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El mejor oficio del mundo

El diario El País ha dedicado a lo largo de los últimos días decenas de páginas a la muerte de García Márquez, tantas que podría perecer que el escritor colombiano les pertenecía, que formaba parte de su plantilla o incluso que publicaba en Alfaguara. Un despliegue brutal, aún mayor que el realizado tras el fallecimiento de Adolfo Suárez, en el que hubo espacio para que pudieran escribir desde grandes talentos hasta ilustres pelagatos. Así las cosas, es normal que muchas anécdotas, ideas y reflexiones se hayan repetido en versiones más o menos diferentes. De entre todas ellas destacaría el habitual “García Márquez era muy amigo mio”, clásico vanidoso del lenguaje necrológico, así como aquellos comentarios que resaltaban que Gabo fue, sobre todas las cosas, periodista.

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“El periodismo es el mejor oficio del mundo”, llegó a decir el autor de “Cien años de soledad”. Y así lo recordaba, todo ufano, un Juan Luis Cebrián que trabajó los dos palos. El éramos uña y carne: “Conversamos durante horas… Nos bañamos juntos en aguas cristalinas de Menorca y participé con él en decenas de actos universitarios… Me dejó compartir caminatas, conversaciones, lecturas… Para mí significa, antes que nada, la ausencia de un amigo entrañable, insustituible”. Y el sobre todo periodista: “un maestro del periodismo que lo defendió como género literario”.

¿Hubiera tenido hueco el García Márquez “maestro del periodismo” en la redacción del periódico de Cebrián? No estoy seguro. Recordemos que cuando el empresario presentó a los sindicatos el ERE en El País analizó de esta manera el problema: “El tema más preocupante es que la edad media de la plantilla es de 53 años, lo cual afecta a los perfiles profesionales y al modelo de periódico que queremos hacer”.

Con cincuenta años García Marquez escribía en la revista “Alternativa”, un proyecto periodístico de oposición que lideró durante mucho tiempo. Para el número uno de la misma escribió un texto sobre el bombardeo al Palacio de la Moneda durante el Golpe de Estado en Chile de 1973. Posteriormente escribió reportajes desde Angola, Chile, la ex Unión Soviética… Con 53 años publicó “Crónica de una muerte anunciada”.

Con esa edad García Márquez estaba en la cumbre de su carrera, como escritor y como periodista. Para Cebrián hubiese sido viejo. “Un tema preocupante”, esos 53 años, que hubiese afectado “a los perfiles profesionales y al modelo de periódico que queremos hacer”. Para colmo de males, el colombiano nunca tuvo el perfil digital que Cebrián exige a sus periodistas, incluyendo cuenta activa en Twitter.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Peste & Cólera
Autor: Patrick Deville.
Editorial: Anagrama.

Peste ok

Mi libro favorito de los últimos meses. Comencé a leerlo la mañana del día en que me operaban, y a la hora de entrar en quirófano estaba completamente enganchado. Cuando terminó la operación, aún bajo los efectos de la anestesia, pedí que me dejaran tenerlo esa noche en la UCI. No leí una sola línea, evidentemente, pero un par de veces levanté la cabeza y vi que estaba ahí.

Regalo de mi amigo Pepe, “Peste & Cólera” es una pequeña obra maestra del género biográfico. Narra la vida y milagros de Alexandre Yersin, científico suizo que se sumerge en la escuela de Louis Pasteur para investigar la tuberculosis y la difteria. Culo inquieto, espíritu aventurero, “Yersin es el primer hombre que observa el bacilo de la peste, como Pasteur había sido el primero en observar los de la pebrina del gusano de seda, el carbunco de las ovejas, el cólera de las aves o la rabia de los perros”.

El bacilo de la peste lleva su nombre: Yersinia pestis.

“No es esta una vida de no moverse”, escribe Deville al comienzo de un capítulo. Yersin es un gran viajero, incapaz de permanecer atado al laboratorio parisino. Admira a Livingston y decide recorrer el planeta. Como médico viaja por China y Madagascar. Bombay, Hong Kong, Cantón… Hasta que con veintinueve años, primavera del 40, fondea en Nha Trang, “el ancla de su arca”, a 28 horas de Saigón. Su cuartel general. El lugar donde lleva una vida aislada de investigación, lecturas, experimentos, pruebas, reflexiones… El paraiso donde su talento se despliega en mil aventuras.

