Tribunal de Cuentas

Y aquí, os sigo dando la murga, haberse quedao callaos…
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Los minutos siguientes (o tal vez horas, no podría decirlo), los pasó a caballo entre el ensimismamiento reflexivo y la acción atropellada, aunque, a decir verdad, cuanto más se prolongaba lo primero, más se reducía lo segundo.
En este tiempo aprendió muchas cosas, pero ninguna le dejó satisfecho.
Aprendió a pensar antes de actuar, a tener paciencia y a hacer las cosas de manera sosegada, por muy frustrante que ello le resultara.
Aprendió que para poder realizar hasta el más mínimo movimiento no debía de pensar en él. Al menos no de la forma en que estaba acostumbrado. Es decir, como las hacía cuando estaba vivo: las pensaba y ¡ya!, ahí estaban. Ahora tenía que imaginarse las cosas como si estuviera…¿muerto? Diferente, frustrante.
Aprendió que cualquier cosa que hiciese, como cambiar un cenicero de sitio o romper un florero, volvía a estar como al principio desde el momento que dejaba de pensar en ello. La tierra quedaba toda esparcida por el suelo, los pedazos de barro dos metros más allá, las flores aplastadas. De pronto se daba media vuelta, pensaba en qué otra cosa hacer entonces y, al volver a mirar, la puñetera maceta estaba de nuevo enterita, en su sitio, con las florecitas mirando al cielo. Muy frustrante si todo cuanto haces dura apenas unos instantes.
Y aprendió, por último, que lo que sentía al realizar todas aquellas cosas, saliesen bien o no, había experimentado una sutil variación. Si en un principio era alegría y regocijo, (quizá no demasiado apropiada según las circunstancias) por la posibilidad de llevar a la práctica lo que siempre le había parecido una posibilidad fascinante, ahora mutaba en una dirección inesperada: seguía estando feliz, exaltado, pero, al tiempo, un tanto, sólo un tanto, indiferente. En parte, sus éxitos le ponían al borde de la euforia; en parte, sus fracasos al borde de la desesperación; y en parte, sencillamente le daban igual tanto uno como otro.
Este sentimiento se volvió dolorosamente real cuando intentó llevar a cabo el que sería el último de sus experimentos en la que había sido su casa de verano durante tantos años.
– ” La verdad es que esto es una mierda más grande que la tranca de un burro – se dijo, en uno de sus ya tan habituales mongólogos -, pero habrá que intentarlo todo. Veamos lo que se ve, que lo que no, que le den por saco: Soy una especie de fantasma (en el buen sentido) o de espíritu o vete tú a saber qué. Puedo hacer cosas que se supone que hacen estos tatos (aunque no me duren mucho). Una de las cosas que se supone pueden hacer es andar por el aire. Así que, pregunto (¿dónde habré escuchado yo eso?): ¿seré capaz de darme un garbeillo entre los edificios de enfrente? – y añadió, poniendo voz de Bruja Mala del Norte, cara de sátiro y frotándose las manos – ¡Llenitos ellos de extranjeras pobres de ropa y ricas en curvaje…Je,je!”
En un principio, pensó sencillamente en elevar una pierna y tratar de apoyarla arriba, como si estuviese subiendo un escalón. Sin embargo, se le ocurrió que ello podría requerir un esfuerzo quizá demasiado grande siendo la primera vez.
Lo segundo que pensó entonces fue subirse a la mesa, colocarse al borde y dar un simple paso hacía delante, de manera que ya se encontraría en el aire. Pero, cuando estaba a punto de hacerlo, se le ocurrió que, ya puestos, podría hacer la prueba definitiva y andar por espacio abierto de verdad, en la calle – ” Total, si me parto la cabeza ya estoy más bien tirando a muerto…Lo peor que me puede pasar es que sea un difunto más hecho polvo que un Pitufo después de una orgía con la abeja Maya.” – razonó.
De esta forma, salió a la terraza, contempló las delicias de la mañana (“Hace un dia mu bonito, mu bonito, mu bo-ni-to, sí señó.”), respiró a fondo (“¡Qué me gusta a mí cuando pasa el camión de la basura, oye!¡La leche puta!”) y, de un salto más bien dificultoso, se encaramó a la barandilla (“¡Ojo al parche: los fantasmas pueden estar gordos, fondones y con pocos reflejos! ¡Manda huevos…!”) Hizo el ritual de concentración que tanto había perfeccionado, alternando las vacas con los camellos (“¡Uun camello!¡Oh,oh,oh! ¡Doos camellos!¡Oh,oh,oh!” – canturreaba para
sí), que, entre ambos herbívoros, sumaban ya no menos de ciento cincuenta, y, por fín, dio un paso en el vacío.
La sensación en su barriga le recordaba aquella vez que fue a la feria de su ciudad y se montó un par de veces consecutivas (una de ellas colándose, por cierto) en la montaña rusa, estando recién operado de apendicitis (apenas una semana después, de hecho) y con los puntos aún anclados en su flanco.
La sensación en su cabeza era como montar en moto sin casco, con el viento golpeando el rostro y empujando el pelo (poco, la verdad) hacía atrás.
La sensación en sus miembros fue como si te empujasen a una pisicna, desde una altura de varios metros, sin poder controlar demasiado bien la posición de los mismos, ahora se desvían a un lado, ahora al otro, sin tiempo material para darse cuenta dónde están en realidad colocados y mucho menos para llevarlos al sitio correcto que evite el costalazo.
El guantazo contra el suelo resultó tan tremebundo que la cara quedó literalmente pegada en la acera, espachurrada en la loseta grisácea que resultó agraciada con el gordo.
El pecho lo notaba rígido y apenas podía respirar (no había notado hasta entonces que respiraba…O algo así)
Los miembros yacían dibujando formas anatomicamente imposibles: un brazo había dejado de poder trazar una L para pasar a mostar una U. Las piernas representaban algo parecido a un corazón cuya punta quedaba a nivel de la entrenalga. El otro brazo formaba una V invertida con el pico apuntando directamente al cielo.
Y fue en ese instante de dolores inenarrables y desconocidos hasta entonces, cuando aquel sentimiento de indiferencia, de qué más da todo, que había empezado a tener durante sus prácticas en el salón, empezó a cobrar fuerza suficiente como para ser descorazonadoramente evidente, y, mientras los dedos del brazo en V al revés golpeaban contra el suelo uno detrás de otro, empezando por el meñique y acabando por el índice (tap-tap-tap-tap…tap-tap-tap-tap…), su mente era capaz de un único pensamiento lúcido entre tantos ayes y quejíos: – “Cansado… Estoy taan cansado…”.

