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Inviolables

Todos los españoles somos iguales ante la ley. No existen privilegios o tratos de favor. Que usted lo sepa. No hay diferencias entre los ciudadanos por cuestiones profesionales, de nivel económico o social, de género o de parentesco. ¿Queda claro? Las desigualdades son injustificables y se deben considerar vejatorias. No lo digo yo, lo dice la sagrada Constitución en el artículo 14 del capítulo segundo (Derechos y libertades): “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.

Bueno, todos somos iguales menos el Rey. Pero esto es una anécdota. Un inviolable entre más de 47 millones de ciudadanos violables es perfectamente asumible por una sociedad tan madura como la nuestra. Juan Carlos no va a ir por ahí degollando niños, sodomizando monjas o matando elefa… viejas. Es asumible incluso que un concepto tan acojonante como la inviolavilidad sea hereditario: Felipe VI no va a ir por ahí degollando niños, sodomizando monjas o matando elefa… viejas.

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Es decir, que todos los españoles somos iguales ante la ley… excepto el individuo inimputable que en esos momentos ejerza el papel de Rey de España. No pasa nada. Hasta aquí todo correcto. Asumible, insisto, por una democracia tan sólida como la nuestra, con 108.000 ciudadanos enterrados en cunetas y descampados.

Pero… ¿Y si hubiera más españoles inviolables? Lo digo porque justo cuando asistimos al trasiego de inviolabilidades entre padre e hijo sabemos que Rafael Blasco, exconsejero en numerosos Gobiernos de la Generalitat condenado a ocho años de cárcel por robar en ayudas de cooperación al desarrollo, ha evitado que sus huesos acaben en chirona: los jueces del Tribunal Superior valenciano le imponen una fianza de 200.000 euros, pese a que Anticorrupción había pedido “prisión incondicional”. Así las cosas, Blasco estará hoy al solecito, tomándose una paella con sus colegas, porque el temor de los jueces “no llega hasta el extremo de aconsejar su prisión inmediata e incondicional, pero sí que justificaría la imposición de una fianza que le permitiera eludirla, pareciendo en este caso aconsejable el señalamiento de la cantidad de 200.000 euros”.

Me temo que en España das una patada a un bote y te salen docena y media de inviolables. La sensación de impunidad de algunos personajes es grande. Y así es muy difícil creer en nada ni en nadie. Es imposible sentir verdadero respeto por los políticos, la monarquía o la Constitución.

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P.D.

Portada de Mongolia. Sale el viernes.

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Un motivo para NO ver la televisión

NRBQ

Cd: Brass Tacks.

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Cuarenta y cinco años después tenemos nuevo disco de NRBQ, the world’s greatest bar band, un supergrupo de culto, ecléctico, vibrante, original en su forma de entender el rock and roll, incansable en sus directos y sorprendente en sus grabaciones. ¿La superbanda más olvidado del planeta? Posiblemente. En un mundo justo los de Florida deberían llevar décadas en la cumbre.

Para introducirse en el mundo de NRBQ es recomendable hacerse con su álbum “NRBQ At Yankee Stadium”, una grabación de 1978 con la mejor formación del grupo, y un repertorio fabuloso, en un momento especialmente inspirado. De ese instante de gloria saltamos hasta este momento de madurez. Porque “Brass Tacks” es precisamente eso, la madurez de una banda que, tras innumerables cambios, encontró la estabilidad hace siete años. Al legendario teclista Terry Adams se han unido el guitarrista Scoyy Ligon, el batería Conrad Choucroun y el bajista Casey McDonough. Y es que la grandeza de esta banda ha sido la suma de su partes, unos músicos de auténtico lujo.

¿La música de New Rhythm Blues Quartet? Muy sencillo: todo aquello que usted pueda imaginar, del pop al rock pasando por el blues, el country, el rockabilly o el R&B. “Somos capaces de tocar todos los géneros y todas las canciones que el público nos pida”, solía presumir Adams. En “Brass Tacks”, su nuevo disco, ofrecen doce temas fieles a su estilo. Por eso en algunas canciones suenan tan fronterizos (Waitin´On My Sweetie Pie), como un moderno Dough Sahm. En otras recuerdan a los grupos beat británicos (Sit In My Lap). A veces resultan tan engrasados y solventes a nivel vocal como los mejores Simón & Garfunkel o los Everly Brothers (I´d Like To Know). Y en determinados momentos incluso parecen recuperar el country californiano del Buck Owens de los sesenta (Fightin’ Back). ¡Puro sonido Backersfield! Es el regreso de unos viejos amigos contándonos historias que hemos escuchado mil veces, pero que disfrutamos como el primer día.

 

No es fácil conseguir el disco en España. Se puede hacer a través de la web del grupo. Pinchar aquí.

La palabra

No había bebido, te lo juro por mis hijos…”, dijo todo digno Ortega Cano solo unos días después de tener un accidente de coche en el murió un hombre. Y sólo unos días antes de que el informe policial definitivo confirmase que había bebido (1,26 gramos cuando el límite es de 0,5) e invadido el carril contrario a 123 kilómetros por hora (cuando el límite de velocidad estaba en 90). La palabra vive una profunda crisis, es un valor inútil y anticuado, no tiene ningún futuro. Lejos de abandonar la civilización y recluirse de por vida en una cueva de las montañas afganas, Ortega Cano regresará en breve a revistas y televisiones, de las que recibirá miles de jugosos euros por unas intervenciones que carecen de sentido, de interés y por supuesto de credibilidad. Lo importante no es que la verdad. Ni siquiera que te crean o no. Lo importante es hablar: el relleno páginas y programas huecos.

Pinchar para seguir leyendo (Telematón, en Cuarto Poder)