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Ganar perdiendo

Si todo sigue como hasta ahora, podría parecer que el Estado español ganará la batalla por el referéndum en Cataluña del 1 de octubre: no se celebrará, quizá no haya ni urnas ni papeletas, los catalanes no podrán manifestar su opinión… Pero lo cierto es que habrán perdido la guerra. La victoria nunca es completa cuando es por la fuerza, cuando no se convence, cuando no se da al rival la posibilidad de levantar la cabeza.

Si no sucede una desgracia, si todas las manifestaciones siguen siendo pacíficas, si la aparatosa movilización policial resulta finalmente innecesaria, el referéndum, primero, y seguramente la independencia de Cataluña, después, serán solo cuestión de tiempo. Como el final de la fiesta de los toros. La suerte está echada, solo nos quedará saber el cuándo y el como.

Ganar perdiendo es de idiotas, de incompetentes y, en este caso, de corruptos: no pueden utilizar el argumento de la ley aquellos que han destruido pruebas de sus fechorías, que han creado tramas mafiosas, que han prevaricado, que han llegado al poder financiándose de manera ilegal. No deberían decidir en nombre de un país aquellos que lo han convertido en un estercolero.

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Un motivo para NO ver la televisión

¡Dilly-Ding, Dilly-Dong!

Autor: Ilie Oleart.

Editorial: La Media Inglesa.

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Si le gusta el fútbol, disfrutará como un niño este libro. Cuenta una de esas historias mágicas de esfuerzo, superación y suerte que hacen que amemos este deporte pese a sus presidentes mafiosos, sus federaciones podridas, sus contratos millonarios y sus equipos arrogantes. Cuenta la historia del gran éxito conseguido por un club modesto en la competición futbolera más grande del mundo. La Premier League, la liga de Inglaterra, el lugar donde nació este deporte.

Todo es posible en el mundo del fútbol. En este deporte afortunadamente existen las segundas, las terceras y hasta las cuartas oportunidades. Y se producen milagros: el pequeño puede ganar al poderoso, a todos los poderosos. Es la esencia del fútbol, el toque romántico que consigue que cada domingo se llenen los estadios. El Leicester City ganó la Premier por primera vez en la temporada 2015/16, tras quedar la anterior campaña en el puesto 14: ningún club había ganado la liga finalizando la temporada anterior más allá del séptimo puesto. Era un equipo muy modesto, con jugadores de saldo y un entrenador mayor (Claudio Ranieri), que debería haber luchado por evitar el descenso.

“El triunfo del Leicester en la Premier League se pagaba 5000/1. A efectos comparativos Paddy Power ofrecía una cuota de 500/1 a que se demostraba la existencia del monstruo del lago Ness. Es decir, se consideraba que era diez veces más probable que apareciera el monstruo a que el Leicester conquistase la Premier”.

El triunfo más improbable. De eso habla Ilie Oleart en este libro que devorarán todos aquellos futboleros, sobre todo los seguidores de los equipos modestos, pensando que algún día, quizá sus equipos vivan una historia similar. Un guión de Walt Disney, un libro que habla de fútbol, que cuenta de maravilla el triunfo inesperado de unos futbolistas por los que nadie apostaba (Vardy, Mahrez, Okazaki, Drinkwater…) y un entrenador, Ranieri, que parecía anticuado. El italiano acertó con los fichajes, estableció una relación familiar con los jugadores, y diseñó un sistema de juego a su medida: consolidó la defensa, renunció a la posesión de la pelota, creó una estrategia de contraataque muy eficaz y trabajó las jugadas a balón parado. Y a todo ello le añadió “sal”, suerte.

“El Leicester simboliza un tipo de fútbol, y de valores, que todavía llaman al recluta escondido dentro de muchos aficionados”, escribió Julian Barnes, seguidor de los Foxes. “Son (o al menos parecen ser), altruistas, muy trabajadores, humildes. Son una versión romántica del “todos para uno y uno para todos” y están dispuestos a luchar hasta el último minuto del tiempo añadido”. Entrañable.

 

El muro

Ante la incertidumbre producida por la deriva secesionista catalana los ciudadanos españoles no tiene por qué preocuparse: están en buenas manos. Son las tranquilizadoras intenciones de un líder político acostumbrado a sortear los problemas, de un hombre calmo enemigo de tomar decisiones, de un ser consumido por la pachorra que se niega a realizar cualquier tipo de esfuerzo aplazable. Algunos de ustedes seguro que ya han adivinado de quién se trata: Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno de España.

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Un motivo para NO ver la televisión

El último recreo

Autores: Carlos Trillo y Horacio Altuna.

Editorial: Astiberri.

