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Crítica de supervivencia

Leo en El Mundo un reportaje largo y muy elaborado, con fotografías e incluso mapas, sobre “Supervivientes”, el reality show que Telecinco ha puesto en marcha desde Cayo Cochinos, en Honduras. Enviado especial, ilustraciones, fotografías, gráfico interactivo, vídeos… Un gran despliegue periodístico, sorprendente en estos tiempos de crisis, que demuestra el excelente criterio de los diarios a la hora de invertir sus fondos. ¿Quién dijo que no había dinero para informaciones de largo recorrido? ¿Quién aseguró que el reportaje había muerto, que los grandes medios no tenían presupuesto para este tipo de periodismo? Ahí tienen a El Mundo, apostando fuerte por las aventuras playeras de Rafi Camino, Nacho Vidal, Isa Pantoja, Carmen Lomana y compañía.

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Para cerrar el círculo, busco en El Mundo la crítica al programa “Supervivientes”. Suelen ser demoledoras, ya se sabe, con estos programas plagados de famosetes, con estos reality shows repetitivos emitidos por cadenas especializadas en telebasura. No encuentro nada sobre “Supervivientes”. Qué raro, ¿verdad? Sobre todo después de haberse gastado un dineral en producir un reportaje de semejante calibre. Porque no creo que sea Telecinco, o la productora del programa, quienes hayan pagado los gastos del reportaje. Entonces  sería un publi-reportaje…

Nada de “Supervivientes”. Las últimas críticas televisivas de El Mundo están dedicadas a Mariló Montero, a “León come gamba”, a Kiko Matamoros… Y a “Sentencia judicial”. Curioso título para un post, una entrada del 18 de abril: “La Sala Primera del Tribunal Supremo, constituida por los magistrados indicados al margen, ha visto el recurso de casación interpuesto por la demandante Dª María Consolación García-Cortés… vulneraron el honor de la actora a resultas de la publicación en la página web del Diario El Mundo con fecha 6 de mayo de 2008 del artículo de opinión “Chelo Gª Cortés, “Teletrinchada” y de condenarles por esta intromisión ilegítima al pago de una indemnización de 20.000 euros en concepto de daño moral y a difundir el encabezamiento y fallo de esta sentencia en la propia página web del Diario El Mundo, en la sección dedicada a la Televisión”.

¿Vulnerar el honor? ¿Intromisión ilegítima? ¿Daño moral? Vaya, vaya, vaya… Son los efectos colaterales de un post del blog de televisión de El Mundo en el que hablaron de la periodista del corazón Chelo García Cortés en los siguientes términos: “Miss Plumilla Menopáusica transmutada en Pequeña Escribienta Florentina del Buitrerío Ibérico…. acusa, denuncia, escupe, orina a, ante, hacia el resto de su tribu. Lo de esta tía es imbecilidad de grado ‘cum laude”.

La crítica de televisión se ha convertido en una crítica de damnificados. O eres agresivo hasta el insulto en busca de visitas, caso de algunas columnas y blogs de diarios sensacionalistas, o te pliegas sumisamente a las necesidades promocionales de las televisiones de tu empresa, caso de otros medios. Y en mitad de todo ello, grandes despliegues informativos para contar cómo se hace un programa basura en “un área declarada reserva marina y zona biológica protegida”. Periodismo de corto recorrido. Crítica de supervivencia.

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Sanción microgorda

La Sala Primera del Tribunal Supremo ha dictaminado que el diario El Mundo debe pagar 20.000 euros como indemnización por una de sus exquisitas piezas periodísticas. ¿Se castigan, por fin, sus informaciones sobre el 11-M? No, por dios. Eso es historia del periodismo español: los lectores nunca agradeceremos lo suficiente a los jefes del diario de Unidad Editorial por enseñarnos cuán bajo puede llegar a caer un medio de comunicación. El Mundo debe pagar 20.000 euros porque la Justicia considera que determinadas expresiones utilizadas en uno de sus textos de opinión son constitutivas de infracción “al derecho al honor y a la intimidad”.