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CHATA Reply:

agosto 13th, 2013 at 09:39

¿Me lo podrías mandar en pdf al emilio?
Cuando vuelva al trabajo lo imprimo, me gusta más leer en papel.

Por cierto, ya me enteraré cuando vuelva de la dirección y las bases del Concurso de Relatos Breves. Sé que el primer premio va a consistir en 500 euros. Ya os lo pondré por si alguien se anima.

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Selito Reply:

agosto 13th, 2013 at 09:53

Lo tengo en Word, pero esta tarde lo convierto en casa y, por ser tú, te lo mando, aunque si hay que ganar 500 leuros, este no es el relato que yo elegiría… Tengo otros que me gustan más…

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CHATA Reply:

agosto 13th, 2013 at 10:21

Este es para mí.

Pero Cucum y tú os podrías animar.

Una vez me tocó clasificarlos y suelen ser unos ciento y pico.
El año pasado le tocó a uno de Canarias y vino a recogerlo, flipa.

Además, si no podéis venir, puede que me toque recogerlo a mí. Esta vez le diré a la organización que soy amiga y lo recojo en vuestro nombre.
Ya está bien de llamarme Manolo, Carmen o Patricia. XDD

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La experiencia acumulada hasta entonces en las peculiaridades de su actual estado de existencia había empezado a dar realmente buen resultado: Si en un principio su mente reaccionó con un cierto atisbo de pánico por la posibilidad de terminar tan peculiar singladura en forma de piltrafa incrustada a la vía pública, enseguida recordó anteriores destrozos en su persona y la manera tan sencilla de subsanarlos (era curioso, pero la puerta le parecía ahora tan lejana en el tiempo, tan antiguo aquel episodio, que tuvo la sensación momentánea de ser viejo, de llevar mucho tiempo siendo esa extraña suerte de fantasma, o lo que fuera, y de estar cansado, hastiado, aburrido…)
No tuvo más que acordarse de sus vaquitas, de sus camellos y de algún que otro buitre que se le filtraba por los pensamientos y, en poco tiempo, volvío a ser el mismo diablillo cachondo de siempre, dispuesto a continuar en la mismita calle su estudio del cada vez menos apasionante mundo del más allá.
Justo delante suya se alzaba un edificio de motivos marineros, de color azul oscuro, con adornos y salientes en blanco. Desde que se le había ocurrido la idea del paseo aéreo, tenía el pensamiento fijo en la ventana correspondiente al cuarto de baño del primer piso, blanco habitual de calurosas miradas indiscretas cuando la dueña del inmueble decidía ducharse, ya que el cristal, aún siendo semitransparente, carecía de cortina interior y exactamente detrás del mismo se encontraba la bañera. La así casi visible señora no es que pareciese tener menos de los cuarenta, – “¡ Pero, qué coño, dos tetas, son dos tetas!” – se relamía.
Al dirigirse decidido hacía el lugar, observó de reojo la figura de un gato tendido a la sombra de un seto, medio oculto y ocupado en el dulce ejercicio de la dormitación. Le llamó la atención por el extraño aspecto que presentaba su rostro: Los ojos estaban rodeados por una mancha clara, como si de gafas se tratasen; carrillos y barbilla aparecían con múltiples puntitos rojos, a modo de granos, y toda la faz estaba dominada por una nariz inmensa y saliente, con apenas unos pelillos asomando por debajo de ella. Era un bicho alargado, de proporciones un tanto carentes, por debajo de cuyo abdomen flaccido se apreciaba un horrendo bulto que asomaba por entre un muslo y los mondonguillos. – “¡Virgen de las Angustias; la puta, que bicho más feo!” – exclamó con un visible rechazo.
De pronto, escuchó la voz de una niña que se dirigía corriendo hacía aquel lugar: – “¡Asparrín!¡Que te he dicho sienes y sienes de veces que no te escapes de casa, malo, malo, malo!” – “Sí hija, malo…¡Feo, más bien!” – le contestó el espectro, y, sin pensárselo dos veces, le soltó un patadón al minino que fue dando vueltas hasta el cubo de basura, tres o cuatro metros más allá, estampándose sonoramente contra el metal del mismo.
Acto seguido, se volvió de nuevo hacía la chiquilla, esperando algún tipo de reacción, pero, como en el fondo suponía, cuando trás pasar a su lado sin dar la más mínima muestra de apreciar su presencia alcanzó al monstruo, éste se encontraba tan tranquilo en el lugar de su siesta clandestina, intacto y desperezándose.
– “En fin – se encogío de hombros – ¿qué otra cosa se podía esperar? Pero, ahora ¡qué viaje le he dao, hijo la gran puta!” -y, al ver alejarse a la niña con el bicho entre los brazos, haciéndole mimitos y llamándole melosamente “lindo gatito”, no pudo evitar gritarle: – “¡Qué suerte tienes, jodía!¡Tú si que sabes elegir…!” – y su atención quedó enfocada una vez más en el edificio delante suya, y en las promesas de emociones excitantes que éste le presentaba.

