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Sábado por la noche y domingo por la mañana.

Un motivo para NO ver la televisión.

Sábado por la noche y domingo por la mañana.

Autor: Alan Sillitoe.

Editorial: Impedimenta.

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“Monumento de la literatura obrera inglesa y piedra de toque del movimiento de los jóvenes airados británicos”, dice la promoción de la editorial a modo de resumen de este libro, la primera gran obra del escritor de Nothingham Alan Sillitoe. Y dice bien: Este es un texto despiadado sobre las penurias de un trabajador que se deja media vida en una fábrica y la otra media en la barra de un pub. En los pocos ratos libres que le dejan estas dos tareas visita las camas de mujeres casadas, terminando así de complicar una existencia que en demasiadas ocasiones acaba a puñetazos.

“Te embuten en un uniforme militar a los dieciocho y cuando te dejan salir te meten en una fábrica a que sudes la gota gorda, a que te pases la vida intentando conseguir una pinta más, a que te tires a todas las mujeres que puedas los fines de semana y a que tengas que memorizar la lista de los maridos con turno de noche. Lo que importa es que trabajes hasta que tengas las tripas hechas un asco y la espalda dolorida. Y tu única compensación será un poco más de pasta que te permita volver a la fábrica todos los lunes por la mañana. 

En fin, que esta es la buena vida, a decir verdad. Eso si no flaqueas, y si no te olvidas de que el ancho mundo te ignora, te ignora olímpicamente”.

Sillitoe sabe de qué habla cuando escribe de obreros, de horarios de fábrica, de pintas de cerveza y de peleas de callejón. También cuando lo hace de amores toscos, de besos robados, de ferias de pueblo y de embarazos no deseados. “Sábado por la noche y domingo por la mañana” describe de manera precisa la vida de Arthur, un joven que trabaja fabricando bicicletas, colecciona ropa cara, se acuesta con las mujeres de compañeros y bebe como un camello. No existe el futuro más allá de la siguiente pinta. O eso parece. Porque un día aparece la chica correcta. Es duro ser un trabajador en la Inglaterra de mediados del siglo XX… pero más duro es un corazón solitario.

“¿Quién soy?, se pregunta. Soy un poste de un metro ochenta de alto que se muere por una pinta de cerveza. Eso es lo que soy. Y si algún cabrón sabihondo dice que eso es lo que soy, entonces seré un traficante de dinamita, un vendedor de fusiles Sten, un comerciante de tanques de cien toneladas, un tornero esperando hacer volar al ejercito entero y mandarlo al quinto carajo. ¡Soy yo y nadie más que yo, y lo que la gente piense o diga que soy , eso es lo que no soy, porque no saben una mierda sobre mi!”.