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Puto fútbol

En la cadena SER entrevistan a Paco Ibáñez. Me sorprende enormemente que una cadena tan conservadora y pusilánime como para deshacerse del programa “Carne Cruda”, un soplo de aire fresco, sea capaz de invitar al veterano cantautor valenciano, un auténtico punk. El hombre de negro, con permiso de Johnny Cash. A punto de cumplir los 80 años, Ibáñez no decepciona. Se siente de todos los lugares (“España es una palabra que se me queda corta”), llama mediocres y ladrones a los políticos, maldice a los pusilánimes y exige compromiso: “Se llenan los campos de fútbol, es donde se duerme mejor, así las otras cosas no las ves. Puto fútbol por aquí, puto fútbol por allá. Es casi obsceno… El fútbol no es un sarampión, es un cáncer para la humanidad”.

“Despierta el alma dormida”, exige un Paco Ibáñez absolutamente atemporal que sigue confiando en Goytisolo y Celaya, en Góngora y Blas de Otero, en una guitarra y cuatro acordes. Con motivo del premio Premio Principe de Asturias concedido a Quino he escuchado estos días, en diferentes lugares y por medio de distintas voces, que las viñetas de Mafalda siguen siendo tan actuales como hace 40 años. Algo parecido sucede con Paco Ibáñez, con su poesía popular y su espíritu inconformista y gruñón. Lo cual me hizo recordar a Quevedo, poeta del Siglo de Oro que sigue estando hoy tan vigente como antaño. Y es que medio siglo después, don dinero sigue siendo el más poderoso de los caballeros…

Paco Ibáñez es un hombre de otro tiempo. Se lo dice un hipster (ver comentarios de ayer). Y es que en estos tiempos de etiquetas y miserias, de superficialidad e ignorancia, no hay hueco para aquellos que navegan contra la corriente. Cuando escribo estas líneas el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz cita a declarar como imputado a Ángel Acebes, ex secretario general del PP y ex ministro con José María Aznar, en el caso de los papeles de Bárcenas. Sí, el Acebes ministro de Interior que 48 horas después de los atentados del 11-M seguía acusando a ETA. No es la única noticia de la tarde: La Audiencia de Barcelona obliga a Núñez, expresidente azulgrana, a ingresar en prisión por sobornar a inspectores de hacienda.

En el tocadiscos (sí, como tiene que ser), ajeno a estas miserias, suena, como un visionario, como un huracán, el Paco Ibáñez que en 1969 llenó hasta la bandera el Olympia de París: “Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan / decir que somos quien somos, / nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. / Estamos tocando el fondo” (Gabriel Celaya).

P.D.

Pedazo de portada…

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Un motivo para NO ver la televisión

Las cuatro torres.

Autor: Leandro Pérez.

Editorial: Planeta.

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Un post titulado “Puto fútbol” era el lugar perfecto para reseñar esta novela, auténtica crónica negra de un deporte en descomposición: “El fútbol es una máquina de fabricar rumores, una máquina de cotilleos alimentada por todos”. La historia comienza cuando Juan Torca, un tipo duro curtido en mil hazañas bélicas, llega a Madrid en retirada. Vive de las rentas, en un hotel de la Gran Vía desde el que cubre todas sus necesidades: cama, mujer y footing. Un periodo de reflexión, tras un tiempo de conflictos que pretende olvidar, que salta en pedazos cuando aparece un viejo colega llamado Marsé. ¿Podrías encontrar al topo que filtra información a la prensa del vestuario del Real Madrid? Un favor personal que se complica con una primera muerte, con personajes dibujados con bisturí que entran y salen de escena con vaselina, con informes y un maletín, con cuatro torres deslumbrantes, con una trama que se enreda de manera inteligente, xxxxxx, constante.

“Las cuatro torres”, primera novela de mi colega Leandro Pérez, es un thriller con pinceladas literarias y periodísticas. El autor domina ambos terrenos, puesto que además de leer ha trabajado en periódicos y para editoriales, y eso se nota en cada cita, en cada fuente, en la manera de manejar la hemeroteca. Pero cuidado, porque sumergirse en esta obra, imagino que la primera de una larga serie con Torca como protagonista, es un placer no apto para pusilánimes. No siempre es fácil seguir los pasos, en ocasiones a la carrera, del improvisado investigador: “Marsé no era tan sádico como Santa ni tan retorcido como Krauze, ni tan sagaz como Luisito, ni tan alocado como Samu, ni por supuesto tan disciplinado como Ortega o Jaime, tan bruto como Jandro o tan sanguinario como Hernández”.

Esta aventura policíaca ibérica, profundamente madrileña excepto por algunos detalles burgaleses, viene para hacerse un hueco en la cumbre del género, junto a los clásicos de Juan Madrid, de García Pavón o de Vázquez Montalbán. Y es que Juan Torca, como Plinio o Carvalho, está aquí para quedarse.