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En un principio había pensado en escalar las paredes, tratar de nuevo de caminar por el aire o alguna que otra majadería más, pero al final se impuso la cordura y decidió sencillamente entrar por el portal, como todo el mundo. Al fin y al cabo, ya dominaba el tema de atravesar las cosas, de manera que lo más lógico era seguir la misma vía que habría tomado de estar en vida: las escaleras.
Al pararse en el descansillo del primer piso dudó cual sería la puerta de la indiscreta mujer de la bañera, decidiéndose, a fuerza tan sólo de intuición, por la marcada con la letra “B”.
Entró y se encontró con un hall escasamente iluminado y poco más decorado, típico de veraneantes. Desde el fondo del pasillo que se le abría, escuchaba la voz un tanto amorfa de algún fulano, cantando de manera distorsionada algo así como “Quiero verte, quiero verteeé. Quiero, quiero verte…”. Curioso, se acercó hasta el dormitorio del que salía la murga, en el cual encontró a un insólito individuo de tez morena, cara alargada y gafas grandes y relativamente oscuras. Vestía una camiseta sin mangas color aceituna y unos slips blancos estampados con motivos egipcios. Era de altura media-baja, musculoso y se hallaba enfrascado en un extraño contoneo de caderas y muslos, dibujando con los brazos, cruzados de continuo entre sí, figuras repetidas en el aire. Y por primera vez no tuvo ningún comentario jocoso que llevarse a la boca, limitándose tan sólo a emitir con los labios un “pop, pop, pop, …”, abriendo los ojos de par en par, de puritito asombro.
En aquel momento, sonó el timbre de la puerta y el individuo cantarín y bailongo fue, no con mucha presteza y sí con un tanto de mosqueo, a atenderla, profiriendo a media voz: – “¡A ver si vamos a empezar ya, eh! ¡No puede estar uno tranquilo sin que vengan a molestarle, me cago en la leche!”
No le debió resultar un espectáculo excesivamente interesante, porque de inmediato se volvió hacia la pared que daba a la vivienda de al lado y desapareció a través.
Dió, sin lugar a dudas, con la casa que buscaba, ya que podía observar la suya propia desde el balcón de ésta. Sin embargo, el especimen de mujer que allí encontró le resultó tal suerte de loro que salió espantado por donde había venido, gritando: – “¡La madre que parió a Paneque, si es la vieja de Las Chicas de Oro! ¡Con lo buenecica que parecía trás el cristal! ¡Que decepción, señor, que decepción!” – y regresó a la vivienda del colega de los calzoncillos de Tutankamon.
Lo que encontró a la vuelta le dejó definitivamente sin habla: Primero, una moza de muy buen ver y mejor catar, no muy alta, de pelo corto y negro, ojos claros y penetrantes, esbelta y de músculos bien formados, poco pecho y culillo contenido, sosteniendo entre sus manos el pistolón más enorme que había visto en toda su vida (y en toda su muerte, ya puestos), y diciendo no se qué de un trabajito que tenía que hacer.
Segundo, escuchó de fondo la voz del tato gritándole a alguien que ya estaba bien de dar el coñazo, que aquellas no eran horas de visita y que a ver si les dejaban en paz de una vez, leche-puta-joder-cagao-culo.
Luego, llamó el ínclito desde el baño, requiriéndola allí. La joven dejó el arma al lado de varios cargadores y de una especie de navaja de mango muy fino, y fue a su encuentro.
Al marchar la chica, se entretuvo observando el arsenal, sin atreverse a tocar nada de lo que veía. – “Esta tía me mata si me pilla, cojones” – se dijo y, cuando por fin se dió cuenta de la memez que acababa de soltar, sonrió estupidamente, mirando a ambos lados y dijo: – “¡Ji, que tontería!, ¿no?” – y se dispuso a tomar el arma, con la clara idea de cargarla y ponerse a pegar tiros a diestro y siniestro ( “¡El gato, como pille al gato…Je, je,…!” )
Antes de poder llevar a cabo su plan, volvió a escuchar el habla libidinoso del cachas diciéndole a la chica: – “¡Mira, niña, sin tonterias que seguro que te gusta!” – acompañada de ruido de chapoteo y pies desesperados golpeando el suelo.
Atravesó la pared del dormitorio que daba al baño (siguiente puerta a la derecha, gracias) y al asomar al mismo pudo comprobar, con los ojos bien abiertos de asombro, como ambos jóvenes se encontraban delante del lavabo, él detrás de ella, cuyo vientre desnudo presionaba contra el borde de la pila, mientras que el mozo la tenía trincada por una cadera con una mano y por el pelo con la otra, montándola desde las traseras partes y metiéndole la cabeza dentro del lavabo repleto de agua, al tiempo que aceleraba las acometidas a puro golpe de riñon.
Cuando le sacaba la cabeza mojada, la chica tomaba una sonora y prolongada bocanada, al tiempo que sus brazos aleteaban inutilmente a ambos lados, impedidos por la forma en que el tio cafre aquel los tenía retenidos.
– “¡Me cago en tos mis muertos – exclamó el fantasma – ¡Si me la va a ahogar, el cacho bruto, mamonazo! ¡Esta en cuanto se libre le pega un tiro en los huevos que…!” – pero no pudo acabar la frase, porque en aquellos momentos finalizaba tan extraña práctica y la mujer, jadeante, mojada y medio fláccida, se dio la vuelta para abrazarse tiernamente al pecho peludo del hombre, diciéndole con voz apagada: – “¡Tú si que sabes lo que me gusta, cabronazo mío!” – al tiempo que le clavava las uñas en la espalda musculosa.
Y por segunda vez, no supo que decir, ni tampoco profirió ruido alguno. Simplemente se quedó allí, de pie, con la boca y los ojos abiertos, las cejas elevadas y una considerable cara de tonto.

