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Desnudos de serie

Como un elefante en una cacharreria, desubicado pero lúcido, a veces brillante y siempre divertido, José Luis Cuerda visitó el plató de “La Sexta noche”, un programa de actualidad política basado, semana tras semana, en las necedades de dos tertulianos, a saber: Inda y Marhuenda. Cuerda aportó algo de sentido común. Despreció a Mariano Rajoy y a su banda de forajidos, criticó el feroz sistema capitalista, habló de vinos y de Rafael Azcona y, de pasada, descubrió un secreto del cine español. Para hacer películas hay que pasar por el aro de la televisión, un medio que tiene la pasta y que exige un tributo: que los protagonistas sean actores de sus series y, si es posible, que salgan en pelotas. “Las cadenas dicen que luego ellas se encargan de la promoción, y que será un éxito”, sentencia.

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Es decir, que el cine español está en manos de Atresmedia y Mediaset. Y de las subvenciones, claro. Esas subvenciones de las que habla el ABC o La Razón cada vez que un director o un actor se quejan de la política del Gobierno. No se fíe, se trata de una leyenda urbana. Asistimos, como escribe Javier Zurro en El Español, a “una guerra política que utilizó al cine como arma arrojadiza. Las consecuencias de esta batalla las han sufrido los propios productores y directores de cine, que han visto cómo se les atacaba sin motivo”.

Es solo venganza. Y si no me cree, recuerde que ayer mismo PP y Ciudadanos acordaron bajar el IVA cultural… pero sin incluir el cine. Solo para “espectáculos en directo”.

La industria del cine exige respeto. Me temo que es mucho pedir a unos políticos capaces de soltar sin ruborizarse frases como ésta: “Estoy dispuesto a no tener credibilidad por el bien de España” (Albert Rivera).

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Un motivo para NO ver la televisión

La puerta de los asesinos

Autor: George Packer.

Editorial: Debate.

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Si usted es periodista, y lee este libro, es posible que se le salten las lágrimas. Es periodismo en estado puro. Un trabajo que honra la profesión, y nos recuerda que en el mundo de la información las cosas se pueden hacer de otra manera. Se trata de una historia apasionante, la de la guerra de Irak, contada de manera espectacular, en un texto brillante de largo recorrido repleto de jugosos datos contrastados. No se puede pedir más. George Packer, miembro de la plantilla del New Yorker y autor de otro clásico, “El Desmoronamiento” (Debate), vuelve a demostrar que el buen periodismo sí funciona. Y es posible.

“¿Qué relación hay entre los derechos humanos y la seguridad nacional? ¿Qué debería hacer Estados Unidos ante amenzas que el mundo insiste en ignorar? ¿Es preciso que la guerra cuente con la aprobación de un organismo internacional? ¿Cuáles son los límites de la soberanía nacional? ¿Es posible imponer la democracia por la fuerza? ¿Quién debe responsabilizarse del destino que sobreviene a un país derrotado tras una guerra? Y sobre todo: ¿qué papel debería desempeñar Estados Unidos a la hora de moldear las respuestas a estas preguntas?”.

Packer se cuestiona la supremacía política y militar de Estados Unidos, pero esa no es la columna vertebral de un relato sólido, bien escrito, exquisitamente ordenado y construido, y con una apabullante cantidad de información. La cuestión principal es Oriente Próximo como obsesión norteamericana, y todas las maniobras que pueden llegar a hacer los políticos de este país para modificar el curso de su historia. De la historia. En medio de todo ese despropósito militar y terrorista está Irak, y las víctimas inocentes de ambos bandos. Unos conflictos internacionales, daños colaterales, que han cubierto de sangre diferentes países del entorno.

“La puerta de los asesinos” es una lectura absolutamente obligatoria no solo para periodistas, sino para cualquiera interesado en la política internacional de los últimos años. Los ciudadanos que quieran estar informados disfrutarán de esta lectura como si fuera un gran thriller. Los periodistas desearán haber escrito un libro como éste con todas sus fuerzas. Para unos y otros será un soplo de aire fresco, una lección magistral que inyecta los ánimos necesarios para seguir amando el periodismo pese a lo que vemos en televisión y leemos en los diarios.