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Sangre de toro y azabache

La secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, ha asegurado en Albacete que España se ha desprendido “de ese ancla que se llamaba crisis”, y que no se puede consentir que esto “lo tiren por la borda los populismos de la izquierda de este país”. Dicho lo cual se ajustó una chaquetilla corta, “sangre de toro y azabache”, y sin salir de la provincia del atascaburras inauguró el I Congreso Internacional “La tauromaquia como patrimonio cultural”, unas jornadas en las que profesionales, expertos, académicos y periodistas de diversos países se dieron cita para abordar los principales retos que afronta el mundo del toro en la sociedad actual.

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Los populismos de izquierdas son impresentables, no hay más que ver al Coletas pidiendo justicia social. ¡Será bolivariano! Pero los de derechas tampoco son mancos. Cospedal dice que la tortura de herbívoros es “un arte único, que pertenece al pueblo español. Por ello, debe gozar de reconocimiento y protección”. Y lo hace junto a José Ignacio Wert, ministro que viajó a Castilla La Mancha, la comunidad que con un tijeretazo del 31,13% lidera los recortes en el área de educación, para expresar su deseo de llevar la tauromaquia, “signo de identidad de nuestra cultura”, a la Unesco, para su reconocimiento como patrimonio inmaterial de la humanidad.

Castilla La Mancha, la comunidad donde menos porcentaje de personas cuenta con estudios superiores, un 11,8 %, la mitad que Madrid, es sin duda el lugar idóneo para proteger las corridas de toros. Cuantas menos bibliotecas, menos colegios rurales y menos profesores tenga un pueblo, más posibilidades existirán de que considere el maltrato a los  animales signo de identidad de su cultura. Tan grandes son las ganas de embrutecer a los castellano manchegos que en las conclusiones de este I Congreso Internacional de Tauromaquia un profesor universitario, Javier López-Galiacho, propone llevar los toros a las escuelas, porque “tienen mucho que enseñar” y servirían para plantar cara “al gran problema del relevo generacional”. Niños con un estoque en una mano y un rosario en la otra. Como toda la vida, como tienen que ser los relevos generacionales.

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Vestida de sangre de toro y azabache, como en Semana Santa lo hizo de negro culo de grajo, Cospedal representa el progreso como simulación en diferido. Inmovilismo disecado. Frente a los populistas de izquierdas, la presidenta de Castilla La Mancha apuesta por la tradición, por las misas de luto riguroso, por los niños de 14 años matando liebres y dando pases de pecho, por la arena empapada de sangre de toro y las moscas cagándose en las heridas de las banderillas, por esa España asquerosa que permite el caciquismo, que tolera la corrupción, que alimenta las diferencias, que añora el pasado, que reza y roba, que miente y manda. Con Cospedal en la política, con los toros en la agenda cultural, siempre seremos un país subdesarrollado, en lo social y en lo cultural. Que es exactamente lo que ella necesita para seguir mandando.

 

Un motivo para NO ver la televisión

El anticuario.

Autor: Gustavo Faverón Patriau.

Editorial: Candaya.

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Recomendado por unos libreros infames, esta novela más macabra que negra sorprende desde las primeras líneas por lo enrevesado de la trama, por lo misterioso de la historia y, sobre todo, por estar escrita con una maestría que recuerda a los grandes fabulistas sudamericanos. Peruano de Lima, Gustavo Faverón se recrea en la descripción de cada rostro, de cada rincón, de cada voz y cada sombra, pero nunca resulta cargante, engolado o espeso. La medida de la narración es la correcta, el ritmo el adecuado, la historia es perfecta. Perfectamente siniestra, increíblemente adictiva.

“Se iban disolviendo los perfiles de los policías en las esquinas, sus trincheras de sacos de arena y poyos de cemento, evaporándose los perros en las pistas, esfumándose los locos en las veredas y las prostitutas y los travestis en el cruce de las avenidas, e iban desapareciendo en el aire los edificios sin lunas y los muros cubiertos de grafiti y montañas de basura y todo lo reemplazaban unos pasajes invadidos de hierbajos y jardines moribundos, y casas enredadas entre alambres de púas y cercos de alta tensión, casas amarradas en camisas de fuerza, casas que aguardaban un electroshock…”.

“El anticuario” habla de Daniel, un adicto a los libros, y a las polvorientas librerías de viejo, que se encuentra encerrado en un psiquiátrico acusado de un crimen atroz. Como sucede en las grandes novelas criminales, y esta lo es, nada es lo que parece. El lector se encuentra con personajes que se duplican, locos que adoran la lectura, una red de tráfico de cadáveres, libreros que esconden secretos… Y un experto en patologías del lenguaje que se sumerge en el drama, interroga a su amigo asesino e intenta resolver el misterio. Simplemente brillante.

“Los momentos del pasado o del futuro, los escenarios reales de los cuentos, los sueños, los proyectos que uno descarta cada día, pero que existe, en la duda alternativa de las cosas que dejamos de hacer, todos son mundos tan verdaderos como éste, y yo ni los abandono ni los degrado”.

Pinchar para leer el primer capítulo.