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Selito Reply:

agosto 14th, 2013 at 09:12

Ostia, que la he cagao con las negritas… Se suponía que sólo era para las mayúsculas del principio, sorry…

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TRamkis, contened el entusiasmo, que ya le queda poco…
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Había estado vagando durante un tiempo por el edificio, por las escaleras,el ascensor, sin prestar en ningún momento atención a lo que veía, con un cierto sentimiento de sopor nublando su atención.
Creyó en un principio que se trataba del anonadamiento producido por la visión de aquel tío sonriendo como un loco sobre la tía de las pistolas, pero terminó por reconocer que la cosa
no podía haber sido tanta como para producir tal efecto.
No, era más bien aquella conocida y desagradable (aunque cada vez menos) sensación de apatía que, si hasta entonces se había presentado de manera solapada, apreciada conscientemente sólo a ratos, desde que observara el episodio del lavabo había irrumpido con fuerza y se estaba apoderando de su mente, cada vez más cansada: – “Me cago en la leche, joder – dijo con voz apagada y enlentecida – Si es que ni siquiera me he excitado un poquito…
¿De qué me sirve ver estas cosas si no me producen ningún efecto ni ná de ná? ¡Mmmfh-a la mielda ya, hombre!” – trató inutilmente de gritar.
Se encontró entonces con que estaba dentro de otra vivienda, en el salón, donde un perro larguirucho y de pelo claro daba buena cuenta de varias tarrinas de helado y algún que otro flan, tumbado cuan largo era sobre unos cojines de lana y sin mover ni un músculo más de lo necesario para la acción devoradora.
– “¡Monstruo Informe! – gritó un individuo con aspecto de intelectualoide de principios de siglo – ¡Que te tengo dicho que no te comas el postre a pares! ¡Me cago en mi puta vida…!” –
El chucho le miró languidamente, hizo un “guofs” y siguió con lo suyo, sin hacer caso y sin modificar en nada su actitud de descanso.
El hombre, de entradas visibles y gafas redondas y pequeñas, le volvió a gritar: – “¡¿Cómo que nadie más quiere!? ¡¿Y por eso te lo vas a comer tú todo, so tragón!?” – y daleando hacia un lado la cabeza y tensando los músculos del cuello y de los brazos, se dirigió al perro, con las manos crispadas por delante, en un ademán de cogerlo por el pescuezo: “¡Que mira que no se que te-mmfgr-y te mato, eh!” – exclamó entre dientes.
Más el animal seguía indiferente, pasando rotundamente del individuo y éste, viendo lo futil de su agresividad fingida, decidió cambiar de táctica: – “¡Me cago en los indios…! ¡Deja, deja que salgamos a la calle que te voy a meter un paso ligero que se va a cagar la perra…!” – le advirtió.
– “¡Guofs, guofs! ” – le contestó el bicho.
– “¡No me repliques, eh! ¡Que el güisa es el güisa! – exclamó con enfado ahora visible – “¡ Mira, voy a ir a buscar al gato del vecino, que ya te meterá él pastilla!” – le amenazó; y debió surtir efecto, pues el perro se semiincorporó, con cara de disgusto, y ladró repetidas veces: – “¡Gufs, guofs, guaus,…!” -y el fulano le replicó con una sonrisa sibilina en los labios:
– “¡Que me da igual! ¡Que no me pongas acento del norte, que de Asparrín no te libras, hombre! ¡Ay, qué agustico que estaría uno en los asipreses…! ¡Sobre todo tú! “.
La escena le resultaba cada vez más extraña. Sentía la cabeza dar vueltas ligeramente y una sensación de subrrealismo, de descorporeización, le invadía inexorable. – “¡Lo único que falta es que aparezca Dalí montado en una cabra de cinco puertas!” – pensó.
Se encontró de repente en las escaleras del edificio, pero éstas ya no eran las escaleras de antes, ni tampoco lo era el edificio. Al contrario, parecía encontrarse en una galería muy grande, con múltiples escaleras mecánicas que llevaban gente en todas direcciones: Arriba, abajo, de espaldas, de lado, haciendo lazos, como si de una montaña rusa se tratase.
Sentía los ojos cansados y tenía el estómago encogido, las piernas le pesaban y apenas podía mover los brazos. Empezó a reir estupidamente al darse cuenta que viajaba a gran velocidad por una de aquellas escaleras, aunque no tenía consciencia de estar moviendo los pies.
A su lado pasaban rápidamente las figuras de múchas personas y a algunas podía distinguirlas: estaba aquella morsa de cara arrugada, bigote frondoso y un tapón de rosca negro que le surgía por encima de la frente, que no paraba de decir con voz ronca y poco inteligible: “¡Coño, joder, fulano,…! ¡Coño, joder, mengano,…!”. Tambíen había otro morsa con bigote, más joven que la anterior, de cara redondeada, de cuyos hombros brotaban sendas estrellas de mar de color dorado que movían continuamente sus ocho brazos, y que decía: “¿Cómo está la leonera? ¡Abrid las ventanas para que se ventile y limpiad, limpiad,…!¡Así vamos de culo!”
De improviso, apareció a su derecha un señor muy orondo, de ojos saltones, vestido de blanco y con carteles en ambos hombros que rezaban ” Yo también quiero mis estrellitas “. El hombre le sonrió y le dijo: – ” ¿Quieres un pirulo de menta-poley? ” – y luego les gritó a todos los que pasaban por allí: – “¡A desayunar, vamos a desayunar!” -.
Vió a mucha más gente. La más patética fue una bola llorosa que sólo decía “¡Pin-Pon.Fin-de-semana!¡Pin-Pon.Fin-de-semana…!”
La más delirante, una cabeza gigantesca, con pequeñas manitas sujetándola por los oidos, gritando con voz pausada “¡Algo me cruje, algo me suena. Dadme cinco tonopanes!”
La más imponente, un tipo grande y gordo, vestido todo de negro que, mirando con el ceño fruncido y con un ojo divorciado del otro, no paraba de decir con voz gutural y respiración pesada: “¡No me hago los análisis y voy a hablar con el Defensor Coronel General de la Perla Sur!”
El más gracioso, un pitufo de color amarillo, hablando por los cuatro costados y riendo sin cesar “¡Yo es que flipo con ustedes! ¡El rubio ese, Rigodón, es un cabronazo y un maestro de maestros! ¡Y no te doy más pan porque no me da la gana, y ya te estas largando de aquí!…”.
Pero de todas, la que más le llamó la atención, hasta sacarlo incluso relativamente de su estado de obnubilación, fue una figura alta, bien proporcionada, vestida con una gran camiseta donde podía leerse “Hey, you!” y “P.F.”, de cara alargada y enrojecida, cuyos ojos semiocultos por un par de gafas parecían mirarle directamente a los suyos propios.

