Sangre sabia

Si mira la fotografía de portada de El País, diario monárquico de izquierdas, del pasado miércoles, verá a una reina. Que se dice pronto. La señora de la imagen trasmite una serenidad, una sabiduría, una elegancia y una grandeza solo al alcance de las grandes estirpes de monarcas. ¿No es cierto? Una raza especial, un linaje único, los elegidos. Nadie se atrevería a imaginar que esa mujer de mirada divina, rígido semblante y enorme abolengo un día fue humana, como usted y como yo, e incluso pisó un excremento de perro en la calle Leganitos. Y fue periodista, como un servidor, y trabajó en una redacción rodeada de plebeyos dicharacheros, vulgares ciudadanos que la trataban de tú. Es difícil pensar que esa señora de porte sublime, barbilla elevada, nariz y mirada regias, un día fue una ciudadana de a pie, bebió cerveza directamente de la lata, se fumo un piti, se puso un DIU, se zampó un grasiento bocata de calamares, soltó un “¡Será hijo de la gran puta!”, se rascó el ojete y hasta se tiró un sonoro pedo trompetero. Nadie lo diría, ¿verdad?

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La sangre es sabia. Y la de Letizia, más. Si usted creía que los reyes eran especiales, lo mejor de la raza humana, los intocables del primer mundo, seres exclusivos de otra galaxia, elegidos para la gloria, estaba usted muy equivocado. Las mutaciones son posibles, las metamorfosis se producen. Una transformación inversa se pudo ver en Shrek, con la princesa Fiona transformada en ogro mediante un hechizo. Es decir, que incluso usted podría ser, si se diesen las circunstancias adecuadas, rey o reina.

La sangre azul, las cosas de que se entera uno, no es un don hereditario. Es un tinte. Cuestión mental: si te crees reina, poco a poco los eritrocitos y los leucocitos, y demás componentes sanguíneos, se pigmentan del tono primario de las nubes, el mar y la camiseta de la selección italiana (azzurra). Si uno lo desea con todas sus fuerzas, y cuenta con el apoyo del rancio abolengo y la gran alcurnia, la vulgar ciudadana puede dejar de serlo y convertirse en reina. La columna vertebral se estira, como a Michael Jackson en el vídeo de Thriller, la plebeya grasa desaparece del cuerpo, la mirada se torna fría, de azor, el pellejo se estira como un tambor, y la forma de pensar, de hablar, de expresarse, se engrandece: en el caparazón de una vulgar presentadora de telediarios se escondía toda una reina.

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Un motivo para NO ver la televisión

Cuadernos rusos (La guerra olvidada del Cáucaso).
Autor: Igort.
Editorial: Salamandra.

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Todo comienza con el asesinato, el 7 de octubre de 2006, de la periodista de 48 años Anna Politkòvskaya. La dispararon en el ascensor de su casa en Moscú. El autor de esta novela gráfica visita el edificio, entra en el ascensor, sube hasta el piso de Anna, porque quiere ver con sus propios ojos el lugar del crimen, recordar el día en que “quedó desenmascarada la verdadera naturaleza de una dictadura disfrazada de democracia”.

Democradura. Así llama al régimen de la Gran Madre Rusia Igort, autor de obras tan conocidas como la serie “Baobab”, “Sinatra”, “Casino” o “Fast Waller”, esta última con textos de Carlos Sampayo. El dibujante ha pasado casi dos años entre Ucrania, Rusia y Siberia “con el propósito de comprender y recabar información” para esta obra. Un cómic, un trabajo periodístico, y un relato estremecedor sobre las mentiras de un Gobierno y la tragedia del pueblo checheno.

Periodismo dibujado. Eso son estos “Cuadernos rusos”, un viaje por el lado oscuro de una democracia disfrazada, con tragedias tan brutales como el asedio y asalto al Teatro Dubrovka en 2002 o la matanza de la escuela de Beslán en 2006. Muchas preguntas sin contestar, una gran periodista asesinada y un libro estremecedor.