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Es un placer encontrarse con clásicos del cómic recuperados a lo grande. Resurrecciones realizadas con veneración y rigor que ofrecen una nueva oportunidad a todas esas historietas que son obras maestras, pero en su día se publicaron de mala manera. Trabajos brillantes que, maltratados entonces por la imprenta, son ahora editados en buen papel y con mucho mimo, cuidando hasta el último detalle. Es el caso de “El último recreo”, la serie post apocalíptica que el guionista Carlos Trillo y el dibujante Horacio Altuna publicaron en España a comienzos de los años 80, en episodios de ocho páginas, dentro de una revista llamada “1984”. El formato pequeño y la mediocre impresión impedían disfrutar en toda su grandeza del impresionante blanco y negro de una ficción inquietante que mostraba un mundo sin adultos. Solo los niños habían sobrevivido a la hecatombe, niños capaces de lo mejor y lo peor que también morían cuando se convertían en adultos.

Astiberri ha puesto las cosas en su sitio con una edición a la altura de la importancia de este título. Excelente impresión, inmejorable presentación, para una versión sorprendente de la vieja historia del niño que se niega a crecer. Los protagonistas de “El último recreo” luchan por sobrevivir, atenazados por el impulso del crecimiento, de unos deseos adolescentes que suponen su sentencia de muerte. En medio de ese dilema, de esa situación límite, todo aquello que nos hace humanos: la amistad, la solidaridad, la traición, el egoísmo, los instintos primitivos, el amor, la violencia… La vida.

El resultado es un cómic que, más de 30 años después de su lanzamiento, sigue dejando con la boca abierta. Y con un nudo en el estómago. Imprescindible.

Pinchar para leer una reseña brillante.

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La Semana Bosé

La pesadilla comenzó el domingo 2 de noviembre, cuando Juan Cruz entrevistó a Miguel Bosé en la contraportada de El País. Me pareció la clásica entrevista promocional, Bosé pone a la venta nuevo disco, con respuestas insípidas para preguntas ingenuas. Lo habitual en periódicos sumidos en crisis de identidad, de criterio, de periodismo. No podía sospechar que se trataba del principio del fin, de la debacle, del acabose. Es decir, del comienzo de un fenómeno mediático espeluznante al que llamaremos “La Semana Bosé”.

A partir de ese domingo, hace ocho días, la presencia de Miguel Bosé en los medios de comunicación se convirtió en una pesadilla. Mañana, tarde y noche sus ojillos pintados de Halloween, su gesto altivo y su repetitivo discurso inundaron radios, televisiones, periódicos y redes con un tsunami de mediocridad. Y no solo hablo del nivel artístico, también del periodístico e incluso del promocional: ¿No resulta contraproducente saturar los medios con la presencia de un artista? ¿No crea en el consumidor algún tipo de rechazo, de alergia, de repelús? ¿Deberían los medios seguir los intereses de las discográficas con tanta docilidad?

Peor hubiera sido que hubiese interpretado alguna de las canciones de su nuevo disco, qué duda cabe. El responsable de exquisiteces como “Don Diablo” o “Linda”  se ha limitado a pasear el palmito. A responder a preguntas estúpidas. A proclamarse no ya indignado, sino hasta cantautor comprometido: el disco incluye la canción “Sí, se puede”, con una letra que hará vibrar al mismísimo Pablo Iglésias. “Y te cagas en todo / te frustras en vano / y te preguntas en qué momento todo esto se te fue de las manos”, canta un Bosé que con semejante preciosidad se coloca a la altura de Paco Ibáñez, LLuis Llach o el mismísimo Victor Jara.

Bosé se ha sometido con docilidad a las gracietas de espacios como “El Hormiguero” o “Los viernes al show”. Esta semana ha estado en todos los lugares, en todos los platós, en cualquier escenario. Desde “Hoy por hoy” (Cadena SER) hasta el programa de actualidad política “La Sexta noche” (La Sexta), pasando por campañas de donación de juguetes, firmas de discos en grandes almacenes, galas contra el SIDA… ¿Y todo eso pa´que? se preguntará el lector inconformista: Pues todo eso pa esto…

¿Juegos de Tronos en versión low cost? No, el último video clip de un Bosé que, como dirían en “El Intermedio”, se repite más que un kebab. Y lo hace con la complicidad de unos medios de comunicación que no dudan en seguir el juego promocional de las multinacionales de la música. Y del libro. Y del cine. Y…

Y es que Wert no es el único culpable de la debacle cultural que padece este país.

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Puestos a escuchar a imitadores de David Bowie, me quedo con el comandante Chris Hadfield y su versión de Space Oddity grabada en el espacio, a bordo de la International Space Station. El Duque ha dado el visto bueno para que se cuelgue de nuevo en Youtube

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El proceso de participación en Cataluña. Mariano, ¿Ves como al final no ha sido para tanto? (Unas fotos, para que lo entiendas).

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Un motivo para NO ver la televisión

Lost on the River: The New Basement Tapes.