Imprescindible.

Telemadrid, el lado oscuro

El próximo domingo día doce se cumple un año del despido de 861 trabajadores de Telemadrid, el 70% de la plantilla. Desde entonces, la cadena autonómica madrileña no ha hecho sino perder audiencia y credibilidad. La respuesta de los telespectadores al ERE ha sido demoledora: En 2013 Telemadrid perdió 1,5 puntos de audiencia con respeto al 2012, bajando del 5,3% de share a apenas un 3,8%. Es decir, que la tele de los madrileños tiene en estos momentos la mitad de audiencia que la media del resto de televisiones autonómicas, que cerraron el año 2013 con un 8,7%. No olvidemos un dato fundamental: cuando Esperanza Aguirre llegó al Gobierno madrileño la audiencia de la cadena era del 17,1%.

Telemadrid se ha convertido en una cadena sin calidad, construida con material audiovisual de saldo. Telemadrid es una cadena sin credibilidad, con los informativos al servicio de los políticos que controlan la comunidad madrileña. Telemadrid es una cadena ruinosa, sin futuro, sin espectadores. Es el lado oscuro de la televisión en España.

La actual Telemadrid ha sido construida a imagen y semejanza de Esperanza Aguirre, una gestora capaz de gastar 376.000 euros públicos en cambiar los nombres de tres hospitales antes de su inauguración.

Se habla del cierre inminente de Telemadrid. El actual presidente de la Comunidad, Ignacio González, pone voz de matón, más, cuando amenaza con llevar a negro la cadena: “No tendré otra alternativa que cerrar Telemadrid si los sindicatos la hacen inviable”. ¿Acaso los sindicatos son responsables de la programación de la cadena? ¿Quizá los sindicatos gestionan sus gastos, su deuda, su plantilla? ¿Fueron los sindicatos quienes pusieron a los directivos que manejan la cadena, carne de PP, con sueldos superiores incluso a los del presidente del Gobierno?

Telemadrid fue una vez ejemplo perfecto de lo que debía ser una televisión autonómica. Ahora es perfecto ejemplo de cómo se las gasta el PP con lo público: lo utiliza, lo agosta y lo aniquila. El domingo 12 de enero, a las doce de la mañana, tendrá lugar una manifestación en Plaza de la Villa-Puerta del Sol (Madrid) por una televisión pública, plural e independiente.

P.D.

Imprescindible el informe publicado por Mongolia en su último número, en la sección Reality News (a partir de aquí, si se ríe es cosa suya): “El actual director de Telemadrid, José Antonio Sánchez, era el director general de RTVE al final de aznarato (2002-2004) y pilotó los desesperados esfuerzos para conectar el 11-M con ETA”. Manipuladores, malos gestores y, además, arrogantes y soberbios. El perfil de los saqueadores de la televisión pública madrileña. El lado oscuro.

 

Un motivo para NO ver la televisión

En la orilla

Autor: Rafael Chirbes.

Editorial: Anagrama.

“Todo se fue por los desagües, por los fregaderos, por los retretes, por el agujero de los coños apenas en flor y ya encallecidos de tanto frotar”. Rafael Chirbes habla de la crisis, de los posos del pelotazo, de los esqueletos de empresarios, constructores y políticos que ha dejado el tsunami. “Así pasó el tiempo que te fue concedido en la tierra, amigo promotor. Así lo pasé también yo. Ahora nos toca vivir la vida que llega después de la vida”.

“En la orilla” es la crónica de la decadencia de un hombre, un carpintero, que vivió los años de la codicia en el Levante español. Derrotado, nos cuenta cómo sus colegas se pierden por los sumideros de un sistema exhausto. La gallina de los huevos de oro ha muerto, y los días de gloria han terminado. Desaparecieron los billetes de 500 euros. Y se acabaron los arroces con bogavante, los Mercedes y los yates, las putas y la coca, los “hectólitros de vino de la ribera y whisky de no sé cual de la turberas escocesas”.