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Mañana acaba… Aprovechen que se me agotan las entradas!!
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Se encontraba ahora en un periodo de mayor lucidez, al menos, en comparación de cómo había estado hasta minutos antes.
Ello le permitió resistirse al trepidante influjo de las escaleras mecánicas y conseguir salir através de lo que parecía una gran mancha de chocolate flotando en el aire.
Se encontró en una habitación de proporciones poco claras, de paredes semitransparentes e incoloras, en las que, por todo adorno, se podía apreciar la presencia de un cuadro.
Antes de fijarse en éste último, su atención quedó captada por la figura de un sátiro de pelo rubio, vestido con ropa de footing y walkmans. Resaltaban los ojillos azules de brillo libidinoso y, sobre todo, una sonrisa sonora y entrecortada saliendo a borbotones por los labios fruncidos, de los que también escapaban gotas ocasionales de saliva impaciente y ansiosa. Las blanquecinas patas de macho cabrío mantenían una rítmica sucesión de saltitos y las palmas batían al mismo son.
De la pared del fondo se abrió una puerta invisible hasta entonces y por ella surgió la figura de una chica delgada, que por toda ropa llevaba una larga camiseta de color blanco y, en apariencia, más bien liviana. Pero lo que más resaltaba de su persona era el hecho de no tener cara, sustituida por una sombra que no permitía vislumbrar ninguna de sus facciones.
Justo al entrar, un chorro de agua ROSA cayó sobre la joven, empapando su escasa ropa y pegándola al hermoso cuerpo de debajo, que quedaba así expuesto a la mirada perversa del sátiro.
– “¡Qué has hecho!” – exclamó indignada la dulce flor.
– “¡Déjate de royos – contestó el medio cabrón, exagerando la pronunciación de la “y” – y ven aquí, que me estoy poniendo malo!”
– “¡¿Pero qué pretendes, so pervertido?!” – protestó la moza.
– “¡Mira, deja de darme ya el coñazo y no protestes, que son técnicas nuevas aprendidas en la miliafricana!” – trató de excusarse el monstruo.
La discusión entre la pareja prosiguió como si ello fuera algo habitual entre ambos. El espectro se encogió de hombros, como aquel que ya lo ha visto todo y nada le interesa y giró la cabeza, de manera que sus ojos miraron sorprendidos qué estaba representado en el solitario cuadro: la cara alargada y rojiza, de gafas, barba de un par de días y pelo oscuro, que, le había parecido, le observara fijamente durante su periplo por las escaleras mecánicas.
Aquellos ojos se clavaron en su mente y, mientras volvía a nublarse por la obnubilación, tuvo la firme impresión de que le conocían y que petendían decirle algo…Tal vez, muy importante.