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24 horas en la vida de Paquirrín

Telecinco emitió anoche, en prime time, un programa especial. Tratándose de la cadena que es, ya puede usted imaginar que no se trataba de un análisis sobre el jazz que se escuchará en los festivales de verano, de un reportaje sobre la situación en Gaza, o de un perfil de la recientemente fallecida escritora sudafricana Nadine Gordimer. Telecinco ofreció anoche a su selecto público un documental, así lo llaman, que abordó los aspectos más destacados de la vida, tanto personal como profesional, de ese cacho de carne con ojos llamado Kiko Rivera. Jordi González moderó un debate sobre el personaje en cuestión, durante la emisión del supuesto documental, vilmente troceado, con colaboradores de los más apestosos pelajes. De diez de la noche a dos menos diez de la madrugada. 230 minutos de telebasura.

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Si usted es aficionado a los documentales de bonobos de La 2, es posible que sienta curiosidad por ver el especial sobre la vida y milagros del hijo de la Pantoja. Si no está interesado en la etología de los primates ya es más difícil que husmee en la web de Telecino buscando esa joya audiovisual. No tiene ninguna necesidad, yo se lo puedo resumir: Paquirrín, pese a que canta como un gato y pincha como la jeringa de un yonqui ciego, es un artista. No es un vago. Es DJ. Tiene 3o años. Viven en un chalet de 300 metros cuadrados, y tiene un deportivo Audi de 120.000 euros. Lo que no impide que sea un tío sensible y cariñoso. ¿Cómo te gustan las mujeres, Kiko? “Por lo menos que tengan dos piernas”, dice antes de mostrar su lado más humano: “¿Pero quién no ha estado con una mujer fea o con un hombre feo, la guapura hoy en día es muy relativa… A las feas no las sacas a cenar”.

Un día en la vida de Paquirrín es una prueba de fuego para cualquier crítico de televisión. Y de música. Mucho más de lo que un telespectador en su sano juicio pueda soportar. Es lo más cerca que se puede estar de la tortura sin estar incluido en un informe de Amnistía Internacional. Es el esperpento y la burla, la payasada y el disparate, lo grotesco y lo patético. Es la unión de dos energías negativas, la de una cadena repugnante y la de un espantajo humano, con fines crematísticos. Es la televisión más cutre que puedo imaginar, basada en la explotación de un ser humano tan deplorable como desdichado condenado, me temo, al desastre.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Bajo cielos inmensos.
Autor: A.B. Guthrie, Jr.
Editorial: Valdemar.

Bajo cielos

Estamos ante un libro perfecto para estos días veraniegos. Sobre todo para todos aquellos que amamos los grandes espacios abiertos… y odiamos las playas. Olvide las pegajosas cremas solares, las arenillas insoportables y los chiringuitos apestosos. “Bajo cielos inmensos” le transportará a las grandes, frías y salvajes montañas del oeste norteamericano, la tierra por la que vagabundean los mountain man en busca de pieles, de caza y de la libertad más absoluta.

“Esta es la mejor forma de vida, libre y sin preocupaciones, con todo el tiempo para uno mismo y sin nadie que le dijera NO. Uno llega a sentir que forma parte de su propia familia, la tierra, el cielo, los búfalos, los castores y la luna amarilla de la noche. Es mejor que estar confinado entre las cuatro paredes de una casa, mejor que respirar aire corrompido y sentirse enjaulado como una alimaña, mejor que correr tras la ley o tener que correr delante de ella y cumplir las reglas todo el tiempo hasta que uno llegaba a dudar si podía quitarse sus calzones sin tener que pedirle permiso a nadie”. La mayor preocupación, quizá la única, de estos cazadores-tramperos era conservar la cabellera día tras día.