Chirbes escribe con un ritmo endemoniado, que agarra al lector por las solapas y le zarandea de manera inmisericorde. Párrafos largos, enormes, agotadores, que dejan sin aliento, con un nudo en la garganta y las tripas en la boca. Chirbes nos cuenta lo que hemos vivido, lo que hemos sufrido, aquello que nos ha llevado a donde estamos: un país miserable, materialista, inculto. Listo para el derribo

La construcción es la base de la novela. La construcción desproporcionada, tramposa, ilegal, inviable. Un ladrillo que ha convertido todo en  escombros, y que ha transformado a los triunfadores en perdedores, arrastrando todo en su caída. Las personas, las empresas, las Cajas de ahorro, los sueños, el futuro. “Es visible el nuevo orden, arriba y abajo bien claros: unos cargan orgullosos con las repletas bolsas de la compra y saludan sonrientes y se paran a charlar con la vecina a las puertas del centro comercial, otros registran los contenedores en los que los empleados del supermercado han tirado las bandejas de carne pasadas de fecha, las frutas y verduras maceradas, la bollería industrial caducada”.

“En la orilla” es un bofetón en toda la cara. La historia de la derrota de un país, de una política económica y social, a través de las reflexiones de un hombre que perdió ganando, que es víctima y verdugo, que resulta engullido por un sistema que no hace prisioneros. No se me ocurre un libro español más recomendable en estos momentos de mierda.

Espionaje

“Sabes que siempre te espío / que te vigilo de cerca porque desconfío”. Las Chinas, 1982.

“Se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las postales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial”. Constitución Española, artículo 18.3.

He recobrado la fe en la política. Como lo oye. Y ha sido gracias a todo este follón del espionaje. Yo era de los que creía que al Gobierno los ciudadanos le importábamos una mierda. Es decir, que eran una pandilla de vividores ególatras y mezquinos que solo buscaban el poder y la pasta, e ignoraban la voz del pueblo. Pues bien: me equivocaba. El Gobierno nos escucha. Sí. A los ciudadanos. Bien cierto que no es nuestro Gobierno, sino el de Estados Unidos, pero por algo se empieza…

El Mundo ha informado esta semana de que la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA) “espió 60 millones de llamadas telefónicas de España en un solo mes”. ¿60 millones de llamadas telefónicas? ¿En España? ¿En un mes? Sinceramente, lo interesante de toda esta trama no es el debate entre seguridad y privacidad, o si el CNI facilitó este espionaje masivo de EEUU a España, o si la legalidad y los derechos de los ciudadanos han sido violados. Lo interesante es cómo coño se puede sacar algo en claro de 60 millones de llamadas realizadas en España en un solo mes.

Si usted ha viajado en avión, por ejemplo, sabe a qué me refiero: “Mari, ya hemos embarcado. Bien, todo bien, ya te llamo y te cuento”. “Mari, estamos despegando, te dejo que tengo que apagar el móvil. Un beso guapa”. “Mari, estamos en el aire, volando, ¿Qué tenemos de comer? Con chorizo y todo, qué bien. Gracias cari. Cuando llegue te llamo”. “Mari, acabamos de aterrizar, recojo la maleta y voy palla. Pon la fabada a calentar que en un rato estoy en casa”. ¿Imagina usted a un espía especializado en la obtención de datos o información confidencial, sentado en una cabina de la NSA en Washington, con los cascos puestos, tratando de analizar esta ristra de llamadas realizadas en los 55 minutos de un puente aéreo por un distribuidor de sartenes de teflón natural de Móstoles?

Desde que se conoció el espinoso asunto del espionaje de la NSA Rajoy ha estado en un sinvivir. ¿Por si se encuentra en la lista de líderes espiados? No, por si no se encuentra. Por si el amo norteamericano le considera tan insignificante, tan fiel y dócil, como para no tener ni que pincharle el teléfono. No ser espiado sería un soberano desprecio.

Pero me temo que en España no hay nada que espiar, salvo cuatro cotilleos de maruja entre la líder del PP catalán y la expareja de un hijo de Jordi Pujol, porque todo el país es una farsa. Somos un estado títere comandado por unos monigotes tan incompetentes como corruptos. Nadie puede considerar a estos peleles como aliados. Son simples mequetrefes, caricaturas de verdaderos estadistas, espantajos sin importancia alguna cuando se habla de política internacional. Huecos hasta en sus secretos.

P.D.

¡Feliz Halloween!

 

Un motivo para NO ver la televisión

Operación Dulce.

Autor: Ian McEwan.

Editorial: Anagrama.

