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Rarezas

Los ornitólogos somos gente muy peculiar, capaces de disfrutar como niños con cosas que a otros seres humanos les resultarían  mortalmente aburridas. El canto de un autillo, la parada nupcial de las cigüeñas negras, el vuelo estático de un águila culebrera. Somos tan raros que adoramos las rarezas. Es decir, aquellas observaciones que se salen de la norma, esos pájaros que están fuera de sitio. La Sociedad Española de Ornitología estableció en 1984 un Comité de Rarezas, que estudia y acredita la identificación de las mismas. Para que usted me entienda, le diré que uno de los días más felices de mi vida fue aquel en que pude observar un buitre moteado o de Ruppell (Gyps rueppellii), especie africana, en la cacereña Sierra de San Pedro. ¡Qué emoción más grande!

Nos fascinan las rarezas, insisto. Por eso contemplar dos de estas desubicadas preciosidades con apenas horas de diferencia, y en las calles de Madrid, sólo puede considerarse un auténtico milagro. Primero me encontré con un canguro paseando por López de Hoyos. Un joven arrastraba al perezoso marsupial con una correa con la bandera de España. Más tarde contemplaré una pareja de auténticos reyes, esa exclusiva y elitista subespecie medieval, recorriendo las calles de la capital en un Rolls Royce ante el delirio de buena parte de sus súbditos. ¡Este mundo no deja de sorprenderme!

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El pequeño canguro es un ualabí de cuello rojo, o owallaby de Bennet (Macropus rufogriseus), originario de Tasmania, que gracias a la cría en cautividad se ha convertido en el primer marsupial doméstico de la historia. Los reyes, que no reyezuelos (unos diminutos y maravillosos pajarillos regúlidos), se llaman Felipe y Letizia (Borbón y Ortiz, respectivamente). Son dóciles, domésticos, y de alguna manera, como el canguro, resultado de la cría en cautividad: desde pequeños han sido adoctrinados para sentirse superiores, por encima del resto de seres vivos.

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Pero seamos realistas… Los canguros urbanos son, superada la sorpresa inicial, unos auténticos desgraciados. En las antípodas de casa, abrasándose las patas con el recalentado asfalto madrileño, atados a una correa con la banderita… Algo parecido le sucede a la monarquía, en las antípodas de la realidad democrática y social, apoyada en coronas, toisones y otras tontadas, sujeta a costumbres medievales, heredera de un dictador, ajena al placer que proporciona ser elegidos en las urnas. Singularidades, anomalías, excentricidades. Seres de otro tiempo, de otro lugar. Apuntemos sus nombres en nuestra lista de rarezas. Quizá estemos contemplando a los últimos de su especie.

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Y a esto le llaman democracia: “La policía impedirá las banderas republicanas en el desfile del nuevo Rey: Consideran que es una provocación hacia las personas que asistan al desfile”.

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