“En casa, delante de la televisión, seguro que no hay futuro”, decía Edu, indignado de 49 años, en la concentración del pasado sábado en la plaza de Catalunya de Barcelona. Poco después Edu y sus colegas fueron físicamente desalojados. Pero volvieron al día siguiente, y al otro, y continuaron exigiendo justicia y luchando por sus derechos.
La revolución no será televisada. Tenía razón Gil Scott-Heron, y tiene razón Edu: la televisión es una gota malaya que nos desaloja intelectualmente, un monstruo que nos aletarga, que nos deja sin criterio, que nos convierte en seres conformistas, superficiales e irreflexivos. La televisión es exactamente lo contrario al 15M, una invitación al pensamiento crítico, a las pequeñas revoluciones, a la solidaridad y la lucha.
Por eso resulta divertido ver cómo a muchos periodistas se les llena la boca de teatral indignación cuando hablan del 15M. Algunos, que ni siquiera se manifestaron junto a sus compañeros cuando cerraron la cadena de televisión en que trabajaban, hoy defienden la seriedad del movimiento ciudadano desde sus nuevos púlpitos. Otros lo hacen mientras preparan ERES sanguinarios que garanticen su supervivencia personal. Otros maldicen el sistema mientras intentan aplicar liquidaciones de 20 días por año a sus ya ex compañeros. Creen que la cosa no va con ellos, que no forman parte del sistema corrupto, que son indignados VIP, pero están confundidos: son parte del problema. Un periodista no ya deshonesto, que los tenemos a montones, sino simplemente conformista y dócil, puede ser tan dañino para la sociedad como un político inepto, un juez corrupto o un banquero podrido.
El 15M nos está quitando las telarañas. Y el periodismo no debería quedar al margen de la limpieza. Ampliemos los lemas indignados: “Democracia real ¡YA! No somos mercancía en manos de políticos, banqueros… y medios de comunicación”, “Periodismo real ¡YA!”, “Le llaman información, y es propaganda”…