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Periodismo Carbonero

Sara Carbonero se ha colado en “Gran Hermano”, programa de máxima audiencia y mínima decencia. ¿Como concursante? No. ¿Para sustituir a Mercedes Milá? No. ¿Para aconsejar a los prisioneros que usen champú Pantene? Tampoco. Sara Carbonero ha entrado en “Gran Hermano” desde el plató de informativos, y sin perder un ápice de su prestigio como periodista, puesto que lo ha hecho para comunicar a los participantes en el reality una gran noticia: “Hace cuatro años, toda España vibró cuando nuestra selección se proclamaba, por segunda vez en su historia, campeona de Europa de fútbol. Esta semana, sentiréis la misma emoción que la roja porque vais a ser los protagonistas de la Eurocopa GH 2012+1, la primera disputada sobre un futbolín humano… ¡Chicos, suerte y a por ellos!”.

¿Un futbolín humano? Algún purista podría pensar que se trata de un drama. La crisis del periodismo. ¡Los profesionales hemos quedado para aliñar la telebasura! En lugar de buscar noticias, nos dedicamos a alimentar la telerealidad. Porque, para un periodista, ¿qué puede resultar más amoral y sucio, más degradante y asqueroso, más miserable y ruin, que formar parte de un programa como “Gran Hermano”? Algún lector resabiado podría decir que es aún más repugnante y anti periodístico formar parte de la redacción de un diario que lleva años mintiendo, de manera consciente y para beneficio propio, sobre el mayor atentado terrorista que ha sufrido el país. Pero este es otro tema…

Es difícil pedir coherencia y honradez en un país como el nuestro. Corrupto e incoherente. En la portada de El País dicen que “el Gobierno ha prohibido los pagos en metálico de más de 2.500 euros para combatir el fraude fiscal”. El mismo día, en la portada de El Mundo aseguran que “el personal del Congreso denuncia fichajes de asesores con sueldos de 3.800 euros: los funcionarios recurren ´la ilegalidad` para sustituir asistentes por asesores. El ´apaño` permite 5 asesores por grupo”.

Insisto: es difícil pedir honradez y coherencia cuando no eres ni honrado ni coherente. Ahí tienen a Antonio  Beteta, secretario de Estado de Administraciones Públicas, practicando en su minuto de gloria el viejo juego de insultar a los funcionarios: “tienen que olvidarse del cafelito y de leer el periódico y ser más productivos, dice poco antes de tomarse un cortadito mientras ojea el Marca.

Los periodistas podemos tragar con todo, ya dijo Kapuscinski que los cínicos son perfectos para este oficio (¿o era al revés?), excepto con una cosa: que los funcionarios dejen de leer el periódico. ¿Quién lo leerá entonces? ¿Qué sería de nosotros? De seguir así las cosas, la gran periodista Carbonero tendrá que volver a “Gran Hermano”… pero como concursante.

 

Un motivo para NO ver la televisión

La pulsión de muerte

Autor: Jed Rubenfeld.

Editorial: Anagrama.

Regresan Stratham Younger y Jimmy Litttlemore, los protagonistas de “La interpretación del asesinato”. Sí, el médico discípulo de Freud y el honrado policía neoyorkino, unidos en una nueva aventura que es continuación perfecta de aquella que coincidió con la gira por Estados Unidos del padre del psicoanálisis.

En esta ocasión se enfrentan, una vez superados los sádicos crímenes del primer gran éxito de Rubenfeld, a un misterio de mayor calado, si cabe. “La pulsión de muerte” es una novela policiaca con grandes dosis de intriga política, que recupera todos los ingredientes de aquella excelente novela: una historia violenta y misteriosa, personajes complejos, una minuciosa descripción histórica, un desenlace sorprendente. Todo comienza con un atentado con carro-bomba en Wall Street el 16 de septiembre de 1920. Muertos, heridos, corrupción, venganza, mentiras, conflictos internacionales, oro y radio… y un médico y un policía, Younger y Litttlemore, persiguiendo a unos criminales que nunca son lo que parecen.

La lectura de “La pulsión de muerte” produce el mismo intenso placer que en su día causo “La interpretación de asesinato”. Diversión en estado puro.