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Mirando para Cuenca

Dicen que la televisión es un reflejo de la realidad, un espejo en el que ver pasar la vida. De ser esto cierto, que podría ser, las cosas están mucho peor de lo que nos imaginábamos. Hace un año por estas fechas, La Sexta emitía imágenes de un Fernando Alonso que, al volante de un resplandeciente Ferrari rosso corsa, subía al podio en el Gran Premio de Turquía. El pasado viernes esa misma cadena estrenó “Famosos al volante”, con Falete subido a una furgoneta gris estropajo de la autoescuela San Cristóbal. Ni siquiera llevaba abrochado el cinturón de seguridad. Hemos pasado del lujo, el glamour y el presupuesto de la Formula 1 a los suspensos de una flamenca en los exámenes teóricos de un programa de saldo. Pedazo de crisis.

Pasar de Alonso a Falete no es dar un paso atrás, es tirarse de cabeza desde el Empire State. “Famosos al volante” es un programa tremendamente cutre, insólitamente gañán, estremecedoramente sórdido y, sobre todo, escandalosamente malo. Cuesta trabajo imaginar un reality de perfil más bajo, de menor nivel. Es difícil pensar en una televisión peor. Un grupo de famosetes de serie C (¿Quiénes son Soraya, Agustín Jiménez o Rafa Méndez?) intenta sacarse el carné de conducir con el método supuestamente revolucionario de una autoescuela de Cuenca.

Acabáramos: La Sexta intenta poner al telespectador mirando para Cuenca. La ciudad castellano manchega se ha convertido en la meca de la enseñanza y el adiestramiento al volante. Y es que la autoescuela San Cristóbal utiliza un método intensivo que se basa en la convivencia durante 15 días de todos los alumnos aspirantes. Purita tele realidad. El resultado, absolutamente soporífero, ni siquiera es apto para todos los públicos: “¡Me cago en la hostia puta… ¿Qué pollas haces aquí?”, le dice el profesor, un supuesto genio, a uno de los alumnos. “¡Te pego una hostia con la mano abierta que te arranco la cabeza!”, sentencia el grandioso pedagogo.

Programas como éste nos advierten de la desaceleración sufrida por la televisión en España. No hay dinero, dirán. De acuerdo, pero tampoco hay talento. Ni siquiera controles de calidad: “Famosos al volante” es un sub producto que no debería pasar los filtros de ninguna cadena. No debería emitirse, no debería rodarse, ni siquiera debería imaginarse. En primer lugar porque es la escoria de la escoria, una copia defectuosa del lado menos imaginativo y más chusco de la ya mediocre y chusca telerealidad. Y en segundo, porque está condenado al fracaso: un rácano 3.2% de audiencia en el día de su estreno, apenas 540.000 espectadores, le auguran el futuro que se merece.

 

Un motivo para NO ver la televisión

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