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Al volver a abrir los ojos se encontró en un espacio abierto. Con dificultad pudo mirar a un lado y a otro y descubrió que estaba en un sitio muy alto, desde el que dominaba toda la ciudad, como si se tratase de una gran torre. Sin embargo, la ciudad no era tal en realidad, sino una sucesión de figuras de ajedrez, alargadas, estilizadas y deformadas, con numerosos agujeros de colores, de los que salían pequeñas manitas, pies y alguna que otra cabeza apepinada.
La escena le hizo gracia e inició una risa balbuceante, pero pronto apreció algo que la apagó al instante: Los contornos de las figuras eran imprecisos, difuminados, casi transparentes, hasta el punto que le pareció más sentir que ver realmente lo que le rodeaba.
Trató de moverse, pero no consiguió sinó incorporarse ligeramente. Los párpados le pesaban más que nunca y sentía que todo su cuerpo era de algo gelatinoso que se estaba desparramando por los pies. Le costaba pensar, ordenar sus ideas o recordar. No obstante, había una parte de su cerebro que permanecía más clara que el resto, como una ventana redonda y estrecha a través de la que se apreciaba el cielo azul y el sol, en una pared gris oscuro.
Se esforzó por enfocar ese punto y, trás un buen rato de no ver nada, vislumbró una cara que le provocó escalofríos: La misma cara seria y encarnada que ya le había inquietado dos veces antes.
Se dijo que debía ser una confusión, que, en realidad, miraría otra cosa, a través suyo o a algo de su alrededor. Al fin y al cabo, nadie de cuantas personas o animales se habían cruzado en su camino dieron la más mínima muestra de haber advertido su presencia hasta entonces.
Cuando la cara, con los ojos aún clavados en los suyos propios, se dirigió hacía él, acompañada de un cuerpo sudoroso vestido ahora con ropas de deporte, la inquietud se tornó angustia.
Cuando aquel individuo alto se plantó justo delante suya, con los vestidos transformados en los de quién trabaja en algo relacionado con sanidad, la angustia se hizo miedo.
Y cuando un hombre con ropajes de militar le habló directamente, aún su expresión amable y su media sonrisa, el miedo explotó en su cerebro en concéntricas ondas de pánico intenso.
– “Por fin tenemos la oportunidad de hablar” – le dijo dulcemente el extraño.
– “¿Qui-én…Có-mo…?” – pudo a duras penas responder, aborgotado por el miedo y el sopor.
– “¿Quién soy?¿Cómo es que puedo verte, hablar contigo? – le contestó con una sonrisa imperecedera en los labios, los pómulos salientes, los ojos tranquilizadores – Soy un amigo. Un Bono Amici, que dirían los italianos. Y puedo verte porque tú me has llamado”.
– “¡Yo no… he lla-mado a…nadie!” – intentó gritar.
– “Bueno, es cierto que no has pegado voces pidiendo un colega ni nada por el estilo, pero sí me has llamado. Verás: Cada vez que intentabas algo y no te salía, cada vez que te ocurría algo extraño, cada vez que no entendías y te preguntabas el por qué y el cómo, me estabas llamando”.
– “Llevo pregun-tando… todo eso des-de casi… el principio y no…has apare-cido hasta a-hora”.
– “Sí, pero debes comprender que no es tan fácil. Llegar a tí ha requerido tiempo y, digamos, unas condiciones determinadas”.
– “¿Condi-ciones?¿Llegar… a mí?¿De que ha-blas?”
– “¿Te habrás dado cuenta de los cambios que ha experimentado tu capacidad de atención, no? Al principio fue tan sólo una modificación sutil en tu humor, una cierta indiferencia sobre todo aquello que, hasta entonces, te había resultado especialmente morboso…”
– “¿Cómo lo.. sabes?¿Qué sabes tú de mi.. mente?”
– No es tan extraño. Si te has fijado, cuando empezamos a hablar te costaba bastante articular las palabras, mientras que esta última frase la has pronunciado mucho mejor, casi bien. Es evidente que ahora estás en un periodo de mayor agilidad mental. Y sé perfectamente que esa agilidad ha fluctuado mucho ultimamente, la mayoría de las veces a peor, con alguna breve mejoría. Como la de ahora”.
– “¿Y qué tie-ne eso que ver conti-go?”
– “Pues, la verdad, todo. Sólo después de haber pasado por todo lo que has pasado ha sido posible que yo esté delante de tí. Si tu periplo por lo que a tí te parece un estado fantasmal se hubiese detenido antes nunca nos hubiéramos encontrado. Aunque, posiblemente, tú lo habrías preferido así.”
– “¡No se de…qué me hablas!”
– “En fin, era de esperar que con todo lo que te ha ocurrido y el estado terminal en el que te encuentras, te resulte difícil comprender. Bien, hagámoslo de otra forma: ¿qué no entiendes?”
– “¡Nada!¡No entien-do nada! ¿Por qué me..ha ocurrido esto? ¿Qué soy? ¿Por qué na-da me sale bien? ¿Dónde estamos… ahora? ¿Por qué to-da la locura ante-rior? ¿Quién…?… ¡¿Terminal?! ¡¿Qué es eso de ter-minal?!”
– “Ya sabes por qué te ha ocurrido esto. Eres un ser sintiente, por supuesto; con tus alegrias y tristezas; tus vicios y tus virtudes; embarcado en un viaje cuyo destino está, al menos hasta cierto punto, en tus propias manos. Nada te salía bien porque pretendías hacer las cosas como si vivieras en un mundo al que ahora mismo no perteneces. Estamos donde nadie más que tú puede estar, porque tuyo es este Reino. La locura es debida al estado de tu mente. Soy quién tú has querido que sea. Y terminal, sí, porque éste es el final de tu búsqueda; el punto de inflexión que decidirá a qué lado de la línea acabarás tu lucha.
– “¡¿Qué?! ¡¡¿De qué estás hablando?!! ¡¡Lo único que se es que estoy muerto!!” – gritó desgañitándose, con el rostro surcado de lágrimas de color amargo y las facciones constreñidas en una mueca de intenso sufrimiento añil.
– “¿Quién te ha dicho que estás muerto?” – le contestó con voz verde pálido y mirada dulce y aterciopelada.

