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El óxido nunca duerme

Tenemos que hacer un regalo a un amigo que cumple años, y alguien propone un tocadiscos. “De los antiguos, que se vuelven a hacer”, dice. “Y los discos no son problema: todo el mundo guarda sus viejos vinilos”. En la revista de rock and roll titulan “Rescata tu walkman”, y recuerdan que Sony anuncia un nuevo modelo de casete con 180 terabytes de memoria, el equivalente a 60 millones de canciones. En Estados Unidos celebran desde hace tres años el Cassette Store Day, y aseguran que solo en ese país se venden cada año 25 millones de unidades. Mundo viejuno.

Le cuento todo esto porque acabo de ver “A mi manera”, el nuevo programa de La Sexta, y siento que me estoy fosilizando. “A mi manera” es un programa de música, sin niños prodigio, famosetes imitando a Madonna o supuestos talentos horteras por descubrir, lo que está muy bien: hay que tener dos pelotas para emitir en prime time un programa de música sin niños prodigio, famosetes imitando a Madonna o supuestos talentos horteras por descubrir. “A mi manera” es un singstar relajado, un formato original en el que los músicos participantes en lugar de competir hacen versiones de sus propias canciones.

En La Sexta han reunido en una estupenda casa playera a siete artistas de diferentes registros y amplias trayectorias: Antonio Carmona, Nacho García Vega, Manolo Tena, David DeMaría, Marta Sánchez, Sole Giménez y Mikel Erentxun. Se supone que conviven, se entrevistan unos a otros, cuentan sus anécdotas y hacen música: cada semana uno de ellos es el protagonista, y el resto hace versiones de sus temas más conocidos en riguroso directo, con una banda del programa. Comenzaron con Mikel Erentxun. Y ahí surgieron las primeras dudas…

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El ex miembro de Duncan Dhu hace tiempo dejo de interesarme, si es que me interesó algún día. Cuando le escucho hablar de su adicción a las chupas de cuero, “es enfermizo”, o al precio de las botas que lleva (“500 euros, porque la suela es la original”), siento vergüenza ajena. Me interesa aquello que me ocultan: el proceso de selección de las canciones, cómo se adaptan a cada cantante, la banda en los ensayos… La música. Cuando escucho a Marta Sánchez cantando una canción de Erentxun de manera melodramática, pero sin el más mínimo feeling, me pregunto qué estoy haciendo delante de la tele.

La respuesta es sencilla: alimentando mi nostalgia, ese monstruo pervertido que llevamos en las entrañas y nos obliga a mirar por el retrovisor mucho más de lo que debiéramos. “Solitario y profundamente afligido está / Quien con ardor y piadosamente ama el pasado”, escribió el alemán Novalis. Solo hay nostalgia, quizá aliñada con algo de morbo, cuando veo y escucho a Manolo Tena y Nacho García Vega, tipos que en su día me interesaron y a los que perdí la pista hace tiempo. Han sobrevivido, como yo mismo. Y me alegro por ellos, pero no es suficiente: prefiero mirar para adelante.

Apago la televisión con una incómoda sensación de enmohecimiento. Busco en el iPhone a Neil Young y subo el volumen a tope: “Es mejor quemarse / Que irse oxidando”.

Un motivo para NO ver la televisión

Buford Pope.

cd: The Poem and the Rose.

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Buford Pope es Mikael Liljeborg, un tipo que muy bien podía haber nacido en Nashville, pero que lo hizo en una isla sueca del mar Báltico. A los 15 años descubrió a Bob Dylan, y ya nada fue igual: “Me impresionó su actitud, cantaba como nadie lo había hecho nunca”. A Dylan le siguieron Neil Young, Tom Petty, Jackson Brown, Robert Johnson y Bruce Springsteen. Y después de escuchar la gran canción que abre su sexto disco, y le da título, yo añadiría a la lista a Gram Parsons. Suena nostálgico, de acuerdo, pero también eterno.