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La historia interminable

Con el ánimo por las nubes tras uno de esos partidos de fútbol para la historia, afronté la gala de los Goya, la fiesta del cine español, con una sonrisa en los labios. Suele ser un coñazo, me dije, con sus agradecimientos eternos y sus vanidades desbocadas, pero después del 4-0 me creía capaz de soportar el chiste menos gracioso, el play back más doloroso (Miguel Poveda), el discurso más soso (González Macho), el llanto más grimoso (Nerea Barros) o incluso la sonrisa cínica de un ministro asqueroso.

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Me gustó el comienzo, con un Dani Rovira en el que no tenía depositadas demasiadas esperanzas absolutamente brillante. Seguro, ágil, simpático… Tras la primera hora la fiesta comenzó a repetirse y, lo que es peor, a desangrarse: el aburrimiento es el peor enemigo del cine y, lógicamente, de una gala cinematográfica en la que sobran agradecimientos, discursos y minutos. Y por supuesto actuaciones musicales freaks, humoristas casposos y bailoteos interminables. Y a la que faltan películas: es terrible ver cómo todo gira alrededor de dos únicas cintas, “La isla mínima” y “El niño”.

Cuatro horas eternas. Entiendo el cine como entretenimiento, pero también como compromiso y denuncia. Por eso me parece brillante aprovechar los minutos de gloria para algo más que saludar a tus padres y dedicar la estatua a tus hijos. Algo que muy pocos de los que subieron al escenario tuvieron pelotas de hacer. Por eso me gustó lo que disgustó a ABC: “Amigos de la cultura y el cine español… señor Wert, no está incluido en esto”, dijo Pedro Almodovar al presentar a Antonio Banderas. En el diario conservador y ultragubernamental titulaban: “Todo el cine español respeta a Wert, menos Almodovar”.

Pero el auténtico premio a la interpretación, el Goya entre los Goya, se lo merecen no Penélope Cruz, Bárbara Lennie o Carmen Machi, actrices todas ellas de medio pelo si las comparamos con la vedette estrella de la política española, la Lina Morgan de la bufonada popular y el sainete social, caricata de la administración e histriona de lo público. La gran Esperanza Aguirre.

“No pondría la mano en el fuego por Rajoy”, reconoce la lideresa a Jordi Évole en una de las entrevistas más surrealistas que recuerdo. Évole ironizando de manera burda, provocando descaradamente a una Aguirre que aguanta el tirón, traga bilis y actúa como una Linda Lovelace conservadora para no dejarse llevar por la furia y desperdiciar la oportunidad televisiva. Patética. Repite su eterno discurso, yo no sabía nada de nada, pobrecita mía, e incluso torea con facilidad las preguntas del presentador: “En la Comunidad de Madrid no ha habido recortes ni en Sanidad ni en Educación”, dijo a un Évole que debió responderle con cifras. Por ejemplo: Entre julio de 2011 y julio de 2013, el recorte de personal en Sanidad y Educación en la Comunidad de Madrid superó los 7.500 profesionales.

Y cuando se cansó, se levantó y se fue.

P.D.

¿Censura en los guiones de los Goya? Me temo que a nadie le extrañaría. Pues eso dicen que le sucedió al actor Carlos Areces, que se presentó en la gala con unas preciosas gafas naranjas y un lazo del mismo color en solidaridad, el lazo, con los trabajadores de RTVE. Areces tenía que entregar uno de los premios, pero cuentan que la organización le pidió que se quitara el lazo y que firmara un documento comprometiéndose a no saltarse el guión. Areces se negó, y se quedó sin entregar el premio y sin asiento en la fiesta.

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Un motivo para NO ver la televisión

Steve Earle

Cd: Terraplane.

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Cada nuevo disco de Steve Earle, seguramente la última gran leyenda entre los cantautores norteamericanos, siempre es esperado con enorme ansiedad. ¿Volverá el de Fort Monroe a regalarnos otro “I Feel Alright”? O cuando menos otro “Copperhead Road”. O quizá un nuevo “El Corazón”. Es decir, el mejor Steve Earle. Todos sus seguidores esperan la grabación que le recupere definitivamente para el country rock, o para el folk eléctrico, o para la Americana, o para como demonios quiera usted llamarlo.

Pero Earle no está por la labor. Sigue lanzando discos excelentes, algunos de bluegrass como “The Mountain”, otros homenajes a viejos amigos, como “Townes”, pero nada que recuerde los viejos y buenos tiempos. Este “Terraplane” es un gran disco de blues. Ni más ni menos. Blues. En ocasiones tradicional, en otras con aires de jazz, a veces recordando a los Stones…

Un disco magnífico que nos ayuda a superar el mono generado por este coloso de la música Norteamericana. Y a sobrellevar la espera del álbum total que, con los aires que le han convertido en leyenda, sin duda llegará.