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Penúltimo…
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Empezó con un escalofrío casi doloroso que recorrío veloz su espalda (Todavía tenía espalda. No se había fundido por los pies, entonces).
A continuación, el sudor frío y pegajoso inundó literalmente su cuerpo (Sudor…No había sudado desde…).
Los brazos le temblaban. Las piernas apenas sí podían mantenerlo en pie (Sus miembros… Volvían a serle útiles)
Trató de hablar, pero ningún sonido escapó de sus pulmones, ocupados en un dificultoso y jadeante respirar (Sí, respiraba. Tal y como recordaba que era. De verdad)
En apariencia, una revelación así debería haber terminado por destrozar definitivamente su cerebro ya afectado, pero lo cierto es que, trás una primera commoción brutal y demoledora, un singular fragmento de verdadera comprensión quedó en pie, triunfante, al aclararse el polvo imaginario. Y ese fragmento, timidamente, casi sin querer, empezó a crecer y a rellenar el espacio libre entre aquel ser de la cara roja y él mismo.
– “¿No…estoy…muerto?” – y la frase sonó más a afirmación apenas sí creida que a pregunta incrédula – “¿Pero…tú dijiste…?” – trató de excusarse.
– “Dije muchas cosa, pero nunca que estuvieras muerto” – contestó el de rostro encarnado.
– “¿Cómo que no? ¡Hablaste de que era un fantasma!¡Y no se qué de un estado terminal y de que ya no pertenecía a este mundo y…!” – gritó.
– “Yo sólo hablé sobre lo que a tí te parecía un estado fantasmal. Y dije que eras un ser sintiente. Y que te encontrabas (te encuentras) en un estado terminal y definitivo, cuyo final, en parte, a tí corresponde decidir. Y tambíen dije que no perteneces ahora mismo al mundo que solías habitar, si no que te encuentras en tu propio mundo. Tu Reino. No hablé sobre tu vida o tu muerte.”
Lo miró con ojos medio ausentes. Los ojos de quién, aún lo que le cuentan, sabe de antemano la verdad. Aunque no la crea.
Y fue esta incredulidad la que le llevó a formular una directa y definitiva pregunta: – “¿Estoy vivo o muerto?”
Y el espectro rojo, con un sutil encoger de hombros, le contestó: – “Tú decides”.
Su visión se perdió por la lejanía. Una lejanía de nada, pues nada era lo que les rodeaba. Algo parecía impedir a su mente acceder al conocimiento que poseía. Algo que empezaba a desvanecerse.
Se miró las manos y las vió como siempre las había tenido: Pequeñas, de dedos cortos y piel fina.
Con las manos redescubiertas recorrió el contorno de su figura y lo encontro como lo había tenido siempre: De cuerpo bajo, rico en grasas inestéticas y no muy musculoso; de muslos gruesos y algo fláccidos y pies de media talla.
Y tocó por último la cabeza, tan generosa en frente como pobre en cabellos, en el interior de la cual una manada de pensamientos pugnaban por salir al exterior.
Un golpe violento, a gran velocidad, en unas condiciones poco precisas donde se mezclaban terror, confusión y breves recuerdos instantáneos.
Luces amarillas parpadeando en el cielo. Sirenas gritando al viento. Hombres y mujeres envueltos en blanco o verde revoloteando a su alrededor, tomándole, soltándole, hablándole y callándole.
Un tubo duro en su garganta. Quemazón en los antebrazos. Un corte en el cuello. Calambres en el pecho.
Oscuridad y silencio.
Añejos conocimientos aprendidos arduamente corrieron en su ayuda: El cerebro y su funcionamiento; la sangre, portadora de alimento; la muerte de una célula por inanición; la disfunción de un órgano al perder sus unidades básicas.
Todo se ensamblaba y tenía sentido: Su estado espectral; el delirio onírico; las fluctuaciones… ¿El ser de la cara roja?
Miró hacía aquél y lo vió delante, sonriente, diciéndole tan sólo con su mirada “quién tú has querido que sea”. Y mientras se desvanecía en el aire, le habló por última vez: – “Nunca creiste en túneles con una luz al final” – y desapareció para siempre.

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Y fin, que es cortico….
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Todo era cierto, pero todo podría ser mentira. La verdad que, estaba seguro, había descubierto, bien podría formar parte del delirio insano que le había acometido. Un sueño dentro de otro sueño. Un delirio dentro de otro delirio. O, realmente, su destino se hallaba en sus propias manos.
No lo sabía con certeza.
Tampoco le importaba ya.
Había llegado demasiado lejos, había pasado por muchas cosas y se encontraba exhausto.
Simplemente era el momento de hacer el último gesto, el último paso definitivo, fuera cual fuese el resultado. En todo caso, descansaría por fin.
Uniendo las escasas fuerzas que aún le quedaban, las concentró en un único y primario grito de reivindicación. No quería decir nada en particular con el mismo. Tan sólo que estaba allí y que luchaba por quedarse.
Y por unos instantes, la misma nada que le rodeaba pareció brillar y oler y sonar, y también acariciarlo con un toque amable que le trajo, bendito era, el tan ansiado consuelo.