“Bajo cielos inmensos” es el nuevo clásico que edita Valdemar dentro de su colección Frontera, dedicada al viejo oeste. Protagonizado por Boone Caudill, un muchacho de Kentucky que escapa de las miserias y de las palizas de su padre, y parte en busca de su tío Zeb, un cazador que ha vivido mil aventuras en las regiones más remotas. Tras una primera parte algo más floja, en la que nuestro protagonista se embarca en una barcaza por la que remonta en Missouri en busca de tierras vírgenes, llega al refugio de los pies negros. Es en la página 151 cuando desembarcan, y quedan otras 350 absolutamente inolvidables. Peleas con los indios, robo de caballos, cacerías de castores y bisontes, borracheras con matarratas, una india llamada Ojos de Cerceta, un soñador y divertido compañero llamado Jim Deakins, y decenas de personajes duros, violentos, excelentemente dibujados, totalmente asilvestrados… “¿Podría acostumbrarse a vivir entre personas con las que uno no se atrevía a peerse sin mirar antes a su alrededor?”. Simplemente grande.

 

Intelectuales

Medio centenar de intelectuales ha firmado un manifiesto en el que reclaman a Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno, mano dura contra el nacionalismo catalán y que no negocie nada con Artur Mas, el presidente de la Generalitat. Entre los intelectuales que suscriben el manifiesto está, no quiero risas, Joaquín Leguina.

¿Qué cojones es un intelectual? Se preguntará muy posiblemente usted en estas circunstancias. Pues ahí lo tiene: un individuo capaz de negar el poder del diálogo.

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Los intelectuales que se han reunido alrededor de Leguina, la flor y nata de la intelectualidad española, han presentado un texto al Congreso de los diputados en el que consideran que la posible reunión entre Rajoy y Mas es “la derrota de la democracia española”. Grandes intelectuales, es decir, individuos que se dedican al estudio y la reflexión crítica sobre la realidad, y comunican sus ideas con la pretensión de influir en ella, consideran que evitar la negociación con Cataluña es “la primera obligación de los partidos políticos”. Por delante de otros problemas, imagino, como la corrupción, el desempleo o la desnutrición infantil.

Y es que cuando los intelectuales de esta calaña creen que “España es hoy una nación adormecida en cuyas élites prevalecen el tacticismo y la resignación”, sin duda se refieren a las élites que conocemos, corruptas e insaciables. Son intelectuales miembros de esas élites, de hecho, a años luz de la realidad y el pulso de las calles. También de las calles catalanas.

Intelectuales como estos dan sentido al independentismo. Como sucede con las campañas en contra de Podemos organizadas por PP y PSOE, el efecto es el contrario al buscado: alimentan el sentimiento que critican.

Y hablando de intelectuales, de sentimientos encontrados y del partido de Pablo IglesiasPedro Sánchez, nuevo secretario general socialista: “Podemos llevaría a España a la Gran Depresión de 1929″.

 

Un motivo para NO ver la televisión

Crosby, Stills, Nash & Young

Cd: CSNY 1974.

CSN&Y

Cuidado: estamos ante un artefacto de comercialización masiva. Un engendro concebido para vender, para rentabilizar el pasado, para sacarle cuartos a los nostálgicos. Un mastodonte discográfico con 40 temas inéditos, grabados hace 40 años, que se presentan en una caja deluxe que incluye 3CDs + DVD, un libreto de 188 páginas con fotos inéditas y un DVD con imágenes de la gira que David Crosby, Stephen Stills, Graham Nash y Neil Young realizaron en 1974.

Treinta y un conciertos en 24 ciudades, con más de un millón de asistentes, en el momento más caliente de una de las super bandas acústicas del folk rock norteamericano. ¿Prejuicios ante semejante disco? Todos. Pero se disuelven como un azucarillo en el café nada más escuchar “Helpless”, “Wooden Ships”, “Teach Your Children” o cualquiera de los temas inéditos de Neil Young. Grandes.

Sexo chungo

Mientras el populacho alcanzaba el nirvana viendo la final del Campeonato del Mundo de fútbol, las élites culturales del país continuaban su proceso de formación intelectual con uno de esos programas de televisión solo aptos para paladares finos. Una delicatessen de Cuatro para estetas audiovisuales, para telespectadores con una sólida formación académica: ¿Estamos viviendo una nueva era caracterizada por la hipersexualización? ¿Existen intereses ocultos detrás del negocio del sexo? Y es que Iker Jiménez dedicó su último programa a, no se lo pierda, “La conspiración del sexo”.