No he terminado aún “Operación Dulce”, pero no puedo resistir la tentación de recomendarlo en un post como el de hoy, dedicado al espionaje. El escritor británico Ian McEwan cuenta en esta su última novela la historia de Serena, una estudiante que es reclutada por el servicio de seguridad inglés (MI5) para llevar a cabo una extraña misión: poner en marcha una fundación que ayude a novelistas con talento. Como cabría esperar, Serena se enamora de uno de estos escritores noveles. La trama se complica, y el libro comienza a girar alrededor de un sinfín de enredos.

Porque de eso trata el libro, de los detalles del proceso literario, de la necesidad de pecar y redimirse, del amor y la traición, de esos pequeños detalles que McEwan sabe ver y describir como nadie: “había algo que desde entonces he advertido con el paso de los años: la cordillera que separa al hombre vestido del hombre desnudo. Dos hombres en un solo pasaporte”.

“Operación Dulce” es una novela amplia, atrevida e ingeniosa que juega con la realidad y con la investigación, con la ironía y la sorpresa, con la literatura y con la enorme capacidad del autor para analizar los sentimientos y la racionalidad, los recovecos de la naturaleza humana. Mucho, muchísimo más que una novela de espías.

Manolo

“Viva el vino y las mujeres
y las rosas que calientan nuestro sol.
Viva el vino y las mujeres
que por algo son regalos del señor.
Y vivan!
los cuatro puntos cardinales de mi patria 
que forman nuestra bandera
y el escudo de mi España”.

Manolo Escobar.

Ahí tienen a Manolo Escobar, abriendo a todo trapo diarios del prestigio y la categoría de El Mundo, ABC o La Razón el mismo día en que se producía una huelga de alumnos, profesores y padres contra la llamada “Ley Wert”. Para estos medios de comunicación, la muerte del intérprete de copla y canción española responsable de temas tan bellos como “Mi carro”, “Madrecita María del Carmen”, “Cocidito madrileño” o “Me gusta mi novia”, es más importante y reseñable que un movimiento ciudadano masivo (83% de seguimiento entre el profesorado de la escuela pública, un 91% en la Universidad y un 35% en la enseñanza concertada según los sindicatos) que lucha por evitar la destrucción de la educación pública. Normal.

“Si América tenía a Sinatra, España tenía a Manolo”, decían en un “España Directo” (La 1 de TVE) dedicado de manera monográfica… ¿al seguimiento de la huelga? No, a la muerte del cantante.  “Con Manolo Escobar desaparece un símbolo de la música española, una referencia fundamental”, ha dicho el ministro de Educación José Ignacio Wert. Su colega María Dolores de Cospedal, presidenta de Castilla-La Mancha y secretaria general del PP, ha ido más lejos: “Fue un emblema para nuestro país, difundió la Marca España”.

¿La Marca España? Esta es la clave del asunto. Lo que nuestro Gobierno entiende por esa estúpida etiqueta, por Marca España, por las cosas que nos definen y nos engrandecen como país, por aquello a conservar y proteger. Ese “No me gusta que en los toros te pongas la minifalda”, que debería doler como una patada en los testículos, es todo un himno nacionalista, la banda sonora de una España patética que está viviendo una segunda juventud. Y es que murió Manolo, pero tenemos las bellas melodías de Wert y Marhuenda, de Cospedal y Bárcenas, de Pedro J y Mariano Rajoy“Hay lugar para el optimismo porque España tiene españoles”, sentenció el presidente del Gobierno en la presentación de sus memorias (“En confianza”, Planeta).

 

Un motivo para NO ver la televisión

14

Autor: Jean Echanoz.

Editorial: Anagrama.

Una reseña breve para un libro corto, apenas 98 páginas, que derrocha sencillez, armonía y equilibrio. Echanoz, uno de los grandes de la literatura francesa, resume la I Guerra Mundial de manera tan sorprendente como magistral: siguiendo las vidas de cuatro amigos en el campo de batalla. Nada de escudriñar problemas políticos internacionales. Olvide análisis bélicos, descripciones de batallas o movimientos estratégicos. En “14” lo importante son las personas, sus conflictos individuales, sus ganas de sobrevivir, sus miedos e incomprensiones, sus ternuras y silencios.

Solo unos días después de disfrutar de “Hijos del Tercer Reich”, una magnífica serie de tres capítulos que en breve emitirá TVE, he podido disfrutar de “14” como de una continuación literaria de la ficción televisiva. Son dos historia de guerra, odio y desolación en las que lo importante son las personas.