuna. Abandona el campo y llega a la gran ciudad dispuesto a triunfar, con poco dinero y mucha ingenuidad en el equipaje. Antes de que pueda bajar del tren ya ha sido desplumado. Poco después será encarcelado.

“Muy debilitado por la extracción de todos sus dientes, se había resfriado a la decimotercera ducha helada, y la decimocuarta había dañado sus pulmones”. El sistema penitenciario del país de las oportunidades le quita los dientes por su bien, para evitarle enfermedades. Es la primera de una serie de desgracias que hacen de Lemuel, un incorregible optimista, el ser más desgraciado del planeta.

Nathanael West (1904-1940), último representante de la Generación Perdida de Scott Fitzgerald y John Steinbeck, escribió en este libro una  deliciosa, cruel e irónica crítica al capitalismo y al sueño americano. Por su escritura trepidante, por sus personajes disparatados, por sus dosis brutales de humor negro (negrísimo) y porque, pese a publicarse en 1936, cuenta una historia de total actualidad. La bondad no tiene lugar en este mundo despiadado.