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Un blog de televisión del periódico que fuera dirigido por Pedro J llamó a Chelo García Cortés, colaboradora del programa de Telecinco “Sálvame”, lindezas como “microgorda ponzoñosa”, “carroñera del montón y miss plumilla menopáusica transmutada en pequeña escribiente florentina del buitrerío ibérico”. Y dijo que tenía una “imbecilidad de grado cum laude”. Estos insultos tienen un precio: 20.000 euros. Un precio que se paga tarde, los insultos se vertieron en mayo de 2008, pero se paga.

Esta sanción me obliga a reflexionar por varios motivos. El primero es que colgué mi último post en El Mundo el 2 de noviembre de 2007, después de escribir durante tres años precisamente un blog sobre televisión (y sus mundos paralelos). Un blog que escribí, que escribo diez años después, con absoluta y total libertad, pero procurando no cruzar las líneas rojas que dictan el sentido común y la buena educación. No estoy seguro que haberlo conseguido siempre. ¿Habré faltado al respeto a alguien en todos estos años? Puede que sí. Lo siento. Nunca, en ningún caso, jamás, ha sido de manera premeditada, por razones personales, para conseguir visitas.

Me horroriza haber podido escribir cosas tan despectivas como “microgorda ponzoñosa” o “miss plumilla menopáusica”. Es posible que algún lector busque y encuentre expresiones parecidas en El Descodificador. Si no lo he hecho, es posible que haya estado cerca. Lo siento, insisto. Lo de “carroñeros” creo que puede tener sentido, por ejemplo, para definir a seudo periodistas que despellejan a famosos en programas basura. O que venden sus relaciones sexuales en televisión. Pero “microgorda ponzoñosa” suena demasiado miserable y personal, claramente ofensivo, francamente violento y absolutamente innecesario.

La culpa es del autor del blog de El Mundo, evidentemente, pero sólo en parte. Los medios exigen que los blogs tengan visitas, muchas visitas, para sobrevivir (El País acaba de cerrar decenas), y una forma de conseguir esas visitas es escribiendo post agresivos. El problema comienza cuando al opinador se le va la mano, se viene arriba, se cree impune por trabajar en un gran medio y, lo que es peor, ejerce esa agresividad con los más débiles. Cuando es crítico hasta la sangre con el poder, político o económico, o con su propio medio, bien por sus pelotas. Llamar a una tertuliana “microgorda ponzoñosa” es demasiado fácil, muy ruin y tremendamente injusto. 20.000 euros me parece una sanción… digamos que microgorda.

Decía Ryszard Kapuscinski que las malas personas nunca pueden ser buenos periodistas. Si desde un medio llamas a alguien “microgorda ponzoñosa” es muy posible que seas mala persona, y por tanto mal periodista.

Les pido disculpas de nuevo por lo que me pueda tocar. Lo siento. No volverá a pasar.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Autor: Ben Brooks.

Editorial: Blackiebooks.

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Etgar tiene quince años. Bebe Nesquik y ron, fuma poco, come porquería, tiene una novia que le engaña, unos amigos raros, se da baños calientes, y pasea a su perro, Amundsen, menos de lo que debiera. Amundsen se caga en el salón de su casa. La vida de Etgar es una mierda, y el protagonista de nuestra historia se defiende escondiéndose bajo las sábanas, bebiendo, viendo series… y husmeando en chats sexuales. Cuando sus padres se van de viaje conoce a alguien en internet, y se gasta con ella el dinero que le dejó su abuela. Son dos personas inocentes, abofeteadas por la vida, dándose consuelo, ofreciéndose calor. Pero las cosas no son tan fáciles…

“Quiero correr por todo el barrio, rompiendo ventanas y encendiendo fuegos y meando en los buzones hasta que llegue la policía y me eche spray de pimienta en la cara y se me lleve. Quiero hacerles unos arañazos profundos en las piernas a los policías. Quiero darles cabezazos y clavarles los codos en los ojos. Quiero rebotar de una pared a otra en la celda hasta que me desmaye y me despierte treinta horas más tarde con una conmoción cerebral en un día que no sea hoy”.

Lolito es la historia de un pequeño perdedor. En ocasiones tronchante, a veces cruel, siempre naif. Ben Brooks (1992) es un escritor joven que tiene un estilo propio, sencillo pero ingenioso, que le viene al pelo a este libro moderno, chispeante, con más talento del que puede parecer en las primeras páginas. Un libro original y fresco que, presentado por Blakiebooks en una bonita edición con tapa dura, hay que leer.