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Estamos ante un proyecto discográfico de gran envergadura: Elvis Costello, Rhiannon Giddens de Carolina Chocolate Drops, Taylor Goldsmith de los Dawes, Jim James de My Morning Jacket y Marcus de Mumford and Sons se han reunido para grabar, con T Bone Burnett como productor, un disco especial, único, irrepetible. ¿La razón? Los temas que interpretan están basados en letras de canciones que Bob Dylan descartó en 1967, periodo en el que trabajaba en sus famosas Basement Tapes.

Dylan enseñó a su colega Burnett la caja con las letras. Y el productor puso en marcha un curioso proceso de trabajo, que consistió en elegir los músicos que pensaba eran adecuados para el proyecto, enviarles las letras y dejarles trabajar en ellas. Cuando se reunieron, grabaron 40 canciones, de las que se han seleccionado 20 para este disco.

Un álbum complicado, denso, sin estribillos, por momentos hipnótico, que se puede considerar de autor: Dylan pone las letras, T Bone Burnett la actitud y el sonido, y Costello y compañía el talento. Un disco de largo recorrido.

Junqueras por bulerías

Arrasó Jordi Évole en su retorno a la noche de los domingos: “Salvados” lideró su franja con 4.104.000 telespectadores, un 20,3% de audiencia. El programa ocupó la portada de la web de El País durante buena parte del lunes. Yo me aburrí como una mona. Pasados los primeros quince minutos, en los que observé y analicé a Oriol Junqueras y su familia de adopción andaluza con interés antropológico, tal y como podría hacer con los concursantes de Gran Hermano, comencé a bostezar. Era la misma historia de siempre, con las ideas y tópicos escuchados una y mil veces, en un decorado diferente. Évole llevó al líder de ERC a Sevilla, donde le esperaba la familia Parejo para una comida casera con un único tema de conversación: la independencia de Cataluña. Una jubilada, una médica, un doctor en economía, un ingeniero agrónomo… y un Junqueras que se defendía como gato panza arriba de las acusaciones de los miembros más radicales del clan sureño. “Procuraré comprar cosas que sean del resto de España antes que de Cataluña (independiente)”, advirtió el ingeniero Antonio. “Si Rajoy, en su día, se hubiera sentado a hablar con Artur Mas, antes de que se plantease el 9-N, habría menos independentistas”, aseguró el político republicano. Nada que no se haya escuchado ya en una barra de bar.

Con excelente criterio, Jordi Évole renunció al excesivo protagonismo, habitual en periodistas televisivos, y se mantuvo en segundo plano. Algo muy de agradecer tras una semana de promoción excesiva, en la asfixiante línea marcada por Santiago Segura para sus “Torrentes”. Quizá llegué a la noche del domingo saturado de Évole. Quizá hastiado del problema catalán. A los quince minutos el programa había perdido la capacidad de sorpresa, el catalán en las antípodas, y el contenido de la sobremesa sevillana perdía relevancia: todo estaba visto, todo escuchado. La culpa no era tanto de Évole y “Sálvados”, en lucha constante por resultar ingeniosos y originales, sino del tema elegido, de absoluta actualidad pero me temo que cada vez más agotado para el consumidor habitual de información.

Cataluña cansa. Cansa y despista, en su circular complejidad, un bucle nacionalista sin fin. Como cansa y despista el españolismo. Y nada ni nadie debería distraer nuestra atención en estos momentos tan delicados. Me preocupa más el deterioro de la sanidad pública que la rapacidad de Jordi Pujol. Me intranquiliza más el abandono de la cultura y la educación pública que la posible frustración causada por el no referéndum del próximo día nueve. Me incomoda más el deterioro general de la ética y los principios de este país que las exigencias independentistas de una región concreta.

 

Un motivo para NO ver la televisión

El carro de Tespis.

Autores: Bonifay & Rossi.

Editorial: Yermo Ediciones.

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Tras ser desterrado, Tespis, el padre de la tragedia griega, recorrió caminos y pueblos en un carro, con su teatro ambulante. En una aventura con algunas similitudes, Drustan, heredero de un sudista, abandona el hogar para no tener que defender la bandera confederada. En esa huida conoce a lo peor del Oeste norteamericano, una cuadrilla de desarrapados que se suben y bajan del carromato del protagonista viviendo un sin fin de aventuras.

Heredero de Giraud y su grandioso Blueberry, este cómic tiene algo de crepuscular y de realista, con unos dibujos dignos y un guión aceptable. El tomo que nos ocupa reúne los cuatro primeros capítulos de la serie, con guiones de Christian Rossi y Phillipe Bonifay, y dibujos de Rossi. Una edición digna, pero algo cara (40 euros) que destaca entre las infinitas reediciones de cómic-western que se están sucediendo últimamente.

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