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Neo Reply:

agosto 17th, 2013 at 17:20

Daniel Jonhston … XDDD

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Selito Reply:

agosto 17th, 2013 at 21:32

No tengo el gusto…

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Cucumber Reply:

agosto 18th, 2013 at 22:33

Selito, loados sean los dioses del Parnaso que prefirieron que te dedicaras a la medicina Es broma. Gracias por compartir tu escrito.

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La mujer tranquila Reply:

agosto 19th, 2013 at 18:44

Había oído hablar de lo del bromuro en la mili, pero no tenía ni idea de lo del LSD… Ahora me encajan muchas cosas!!

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Muchas gracias.

Con respecto a Buñuel, que es uno de nuestros directores favoritos, decirte que este año, en una exposición de José Carlos, conocimos a Jesús Fernández, Saturno, el mudo de “Tristana”, con el que hemos empezado a entablar una buena amistad.

Para que te des cuenta tú de lo pequeño que es el mundo.

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CHATA Reply:

agosto 13th, 2013 at 10:43

Aquí dejo una escena en la que sale él con Fernando Rey.

Con ésta, me parto de risa. Pero aquí Buñuel lo clava.
Ya sé que la puse la otra vez…

httpv://youtu.be/Pd9fzpEs9c0

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En la imparcialidad del Tribunal de Cuentas o del Tribunal Constit. o de ambos?
En todo caso, tienes razón, venir a darnos cuenta ahora que en Ejpaña lo de la separación de poderes no lo tenemos mu trabajao…

Estamos irónicos hoy, no?

– Mamá, mamá, el abuelo está malo
_ Pués apártalo y te comes las papas…

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Pos yo tampoco…

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Ostras, será la edá o que aun no me he ido de vacaciones, pero solo he entendido “he visto la tele por primera vez en 6 años”. Qué idioma es? :p

Me has recordado al vídeo estrella en mi casa este verano (mu viejuno, pero estas vacaciones están descubriendo las joyas del yutú):

httpv://www.youtube.com/watch?v=j2t4Vbr8KzU

Aunque seguro que soy yo, que estoy empaná y no me entero de na

O quizá la hora en que lo has escrito… XDDD

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Cucumber Reply:

agosto 14th, 2013 at 13:31

A mí me ha pasao igual, y o lo ha escrito a la salida de un after o el verano y la caló van haciendo mella en mi kokoroto en particular, y en los de todo quisque en general.

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Hesplendido Reply:

agosto 15th, 2013 at 00:56

También se entiende “soy tío”, como que es varón, del sexo masculino, vaya.
Mofrlo creo que es “modelo”.

Venga entre todos lo acabamos de descifrar.

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Ja, ja, ja, estos tíos son la polla, pero no tienen huevos!!! madre mía que veta de gilipolleeeeeezz

http://seemikedraw.com.au/this-cartoon-fights-dirty

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Nuevas Generaciones del PP: de los enfrentamientos con ancianos a los saludos y símbolos fascistas
http://www.eldiario.es/politica/Nuevas-Generaciones-PP-enfrentamientos-fascistas_0_164833768.html

MUcho Ni-Ni veo suelto…

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Con un niqui rosa mucho más lograo.

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Nuevas Generaciones… de hipócritas.

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Qué bueno, tron. Lo comparto por ahí, con su permiso.

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asias

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Otro:

http://www.eldiario.es/turing/comprar-descargar-ebooks-gratuitos-legales_0_156434582.html

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Neo Reply:

agosto 16th, 2013 at 17:23

En este que pones podría intentar el perrete publicar algo …

http://www.relatospulp.com/

Aunque si se lo rechazaban y no quiere cejar en tener publicado siempre le quedará amazon.

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Selito Reply:

agosto 16th, 2013 at 18:10

No llegan al mínimo de mi categoria… ya de por sí bajo mínimos…

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Bah, falta el ABC…

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Me gusta el nombre.
Hay bichos que son muy bonitos, pero hay algunos que tienen una mala leche…
Yo, por ejemplo, no me acercaría a un panda. Ni me gustan, ni me fío.
Pero este bichino parece salao,
Dudo que sea de tu familia, cacho perro. XDD

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http://www.huffingtonpost.es/2013/08/16/extrano-animal-costa-almeria_n_3768834.html

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Como decía mi suegro: “La única sociedad moral es la que no tiene moral”.

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CHATA Reply:

agosto 17th, 2013 at 20:37

Perdón, sería así: “La única sociedad moral es la que no tiene Moral”.

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De verdad, que pido disculpas a todos.

Me gusta que vuelvas.

Con respecto a lo de Seli, espero una novela en plan Corín Tellado. XDD

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Para ti.

httpv://youtu.be/I5JQ1m3mxKw

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qq Reply:

agosto 19th, 2013 at 14:15

Preciosa :$. Esta para ti, sobre los regresos.

httpv://www.youtube.com/watch?v=pNiERPFlTBs

¿Disculpas? No son necesarias cuando no se ofende.

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CHATA Reply:

agosto 19th, 2013 at 15:27

Gracias,

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