Ya Siniestro Total, la banda de rock and roll más grande de este país, se atrevió a tratar con rigor y seriedad el tema del sexo chungo. Y lo hizo allá por el comienzo de los 80, mucho antes de que Jiménez y su parejita se convirtieran en líderes de la televisión majadera y trolera…

Tengo un problema entre las piernas
que a todas las tías las pone muy tiernas
y es que es enorme y monstruoso
tengo que ir a hablar con Jiménez del Oso

El director y presentador de Cuarto Milenio hubiese matado por poder dar a su reportaje “La conspiración del sexo” un enfoque sobre la hipersexualización tan profesional y periodístico como hacen Siniestro en “Sexo Chungo”, su clásico moderno. Canción en la que ya se advertía, como hizo ayer Iker, del embrutecimiento de nuestra sociedad a través del sexo. Y en la que los gallegos nombran, en un alarde de erudición, al gran Jiménez del Oso, pionero en asuntos relacionados con la parapsicología y la patraña.

Viendo el programa de Iker no pude por menos que recordar, con enorme nostalgia, el tema central de aquella entrevista que disfruté, durante una noche de insomnio, en un viaje por Estados Unidos: “Yo mantuve relaciones sexuales con un extraterrestre. Y estoy aquí para contarlo”. ¿Imagina a Iker y parienta entrevistando a una humana que se hubiese beneficiado a un marciano? La cumbre del actual modelo audiovisual, del entretenimiento de calidad, de la televisión como servicio público. Lo hubiese tenido difícil Iker, porque semejante fenómeno mediático se lo hubiesen disputado las mejores cadenas, los programas más grandes. Desde “Mujeres, alienígenas y viceversa” a “Sálvame OVNI”. “¿Los extraterrestres tienen alma? ¿Y cómo la tienen de grande? ¿Pillan ladillas pese a no tener pelambre?”, se hubiese preguntado Mariló Montero desde la tele pública.

Minucias. Ayer comenzó la segunda temporada de “Master of Sex” (Canal +).  Una nueva dosis de las investigaciones en torno a la sexualidad del ginecólogo William Masters y la sexóloga Virginia Johnson, toda una revolución en la norteamérica de los años 60. Estos expertos yankees exploraron de manera perspicaz el sexo observando durante más de 40 años a cientos de hombres y mujeres, todos terrestres, en sus momentos más íntimos. El mayor experimento sexual de la historia, tórridas guarrerías avaladas por el prestigioso canal de pago Showtime. Sexo cool.

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Un motivo para NO ver la televisión

Texas Cowboys
Autores: Trondheim y Bonhomme.
Editorial: Norma.

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Lewis Trondheim, responsable de La Mazmorra, y Matthieu Bonhomme, dibujante de El marqués de Anaon, firman un western de corte clásico, sin concesiones, con todos los ingredientes que necesita una gran historia del viejo Oeste: vaqueros, indios, tahures, pistoleros, persecuciones a caballo, linchamientos y hasta serpientes de cascabel. Nada le falta a este Texas Cowboys dividido en capítulos, como una publicación por entregas, que va y viene en el tiempo hasta cerrar la historia con maestría.

Harvey Drinkwater es un periodista de medio pelo de un periódico de Boston. Su jefe le envía a Hell´s Half Acre, en Fort Worth, el trasero de Texas, en busca “de material sensacionalista. Nuestros lectores adoran las matanzas entre campesinos”. Drinkwater coge el tren, llega al infierno, y se encuentra con lo que le prometió su director: “los peores paletos del oeste reunidos en un espacio del tamaño del culo de una mosca”. Se cambia de nombre, entabla amistad con el desdentado Ivy, olvida su profesión y poco a poco se transforma en un vaquero: aprende a montar, a beber matarratas, a disparar… incluso pasa a formar parte de una banda de forajidos.

Bonitos dibujos, un ritmo endiablado, un respeto enorme por el género y unas historias que se cruzan con milimétrica precisión alrededor de nuestro protagonista hacen que este cómic resulte imprescindible para los amantes del western.

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